Opinión

2021, un mundo más desigual

El reporte 2022 sobre la desigualdad mundial, elaborado por el World Inequity Lab, a cargo de Lucas Chancel, Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, da cuenta de que la distribución del ingreso, a escala internacional e intranacional ha empeorado en los últimos cuatro años. Es un problema que, si no se ataja, traerá nuevos desequilibrios económicos, políticos y sociales

En 2021, el adulto promedio del mundo ganó el equivalente a 390 mil pesos mexicanos al año, y tiene propiedades por un valor total de 1.7 millones de pesos. Pero el 10% más rico, que gana en promedio 2 millones de pesos anuales, se lleva el 52% del ingreso global, mientras que la mitad más pobre, que gana en promedio 65 mil pesos al año, se lleva sólo el 8.5%. Si pasamos de flujos a acervos (de ingresos a riqueza), la diferencia es mucho mayor.

En otras palabras, la distribución mundial del ingreso y la riqueza es parecida a la que había hace un siglo. Lo curioso es que, mientras que la desigualdad entre las naciones tiende lentamente a disminuir (los ingresos y la riqueza de los países emergentes se acerca a la de los países ricos), la desigualdad dentro de las naciones ha tendido al aumento.

En 1980, el 57% de la desigualdad mundial se explicaba por la diferencia de ingresos y riqueza entre las distintas naciones. Hoy sólo representa el 32%... pero la desigualdad entre las personas de este mundo es la misma.

No se trata, hay que subrayar, de una tendencia secular. Entre 1945 y 1980 las cosas se movieron de otra manera. Al tiempo que había altas tasas de crecimiento económico y un proceso de descolonización, la distribución del ingreso mejoró dentro de las naciones. A partir de los años 80, tras la crisis fiscal de los Estados de bienestar, tomaron predominancia las ideas que decían que lo mejor era dejar actuar a la mano ciega del mercado, desatar el espíritu empresarial y acabar con instituciones y regulaciones que estorbaban la libertad económica (y evitaban una concentración socialmente excesiva del ingreso).

El viraje de los años ochenta salvó (relativamente, al tiempo que los debilitó) a los Estados de su crisis fiscal, permitió una nueva ola de crecimiento económico, pero topó con sus propias contradicciones en la crisis de 2008. Desde entonces tenemos crecimiento a cuentagotas y la misma desigualdad. Con ello, fenómenos como crisis migratorias, reacciones viscerales de la población a la situación económica, que resultan en deterioro de las condiciones políticas y de convivencia democrática.

Por supuesto, la situación de la desigualdad social es, a su vez, desigual. El reporte, por regiones del mundo, señala que, en términos de distribución del ingreso, la desigualdad es menor en Europa y el este de Asia, y mayor en los países del Medio Oriente y África, seguidos por América Latina. Cuando pasamos a distribución de la riqueza, América Latina es la región más desigual (por los muchos siglos de mala distribución del ingreso).

Y si vamos a naciones en los años recientes, hay países muy grandes como China, la India y Estados Unidos, que han visto aumentar su desigualdad interna más rápidamente que otros.

Resulta interesante constatar, en el reporte, que el grueso del proceso de distribución global del ingreso que se dio en el trentenio de posguerra fue para favorecer al 40% intermedio de la población mundial. Fue el proceso masivo de creación de clases medias en Europa, América del Norte y, en menor medida, otras regiones como Asia y América Latina. La mitad más pobre de la humanidad siguió teniendo la misma, bajísima, proporción del ingreso.

En la actualidad, lo que se da es una combinación de estancamiento del pedazo de pastel que les toca a las clases medias (ese 40%) y bajas (la mitad más pobre), con un proceso de concentración dentro del 10% más rico. Es decir, el 1% con más ingresos está ganando a costa del otro 9% de los “privilegiados” (que son las clases medias de los países ricos y las medias-altas de las naciones emergentes).

Este fenómeno se ha agudizado con la pandemia. 2020 fue el año en que más creció la tajada de quienes poseen una riqueza superior a mil millones de dólares. Estamos hablando del .0001% de la población, que gana incluso dentro del 1% más rico del mundo. A perder relativamente, empresarios medianos, profesionistas libres y personal dependiente bien pagado, sea profesional o técnico.

El reporte incluye datos sobre otros dos procesos. Uno es la incorporación de las mujeres en el mercado de trabajo (y, por lo tanto, en la obtención de ingresos laborales). Ha avanzado notablemente en Europa, América del Norte, América Latina y -desde cotas muy bajas- en Asia (excluyendo China, donde era alta y ha bajado). Está estancada en África y Medio Oriente. Sólo en las naciones de la antigua URSS, tomadas como bloque, alcanza el 40% del ingreso total. Aún hay mucho camino por recorrer.

El otro proceso es la emisión de carbón, ligada a eso que nuestro presidente cree que es una moda, que es el cambio climático. Las emisiones per capita del 10% más rico en EU y Canadá son alucinantes: 73 toneladas de CO2 al año. Los ricos europeos emiten menos de la mitad que su contraparte norteamericana... y cada miembro del 10% más rico de América Latina emite menos un clasemediero de EU.

Los autores concluyen en la conveniencia de un “modesto” impuesto global progresivo a la riqueza de los grandes multimillonarios. Es un tema que veremos reiterarse en foros mundiales en los próximos años. Ya veremos si puede hacerse.

Lo cierto es que, si no se toman decisiones políticas para disminuir la desigualdad de manera sostenida (y eso incluye mejorar las habilidades de los Estados para brindar servicios públicos, no sólo subsidios paliativos), los otros problemas económicos, políticos y sociales, van a seguir estallando una y otra vez.

Foto: Alexander Mils

Foto: Alexander Mils