Opinión

1973: carta póstuma de José Revueltas a Pablo Neruda

En el 50 aniversario luctuoso de Pablo Neruda, rescato dos cartas que se publicaron en el número de septiembre de 1973 de la Revista de la Universidad Nacional, por entonces bajo la dirección del jurista Diego Valadés, y el escritor Carlos Montemayor como su jefe de redacción. Aquel número debió aparecer en los últimos días del mes, apenas unos días después de la muerte del poeta en Chile.

Revueltas y Neruda

Revueltas y Neruda

La primera de estas cartas es una airada, seca y ostensiblemente infructuosa comunicación que le dirigió al general Pinochet la rama mexicana del PEN Club Internacional, un día después de su muerte.

General Augusto Pinochet

Jefe del Gobierno espurio de la República de Chile.

La rama mexicana del P.E.N. Club Internacional, asociación que agrupa a poetas, ensayistas y novelistas de más de setenta países, se manifiesta en contra y en radical desacuerdo por el allanamiento de morada, el injusto confinamiento y la censura impuesta durante los últimos días a uno de nuestros miembros más distinguidos: el, poeta Pablo Neruda

Esta acción constituye un ataque Imperdonable a la libertad física y de expresión cometido en la persona de uno de los hombres más prestigiosos de la Iiteratura universal.

Al lamentar el deceso de Pablo Neruda, precipitado sin duda por la tristeza de ver la tragedia que vive su pueblo, condenamos en nombre de la razón, la democracia universal y la cultura, al grupo de infame usurpadores que usted encabeza.

México, D.F., 24 de septiembre de 1973

ARTHUR MILLER, Miembro Honorario del P.E.N. Club de México

FERNANDO BENITEZ, Presidente

MARCO ANTONIO MONTES DE OCA, Secretario

Se publicó también una carta póstuma de José Revueltas, sentida, militante como era él, de un lirismo febril que no estaba a la altura de su prosa, pero en todo caso emotiva y de un indudable valor testimonial:

Pablo:

Tu muerte es una nueva herida que se abre en el convulso cuerpo de América. Una herida con sal de litorales, otro nuevo desgarramiento, otro pesar. No, la estrella chilena no se levanta, sino se oscurece en este continente de tinieblas. ¿Qué hemos de esperar con los labios atados, con las manos muertas, con el viento helado del imperialismo, que yerma nuestro suelo y despoja nuestros espíritus? Es larga nuestra noche, y larga, larga, la sombra de nuestros héroes, todos muertos. Sandino es una mancha de sangre en Centroamérica; Martí -nuestro Martí poeta, nuestro Martí relámpago- navega en el Caribe, timonel de un barco fantasma.... y el Ché, cuyo solo nombre es un sollozo. ¡Comandante de nadie, comandante de todos! ¿Qué debemos -qué podemos- hacer de esta soledad maltrecha, de estos corazones a la deriva, de estas lágrimas y estos ríos geográficos que salen de nuestra entraña de desesperación, esto es, de América?

Una horrible bandera ocupa nuestro cielo: lo sabemos; cada día, a cada amanecer, oscurece el horizonte, nos deja sin aurora. Bien; fue la bandera de Lincoln. . . pero fue y ya no volverá a serlo, ya no, jamás. Sus barras son la cárcel y sus estrellas están hechas de basura y de billetes, de prostíbulos y concesiones, que transitan, obscenas, por el Canal de Panamá.

Pablo: desde la tierra donde estoy contigo, he de decírtelo: no permanecerás mudo, no descansarás en paz, seguirás viviendo en guerra, con tus labios corroídos, con tus huesos, con tu alma viviente y pura. Te lo pedimos, te lo lloramos, Pablo Neruda: ¡no descanses en paz!

El número -que debió armarse a toda prisa- incluía un poema a Neruda escrito por Carlos Montemayor, un artículo de Fernando Benítez en el que hacia un comparativo entre el golpe de Estado al presidente Madero de 1913 y el que derrocó a Allende sesenta años después, una cronología de los días previos al golpe a cargo de Magdalena Galindo, un texto largo y un tanto redundante de Jaime Labastida dedicado al poeta, otro más de Diego Valdés en el que analiza los entresijos jurídicos del golpe, poemas del propio Neruda, de Vicente Huidobro y de Gabriela Mistral, y las palabras que el 28 de septiembre pronunció Wenceslao Roces en el homenaje que se le rindió a Neruda en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de Mëxico:

“¿Cómo puede ser la poesía militante y blanco de la metralla? se preguntan algunos. Lo es cuando en la poesía habla la voz de su pueblo, y el pueblo es la voz y el brazo de la justicia. Como Pablo Neruda hoy en Chile, cayeron ayer en mi patria -y siguen clamando todavía por justicia en la España irredenta-, García Lorca, Miguel Hernández, Antonio Machado, Unamuno, Salvador Vila, Leopoldo Alas, y tantos más. Algunos de estos nombres, los más amados, gritan en la "España en el corazón" de Pablo. Hoy los acompaña él en el corazón de la tierra, demandando también la respuesta del mundo”.

“Pablo Neruda -soldado de la poesía, se lIama él- no quiso nunca ser enterrado con responsos ni cantos plañideros. Su campana funeraria tiene que ser la del poema de Schiller, la que llora a los muertos, pero convoca a los vivos y rompe el rayo de la tormenta. Un millar de chilenos que, en el Chile de hoy, aterrorizado, valen por un millón, desafiando la prisión o la muerte, hizo sonar a rebato esa campana en su entierro”.

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