Opinión

El nombre (más que la nacionalidad) es lo que define a un Papa; el que se puso el estadounidense Robert Prevost es esperanzador

La importancia de llamarse León

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Análisis El papa León XIV (ETTORE FERRARI/EFE)

Finalmente se rompió un tabú no escrito: “El Papa, de donde sea, menos de Estados Unidos” (demasiado poder político e influencia tiene ya la primera superpotencia global como para entregarle también a un estadounidense el Anillo del Pescador que domina a 1,400 millones de católicos en todo el mundo). En realidad, el tabú se rompió hace doce años, cuando fue electo un Papa “venido del fin del mundo”, fuera de los palacios episcopales de la vieja Europa, y se rompió también cuando, por primera vez y de forma consecutiva, se han sucedido dos Papas del continente americano.

En cualquier caso falta por romper un tabú que se resiste desde hace dos mil años: un Papa negro o un Papa asiático (el filipino Luis Antonio Tagle es el único que estuvo cerca). Lo que nunca ocurrirá es el tabú por excelencia: que una mujer llegue algún día a ser Papa. Es más, el Código Canónigo permite que un laico bautizado lo sea, con la única condición de que sea varón y se le ordene de inmediato obispo. Por decirlo “bíblicamente”, antes pasará un camello por el ojo de la aguja que una mujer; y esto es así por una sencilla razón: los hombres no quieren ser despojados de semejante maquinaria de poder, privilegios y propaganda, y temen que las mujeres, a priori más “curiosas” a experimentar (la manzana de Eva…) y más propensas a cuestionarlo todo, acaben con el dogma… y sin dogma, no hay fe ni obediencia. Pero esa es otra historia.

De Chicago a Chiclayo

La historia actual es la de un varón católico nacido en Chicago hace 69 años (casi un puberto en el diccionario vaticano) que decidió dejar los rascacielos del lago Michigan por las humildes viviendas de pescado de Chiclayo, en la desértica costa del Pacífico norte de Perú. Es la historia de “un Papa yanqui latino”, como lo describió The Washington Post, quien, ante la ofensiva del presidente Donald Trump de imponer su “English Only” como única lengua en EU, le restregó en la cara su primer discurso como Papa, hablado en italiano y en español; y no en su lengua materna, el inglés.

Por mucho que ahora Trump trata de vender como otro de sus logros la elección de un compatriota como Papa, la realidad es que, de todo el Colegio Cardenalicio, Prevost ha sido el único que abiertamente le ha criticado por sus crueles políticas antiinmigrante ha sido Prevost; quizá porque sabe lo que es el drama de la pobreza en sus años en Perú y quizá porque entiende perfectamente la crueldad del magnate republicano y su falso cristianismo hipócrita, que vende la idea de que hay que proteger a las familias buenas estadounidenses de los inmigrantes criminales. Y lo ha hecho como ningún otro purpurado, con la misma herramienta con la que suele calumniar el republicano: las redes sociales.

Pero, más que la nacionalidad, la importancia de estas primeras horas de Papado es el mensaje que lanza Prevost con la elección de su nombre, un privilegio medieval, pero de enorme importancia porque suele ser la brújula por la que guiará su Papado. Eligió llamarse León XIV, en honor a León XIII, el Papa recordado por su enfoque reformista y por ser un defensor de los derechos de los trabajadores.

León XIII pasó a la historias como el más longevo (murió en 1903 con 93 años) pero lo que pocos sabías y sus sucesores ocultaron (incluso los más aperturistas) es que su encíclica Rerum Novarum, redactada en 1891, sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia. Fue de alguna manera un revolucionario, el que inspiró a Juan XXIII para convocar el Concilio Vaticano II (1962-1965), que sentó las bases de la Iglesia moderna, que Francisco intentó actualizar con éxito desigual: ¿Veremos un Concilio Vaticano III con León XIV?

Además de honrar a León XIII, León XIV también hace honor con su nombre a Fray León, el más fiero y fiel discípulo de San Francisco de Asís (el causante de que el argentino Bergoglio quisiera llamarse Papa Francisco). El mensaje es evidente: el nuevo papa no piensa deshacer el legado de recién fallecido pontífice, pero aún es pronto para saber si salió elegido como un candidato de consenso o no; es decir, que no asusta a los más conservadores.

Como algunos anticiparon equivocadamente, el nuevo Papa no eligió llamarse Francisco II (de nuevo la importancia del nombre), para marcar desde un inicio que León XIV tendrá su propio Papado. Estará inspirado, por supuesto, en Francisco —quien lo nombró cardenal y jefe de los obispos de todos el mundo (lo que ayudó sin duda a su elección), y con quien comparte inquietudes como los pobres y el cambio climático—, pero al mismo tiempo será distinto, con una prioridad en la dignidad de los trabajadores y los inmigrantes. Así lo dejó ver no sólo haciendo honor con el nombre a León XIII y su valiente encíclica en favor de los obreros y campesinos desfavorecidos, sino cpn sus recientes y duras críticas al vicepresidente de EU, JD Vance, por su crueldad en las deportaciones: “¿No ven el sufrimiento?”, retuiteó recientemente tras las escandalosas expulsiones de inmigrantes, algunos con hijos con cáncer.

Falta por ver cómo actuará ante temas espinosos que Francisco dejó a medias, como la integración de la comunidad LGBT o la herida abierta de la pederastia (él mismo salpicado por denuncias de silencio ante denuncias de abusos en Perú).

Pese a todo, el nuevo Papa es, probablemente, el mejor posible para enfrentar a su compatriota, el presidente xenófobo, racista y negacionista climático, una amenaza existencial para la humanidad y la naturaleza.

Lo comprobaremos pronto, si mantiene su discurso crítico ahora que es Papa.

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