Opinión

¡Vivan las culturas prehispánicas!

¡Vivan las culturas prehispánicas!

¡Vivan las culturas prehispánicas!

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Bajo una definición simple de lo que es cultura, como un conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones, costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social o una época, las culturas que se desarrollaron en los pueblos indígenas de América, por un lado, es sorprenden, por el otro, espantan, y en esa parte negativa se justificó la conquista europea en distintas épocas y lugares.

En el caso de Mesoamérica, sorprende sus conocimientos matemáticos y astronómicos. Olmecas y mayas desarrollaron un sistema numérico posicional que incluía al cero, representado como un caracol, lo que permitió crear sus calendarios y registrar con puntualidad algunas fechas. Sin embargo, no conocían la fracción del uno, es decir, muy lejos estaban de la famosa tabla de Fibonacci y del Número de Oro que es 1.609.

En códices como el Dresde se aprecia con pulcritud el registro de algunos eclipses y el tránsito de los cometas, lo cual era producto de la observación continua del firmamento, aunque no por ello dejaron de creer que el sol y la luna eran dioses.

El Inca, el Perú, afirmaba que él era hijo del sol y aunque desterró de los pueblos vecinos algunas costumbres como el canibalismo, no por ello deja sorprender la majestuosidad de los caminos que construyó en su amplio reino en el hemisferio sur y la perfección en la construcción de ciudades como Machu Pichu.

En México también fueron magníficos constructores y más de 2 mil zonas arqueológicas lo atestiguan. En Chichen Itzá, Mayapan, y otras más, la arquitectura estuvo ligada a sus conocimientos astronómicos, y así, los equinoccios y los solsticios eran anunciados con una precisión sorprendente, a provechando los juegos de luces y sombras.

El arco maya con el cálculo perfecto de sus piedras sobrepuestas; la celosía de Cacaxtla, los canales de riego en Las Pilas, Morelos o en el Valle de Edzná, son buenos ejemplos de que supieron aprovechar las bondades de Tláloc o de Chac, a quienes, por cierto, ofrendaban a inocentes niños que morían ahogados, ya sea en el remolino de Pantitlán, o en los en los cenotes sagrados de Yucatán.

En Xochicalco, Morelos, excavaron cuevas artificiales e hicieron pozos para poder comprobar desde su interior, el tránsito del sol y de la luna por el firmamento. Los mexicas esperaban el momento del cénit de la constelación de las Cabrillas para encender el fuego nuevo, y de paso, hacer bastantes sacrificios humanos.

Los tzompantlis eran parte de su cultura; enormes ábacos que los arqueólogos hoy en día sacan a la luz, y que eran verdaderos rosarios de cráneos ensartados en varas, que dejaban podrir al aire. Hoy las calaveritas de azúcar nos hacen olvidar aquella barbarie, y aunque muchos danzantes concheros lo niegan, las evidencias arqueológicas no mienten.

En materia herbolaria tenían sus recetas y tratamientos, algunos dignos de crédito y experimentación, otros, de plano no funcionaban, pero se usaban. Cuando llegaron las epidemias, murieron miles de indígenas que no tenían anticuerpos como para hacer frente a la viruela o el sarampión.  En venganza, México aportó al mundo el tabaco que dañaría los pulmones de muchas generaciones de europeos.