
En ciertas coyunturas de la historia, una persona tiene la opción de elegir cuál debe ser el rumbo de los acontecimientos. Su liderazgo consiste en escoger entre un conjunto de posibilidades que llegan a ser decisivas y, en ocasiones, trascienden su época. Una crisis dura, apenas un lapso breve de tiempo; pero las consecuencias de una decisión en esas horas de riesgo determinan el horizonte del futuro. Más allá del debate sobre el papel de los individuos en episodios históricos, la figura de Winston Churchill, primer ministro de Gran Bretaña, encarna uno de los personajes fundamentales en el siglo XX.
En la última semana hubo un excelente pretexto para ir al cine y al teatro. Este verano en cartelera coinciden dos relatos sobre la vida de ese líder británico en tiempos de guerra. Ambos, muy recomendables. Bosquejan un contraste en la biografía de Churchil: uno muestra al héroe estratégico, el otro al líder del pueblo. La obra se titula 3 Días en Mayo y se presenta en el Teatro Milán en la colonia Juárez. Sergio Zurita personifica al protagonista de esta extraordinaria puesta en escena. Su actuación ha cosechado un merecido reconocimiento. Sin ánimo de revelar la trama, haré referencia al dilema que marca esa época. Lo más difícil como espectador es imaginar y compenetrarse con la atmósfera de esas horas críticas. Recrear uno de los más dramáticos momentos de la segunda guerra mundial: Francia se encuentra al borde de la rendición y Gran Bretaña debe decidir entre continuar la resistencia frente al avance del ejército nazi o buscar un acuerdo de paz con Hitler. Churchill estaba solo contra el nazismo. Stalin, el dictador soviético, había pactado un tratado de no agresión con Alemania y, por otra parte, Estados Unidos rehuía la alternativa de involucrar a su ejército en el conflicto europeo.
La película se intitula Churchill, Brian Cox interpreta al primer ministro ante una disyuntiva sombría, las 48 horas previas al desembarco en Normandía. Aborda otra fase de la guerra, el general Dwight Eisenhower ya está a cargo de la fuerza militar que va a liberar Europa del nazismo y Churchill se ha convertido en una sombra melancólica que ronda a su alrededor. Mientras revisan los preparativos de la operación Overlord, el líder de Gran Bretaña debe encarar a sus fantasmas para tomar el timón de nuevo y conducir a la gente, no al ejército, hasta la victoria.
Una pregunta terrible gravita en los sótanos de ambos guiones: ¿qué hubiera pasado si Hitler triunfa y llega a dominar Europa? ¿Estuvo cerca el tercer reich de esclavizar a todo el continente europeo? ¿La victoria nazi era posible? Ese escenario atroz nunca se hizo realidad, gracias a la visión de un líder que nunca aceptó rendirse. “¡Nunca hay que darse por vencidos!”, fue su consigna de guerra. Hoy no podemos concebir la victoria de Hitler, pero entonces la pregunta era otra y nadie tenía una respuesta certera: ¿Era posible derrotarlo? Ahora esa hipótesis parece una pesadilla, pero si alguna vez esa amenaza estuvo cerca de cumplirse, fue cuando el gabinete de guerra del Imperio Británico tuvo que elegir cuál camino seguir. Hoy podría ser obvia la respuesta. Quizá lo más atractivo de ambas historias es mostrar que no fue fácil tomar el riesgo de luchar hasta el final.
En su monólogo, Neville Chamberlain concluyó el debate. Nadie mejor que él para explicar: No podemos confiar en quien traicionó su palabra. No hay otra oportunidad para el déspota, porque siempre va a querer ampliar sus dominios. No cambian ni mejoran con el paso del tiempo. Al contrario, su ambición de poder es ilimitada y renunciar a combatirlos es condenarse a ser sus víctimas.
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