Opinión

Josep Nye (1937-2025)

Joseph Nye
Joseph Nye (Fundación Rafael del Pino)

1. Muy significativamente ha muerto esta semana Joseph Nye, el célebre académico de Harvard creador del concepto del soft power, en un tiempo aciago para la política exterior estadounidense en el que dicha práctica del “poder suave”, (que apostaba al diálogo y la cooperación internacional, en un sentido opuesto al uso de la fuerza y la amenaza para imponer sus intereses en el mundo, como parte de su vieja vocación imperial) no sólo languidece, sino que se encuentra seriamente amenazada de muerte.

Doble funeral: el del académico, funcionario de gobierno, y teórico de las relaciones internacionales, y el de una tradición diplomática alternativa para Estados Unidos a la que la administración de Trump le ha dado la espalda en todas las formas imaginables.

Empezando por la desaparición de USAAID (la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) y seguido, entre muchos otros aspectos preocupantes, por su manera de oponerse de manera tajante y radical a todo aquello que, desde un espacio de concertación como la UNESCO, se ha construido por décadas para integrar una agenda global, incluyente, constructiva y consensuada en materia de políticas culturales.

Hace unos días la representación de Estados Unidos en este organismo de las Naciones Unidas con sede en Paris, explicó en un documento aterrador el sentido de su oposición a casi todo lo logrado hasta ahora al seno de la UNESCO.

Lo reproduzco íntegramente:

“Estados Unidos no fue un Estado miembro de la UNESCO durante el periodo de las discusiones más importantes relativas a la organización de la Conferencia Mundial de Políticas Culturales (MONDIACULT)”.

“Estados Unidos no apoya la inclusión de la cultura como un objetivo independiente en la Agenda posterior al 2030. Como se señaló en nuestra declaración nacional, la Agenda 2030 y los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) promueven un programa de gobernanza global blanda que es inconsistente con la soberanía de EE. UU. y perjudicial para los derechos e intereses de los estadounidenses”.

“También nos oponemos a referirnos a la cultura como un “bien público global”, ya que esto podría llevar a una vulneración de los derechos de los creadores de contenido y artistas para beneficiarse de los frutos de su trabajo creativo, y podría tener un efecto inhibidor en la innovación, la ciencia y la creación artística”.

“Con respecto a las referencias a los “derechos colectivos” o “derechos culturales” en la Declaración, la posición histórica de EE. UU. es que todos los seres humanos tienen los mismos derechos humanos individuales reconocidos internacionalmente, y que no existen grados en los derechos humanos, sino únicamente los derechos universales de los individuos. No es necesario enumerar categorías específicas de personas o tipos específicos de derechos al hablar de derechos humanos. Hacerlo corre el riesgo de diluir el concepto de derechos humanos y socavar su protección”.

“Como dijo el vicepresidente J.D. Vance aquí en París durante la Cumbre sobre inteligencia Artificial (IA), Estados Unidos considera que la IA representa una oportunidad y busca ir más allá de las políticas basadas en el miedo y las regulaciones excesivas que desalientan la innovación”.

“Finalmente, la declaración de 2022 incluye referencias al cambio climático, la ideología de género y conceptos relativos a de diversidad, equidad e inclusión (DEI) que no podemos respaldar”.

“Por las razones que hemos expuesto aquí, hemos solicitado una votación y votado en contra”.

Lo dicho: ha muerto Joseph Nye, y con él, la manera, al menos parcial, por la que Estados Unidos ejerció influencia y atracción en el mundo con acciones diferentes a la coerción política, económica o militar.

2.

Hace poco más de veinte años, Nye publicó un ensayo muy sugerente como introducción a un libro colectivo titulado “¿Por qué la gente no confía en su gobierno? Publicado por la escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard, constituía una respuesta desde la investigación social a uno de los problemas más recurrentes en aquel fin de siglo y de milenio, pero que se mantiene vigente: la desconfianza en el gobierno de Washington.

