Nacional

Venganzas muy oscuras: captura y fusilamiento de Leandro Valle

Pudo ser niño héroe, pero al amor paterno canceló la posibilidad. Pudo inclinarse por la militancia conservadora que adoptaron muchos de sus amigos, y eligió la ruta del liberalismo. Militar prestigiado y triunfante, fue parte de una legislatura que puso a Juárez en severos aprietos. De regreso al campo de batalla, murió a manos del general más odiado del siglo XIX mexicano, el Tigre de Tacubaya

Los primeros cinco gobernadores de Puerto Rico
Los primeros cinco gobernadores de Puerto Rico Los primeros cinco gobernadores de Puerto Rico (La Crónica de Hoy)

Se terminaba junio de 1861. Crisis políticas y económicas ensombrecían la victoria liberal después de la Guerra de Reforma. ¡Parecía tan lejano aquel momento de triunfo! Apenas en el enero anterior, cuando después de derrotar a los conservadores en Calpulalpan, las tropas leales al gobierno de Benito Juárez entraron a la ciudad de México, cantando Los Cangrejos, aquella marcha burlona que Guillermo Prieto había compuesto para fastidiar a los contrincantes de los liberales. 

Juárez no las tenía todas consigo. Le había costado trabajo integrar un nuevo gabinete, y el Congreso, que operaba exactamente bajo las disposiciones de la Constitución de 1857, continuamente limitaba y cuestionaba las decisiones del Ejecutivo. Para colmo, una vez más, las arcas nacionales estaban vacías: en su fuga, los conservadores habían quemado los archivos de Hacienda, y el titular del ministerio, el polifacético Prieto, se desesperaba porque no tenía ni para comprarle capotes a los soldados.

Poco a poco el país echaba a andar bajo los nuevos criterios de un Estado laico; los matrimonios civiles comenzaban a celebrarse, y las primeras actas de nacimiento comenzaban, reafirmando la protección del Estado sobre los recién nacidos cuyo advenimiento se consignaba en el flamante Registro Civil. Pero ese México que, entre tantas dificultades comenzaba a fincar una nueva manera de vivir, aún estaba oscurecido por la venganza: las tropas conservadoras, que se negaban a asumir la derrota, se movían en el centro del país en busca de víctimas. Querían hacer daño y lo lograron:

El gobierno juarista deseó venganza, más que justicia. Quiso cobrar la muerte de Ocampo y saldar la cuenta pendiente de los Mártires de Tacubaya.  Santos Degollado, que estaba en malos términos con don Benito, a raíz de una propuesta de paz formulada durante la guerra, quiso matar dos pájaros de un tiro: se ofreció para salir a buscar a los victimarios de don Melchor. Vengaría a su amigo y recuperaría la gracia de Juárez. Pero, como en otras ocasiones, la diosa Fortuna le fue adversa al general Degollado. En las afueras de la ciudad de México, en el Monte de las Cruces, lo emboscaron: una bala le atravesó el cráneo y los soldados conservadores acudieron a rematarlo. Solo habían transcurrido doce días desde la muerte de Ocampo.

La indignación subió de punto. Los liberales hicieron a un lado las formas y exigieron venganza. Pero, ¿quién saldría a perseguir al Tigre? Un joven de 28 años, general con los galones ganados a pulso, diputado por el estado de Jalisco y comandante general del Distrito Federal, se encargaría de lavar las ofensas de los conservadores. Así, Leandro Valle solicitó permiso para separarse de su trabajo legislastivo, y al frente de algunas tropas, abandonó la ciudad.

Pero la tragedia aún no terminaba: Valle fue derrotado en la misma zona donde Santos Degollado había encontrado la muerte. De inmediato, Leonardo Márquez lo sentenció a muerte y mandó que se lo comunicaran. El mensajero recibió una respuesta dictada por la sangre fría:

—Por orden del general Márquez, tiene usted media hora para disponerse.

—Hace bien Márquez —respondió Leandro Valle. —Porque yo no le hubiera dado ni tres minutos.

Se apersonaron ante el sentenciado algunos antiguos compañeros del Colegio Militar, a los que la vida los había llevado al partido conservador. Lo abrazaron, se despidieron. Valle regaló su capote, sus botas federicas. Pidió que a su madre le llevaran el relicario  —“que no es muy milagroso”, apuntó con humor a las puertas de la muerte— que colgaba de su cuello. Se negó a confesarse, y protestó porque lo querían fusilar por la espalda, como a los traidores. Cuando le dijeron que era orden directa de Leonardo Márquez, se encogió de hombros: “Lo mismo da morir por delante que por detrás”.

Los fusiles dispararon y Leandro Valle, general liberal, cayó muerto. Luego, colgaron su cadáver de un árbol. Era el 23 de junio de 1861. En menos de un mes, los liberales habían perdido a uno de sus ideólogos fundamentales (Ocampo) y a dos de sus generales más sobresalientes. Y todo era venganza, muy oscura venganza.

Allí hizo amistades que durarían toda su vida, aún cuando los vaivenes políticos del país llevaron a los alumnos por caminos totalmente diferentes. Allí conoció a uno de sus mejores amigos, otro hijo de militar, que también alcanzaría fama: Miguel Miramón, un par de años mayor que Leandro.

Algunas versiones señalan que Leandro Valle fue uno de los cadetes que defendieron el Castillo de Chapultepec —como sí lo fue Miramón—en septiembre de 1847. Pero la versión es falsa. Valle no fue de aquellos “niños héroes” que sí sobrevivieron. El 18 de junio de ese año, sabiendo que la invasión de la ciudad de México era solamente cosa de tiempo, el padre de Leandro se apersonó en el Colegio y solicitó la baja temporal del alumno, argumentando que el chico hacía falta en la casa para cuidar de su hermanita enferma. La excusa, un tanto débil, más bien delató al padre que, con todo y su honor militar, prefirió garantizar la seguridad de su hijo.

Valle terminó sus estudios y viajó por Europa; trabajó en la legación mexicana en París. Su bautizo de fuego sobrevino con la Guerra de Reforma. Hijo de antiguo insurgente, se inclinó por el partido liberal y así se ganó los galones de general: se sabe que sus campañas más brillantes transcurrieron en Guanajuato y en Jalisco, razón por la cual, cuando la guerra terminó, fue electo diputado por ese estado.

Valle fue visto como modelo del joven militar liberal. Educado, con buena pluma literaria, amigo de intelectuales como Ignacio Altamirano y Manuel Payno, tenía también un fuerte sentido de la amistad. Se sabía que, cuando el azar los llevaba a enfrentarse en el campo de batalla, Miramón y Valle se dejaban mensajes fraternos en algún árbol. Algunas veces, presintiendo el peligro, Miguel Miramón le pedía a Valle velara por su familia, en caso de que cayera en combate. Querido por liberales y por algunos conservadores, tal era el perfil de Leandro Valle cuando llegó el verano de 1861, el último de su vida. Tenía 28 años al momento de morir.

El hueco que quedó después de la demolición fue transformado por el gobierno juarista. Al callejón resultante se le puso el nombre de Leandro Valle: era la bofetada liberal, el recordatorio, en un terreno conventual, de que el Estado laico había triunfado y que honraba a uno de sus mártires. Muchos años después, Salvador Novo se quejaba de que la calle Leandro Valle es una de las más inútiles de la capital, pues no lleva a parte alguna. Pero su origen nada tenía que ver con la utilidad. Era, es, un gesto más que recuerda una de las grandes batallas ideológicas de este país.

historiaenvivomx@gmail.com

Copyright © 2016 La Crónica de Hoy .

Lo más relevante en México