¿Los organismos delictivos de alta peligrosidad son un desafío a la soberanía nacional o solamente al ejercicio monopólico de la violencia en tanto potestad del Estado?
La soberanía, un principio por el cual un Estado tiene la autoridad suprema y exclusiva sobre su territorio, población y decisiones, sin estar subordinado a ninguna otra entidad, está en el centro de debate frente a presiones externas y violencias internas.
Esa capacidad para gobernarse a sí mismo, hacer y aplicar leyes, administrar justicia, controlar fronteras y tomar decisiones en política interior y exterior suele estar matizada por interdependencias económicas, políticas o de seguridad
Cada cinco de mayo, México recuerda con orgullo una de sus gestas más simbólicas: la Batalla de Puebla. Fue un acto de dignidad nacional frente a la intervención extranjera antes que una victoria definitiva. En 1862, un país debilitado por guerras internas y deudas externas enfrentó al ejército más poderoso de su tiempo, el de Napoleón III y logró frenarlo provisionalmente. No impidió la ocupación.
La soberanía entonces se defendió con las armas de una organizada voluntad popular.
En torno al concepto se reaviva la relevancia de nuestra capacidad de impedir que la violencia interna criminal se convierta, como ha ocurrido con la narrativa respecto al gobierno de Estados Unidos, en un tema vinculado a la defensa de la propia soberanía. La violencia ejercida por actores no estatales dentro del país y la presión externa para intervenir en nombre del combate al crimen nos llevan a la pregunta: ¿discutiría la nación a través de la Presidenta Claudia Sheinbaum con Donald Trump sobre aquel valor si tuviéramos control sobre el 20 por ciento del territorio supuestamente en manos de organismos delictivos, según agencias estadounidenses? ¿Está más lejos de lo deseable la supeditación de los narcos por el consumo en el vecino del norte?
Soberanía implica autonomía frente a otros Estados, así como capacidad de ejercer autoridad efectiva dentro del propio territorio. El politólogo e internacionalista Stephen Krasner indica que aquella es un conjunto de dimensiones incluyentes de control interno, autonomía externa y reconocimiento internacional.
Max Weber definió al Estado moderno como “aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito) para sí el monopolio legítimo de la violencia física”. Es un atributo jurídico y simbólico a sostenerse en la cotidianeidad. Si los cárteles ejercen violencia impunemente, así sea solo entre ellos, entonces ese monopolio está en disputa.
La Presidenta Claudia Sheinbaum ha instruido una política de seguridad y fortalecimiento de la soberanía nacional desde distintas trincheras. El despliegue de la Guardia Nacional robustece la capacidad del Estado y va acompañado de inversión social, mejora de servicios públicos y mecanismos de proximidad con la ciudadanía. Una lógica profundizada en la Ciudad de México por la Jefa de Gobierno Clara Brugada, asistente a la rememoración central de este lunes.
La reciente reestructuración de la Secretaría de Seguridad federal y la labor de inteligencia ejercida contra objetivos prioritarios revelan un cambio respecto a la narrativa de los abrazos. No hay voz notable en contra de cateos, aseguramientos y detenciones.
Ante al interesado ofrecimiento de Trump de promover la entrada al Ejército estadounidense para enfrentar a los cárteles del narcotráfico, la respuesta está en la delimitación precisa de las fronteras, tanto las territoriales como las políticas, internas y externas. “Se puede colaborar, podemos trabajar juntos, pero ustedes en su territorio, nosotros en el nuestro”, le respondió Sheinbaum.
La conmemoración del 5 de mayo es celebrable guía para el presente. La soberanía no se reduce al rechazo de la intervención extranjera; también implica, como ocurre, la capacidad de gobernar con legitimidad y eficacia dentro del propio territorio.