Eran aquellos los años finales de la era Clinton, y tras la explosión en 1995 de una bomba en un edificio federal de Oklahoma, el miedo a un ataque terrorista, por un lado (que se volvería terrible realidad en 2001) y la desconfianza en el gobierno acrecentada por los escándalos de alcoba del presidente, por el otro, eran dos factores muy presentes en el imaginario político de los estadunidenses. “Somos testigos -escribió Nye- de una amplia insatisfacción y una amplia pérdida de confianza en el gobierno y su funcionamiento cotidiano”.

Reproduzco aquí algunos fragmentos de aquel texto:

“En 1964, tres cuartas partes de los americanos dijeron confían en que casi siempre el gobierno federal hacia correctamente las cosas. Actualmente, sólo una parta de los americanos admite tener esa confianza. […]. En 1995 una encuesta mostró proporciones de desconfianza de 15 por ciento en el nivel federal, 23 por ciento en el estatal y 31 por ciento en el local. (…) Las principales razones de esa desconfianza hacia el gobierno fueron que es ineficiente, que desperdicia dinero y que gasta en cosas equivocadas”.

“Sin embargo el gobierno no está solo. Durante las pasadas tres décadas la confianza pública ha caído la mitad para la mayoría de las principales instituciones: del 61 al 31 por ciento para las universidades, del 55 al 21 por ciento para las grandes compañías; del 73 al 29 por ciento para los servicios de salud; y del 29 al 14 por ciento para el periodismo”.

“Hay una posibilidad de que estos datos sean un signo de salud. Estados Unidos se funda en la desconfianza en el gobierno; una larga tradición jeffersoniana sostiene que no debemos preocuparnos demasiado a cerca de los niveles de confianza en el gobierno. Si las encuestas reflejan preocupación, antes que cinismo, el resultado puede ser saludable”.

“Si usted pregunta a los americanos cuál es el mejor lugar para vivir, 80 por ciento dirá que Estados Unidos. Y si usted le pregunta, si les gusta su sistema democrático de gobierno, 90 por ciento dirá que sí. (Sin embargo) el de la desconfianza parecería un asunto cíclico. (…) Parte de lo que vemos es la oscilación del péndulo de las actitudes públicas. Probablemente el problema actual es que tras la Segunda Guerra Mundial las expectativas en el gobierno se volvieron muy altas”.

“Una posible explicación a la desconfianza con el gobierno de Estados Unidos, es que su esfera de acción se ha expandido demasiado llevándolo a espacios reservados para la vida privada, pero mirando las encuestas esto no resulta del todo claro. Cuando se les pregunta porque desconfían del gobierno federal, los entrevistados tienden a subrayar el pobre desempeño gubernamental antes que su ambiciosa expansión, 81 por ciento dice que el gobierno es derrochador e ineficiente, 79 por ciento que gasta mucho dinero en cosas equivocadas, y solo la mitad dice que interfiere de mas en la vida de la gente”.

“De mediados de los treinta a mediados de los setenta, el periodo de mayor crecimiento gubernamental, el gobierno se mantuvo popular y las áreas de más rápido crecimiento en el presupuesto federal, como la seguridad y los servicios médicos, disfrutaron de amplio apoyo. Todavía ahora, pese a la pérdida de confianza en el gobierno, la mayoría de los americanos creen que éste debe regular los negocios, los asuntos internacionales, los ambientales, el trabajo, las pensiones, y muy marcadamente, la seguridad”.

Y concluía: “La revolución de la información puede traer oportunidades y esperanzas. La tercera revolución industrial puede significar que los países desarrollados estén a punto de incrementar su productividad y ponerle fin a la desaceleración económica. La revolución en las tecnologías de la información puede ayudar al gobierno a acercarse a la gente, y sabemos que cuando la gente siente una conexión más cercana con el gobierno, la confianza tiende a elevarse. La revolución de las IT puede que limite y reduzca las fuentes de la burocracia gubernamental; y que las ONG´s y otros sectores de la sociedad civil proporcionen más intermediarios institucionales que trabajaran con los gobiernos, cooperando ambos para crear servicios novedosos, formas alternativas de fiscalización y gobierno, e ideas nuevas en la relación entre los individuos y el poder, entre la sociedad y el Estado.”

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