
En estos días se cumplen poco más de tres meses, cien días como gusta a la mercadotecnia promocionar, de gobierno de la segunda presidencia Trump.
El aspirante a pacificador sigue sin lograr poder pacificar nada. Como botón de muestra está metido en tres conflictos, dos que argumenta que no fueron generados por él (Ucrania y Gaza) y uno que heredó pero que ha hecho suyo con entusiasmo: la situación en Yemen y los grupo hutíes que han realizado acciones en solidaridad con la causa palestina en contra del gobierno israelí interceptando embarcaciones bajo sospecha de ser propiedad de empresas o empresarios israelìes que cruzan por el estrecho de Al Mandab en su trayecto por el Mar Rojo hacia el canal de Suez.
Esas situaciones mantienen un derrotero claramente militar, pero el caos y la tirantez ha sido llevada también al sistema económico internacional con la caótica imposición de aranceles a numerosos países que busquen acceder al mercado norteamericano.
Si acaso un paréntesis. Justo es decir que dos intenciones correctas del aspirante a pacificador son sin duda su propósito de detener las hostilidades militares entre Rusia y Ucrania, y el de privilegiar -al menos por el momento- el diálogo y la negociación con Irán por encima de su amenaza de bombardeo, lo cual sin duda contribuiría a expandir la inestabilidad y el caos en ese país y en la región de Oriente Medio en su conjunto a través de un nuevo conflicto con un objetivo que si bien claro (la destrucción de la infraestructura nuclear de ese país) tendría consecuencias graves e imprevistas naturales a una aventura militar.
Cabe recordar que en 2021 terminó de manera vergonzosa la ocupación militar en Afganistán y las lecciones aprendidas parecen no haber quedado nada claras, por citar solamente un ejemplo posible.
En cualquier caso, las realidades geopolíticas de las situaciones de conflicto parecerían estar evidenciando que es necesario mucho más que la voluntad de querer hacerlo, y máxime si no se tiene una estrategia clara al respecto.
Hace recordar la muy mexicana ocurrencia de un mandatario que se propuso acabar en quince minutos con el complejo conflicto en Chiapas que dio origen al surgimiento del EZLN.
En el frente interno, las cosas tampoco marchar viento en popa, y probablemente un efecto sintomático de ello, son los intentos por acallar voces críticas y discordantes a la acción y ejecución de políticas del aspirante a pacificador, como lo es la censura a universidades, periodistas y medios de información incómodos.
En varias de las más recientes encuestas, el mandatario no sale bien librado: 39% de los encuestados por Washington Post-ABC News aprueban la gestión presidencial, en la de CNN/SSRS 41% y 45% en la de NBC News Stay Tuned. En AP-NORC 39% lo aprueba frente al 59% que lo desaprueba. Más aún, por materias incluso en su casa consentida que es Fox News, la encuesta arroja que en tarifas comerciales 38% aprueba su labor y 58% no; en inflación 33% si y 59% no; en economía 38% si y 56% no. Para la encuesta de Reuters-IPSOS, en economía 37% lo aprueba y 51% no; en inmigración 45% de aprobación frente a 53% de desaprobación. La del Pew Research Center (PRC) arroja que en política exterior, en comparación con la era Biden, 50% considera que Estados Unidos es más débil con las medidas de Trump, 38% más fuerte y 11% no ve diferencia.
No paran ahí las noticias malas. Respecto de los ratings de aprobación presidencial, las encuestas indican que se trata del peor presidente en los últimos ochenta años, y que incluso ha roto su propio récord de impopularidad. El PCR indica que el trabajo presidencial cuenta con 40% de aprobación y 59% de desaprobación. En el comparativo realizado por CNN para los primeros cien días de presidencia, en 2001 Bush tenía 62%, en 2009 Obama 63%, en 2017 Trump 44%, en 2021 Biden 53% y en 2025 Trump 41%.
En su conjunto las cifras muestran a un mandatario en franco desprestigio, lo cual no deja de ser una noticia paradójica más que negativa o positiva, ya que más allá de su actual popularidad, o más bien la falta de ella, se trata de un dirigente electo para un periodo de cuatro años. De manera que esta historia apenas comienza y obliga al mandatario a intentar anotarse algún triunfo, probablemente a costa de más errores, con el potencial de generar más caos e incertidumbre. Por lo demás es de sobra conocido el estilo proclive a tergiversar y a presentar la realidad a conveniencia.
Un ejemplo, si bien comentado en anteriores colaboraciones, es que la gran mayoría de las decisiones políticas adoptadas al momento, son producto de órdenes ejecutivas, bajo la premisa de una emergencia que lo justifica, de carácter esencialmente unilateral, y que evita tomar en cuenta canales democráticos de deliberación como los del Congreso.
Cabe preguntarse qué dirían intelectuales y medios informativos respecto de un país, por ejemplo México, en el que un mandatario gobernara mediante decretos presidenciales casi en exclusiva. Además de escandaloso se le calificaría a ese país de autoritario, por decir lo menos.
En reciente estudio demoscópico del PRC, 51% estima que Trump recurre demasiado a las órdenes ejecutivas, 27% que lo hace adecuadamente, 16% no está seguro y 5% que recurre muy poco. Como se sabe, el mandatario ha firmado en sus primeros cien días un récord de órdenes ejecutivas, aunque buena parte de ellas se encuentran bajo escrutinio de cortes federales para determinar su legalidad. Claramente las cifras son más contrastantes si se llevan a la dimensión partidista, en la que 80% de los demócratas consideran que es exagerada esta práctica del presidente, mientras que 51% de republicanos piensa que las ha utilizado en números adecuados.
No deja de llamar la atención que 78% de los estadounidenses encuestados estima que si las cortes deciden la ilegalidad de las órdenes ejecutivas de Trump debe detener sus acciones.
Volveremos al tema.