
La semana pasada propuse una descripción general del tecnofeudalismo, así como enuncié las tres sustituciones en que se cimenta su uso de la democracia: el poder político, por el tecnológico-digital; la ciudadanía por el concepto de usuario; y la plaza pública, por las redes sociales.
Ya expliqué la primera sustitución. Hoy corresponde ocuparme de la segunda.
La calidad de ciudadana/o muta en la de usuario. Para explicarlo me serviré de las cuatro atribuciones de la primera y sus sustituciones: privacidad por entrega de los datos; derechos humanos por mercantilización de los derechos; agencia política por el estatus de consumidor; y democracia por elecciones sin opciones.
Privacidad por entrega de los datos. En el modelo jurídico actual, con todos los límites o defectos que debamos admitir, existe una tutela de los datos de las personas que están ligados a su intimidad, bajo la idea de que solamente por medio de un consentimiento informado se puedan otorgar y compartir. Con el modelo tecnofeudal, y la asociación de los capitales tecnológicos con los gobiernos, este derecho desaparece dado que se les permite el acceso a las bases de datos gubernamentales.
Cierto, las plataformas de comercio electrócnico saben mucho de muchas personas. Pero, ¿ha pensado en las bases de datos gubernamentales? Saben más y de todas las personas.
Con este acceso irrestricto a tal información, se elimina toda posibilidad de privacidad, y se convierten en valores comerciales los datos más sensibles, quedando la privacidad no sólo como un imposible, sino como algo indeseable, en términos económicos.
Los derechos humanos son sustituidos por su mercantilización. En las democracias modernas, se considera que los derechos son valores esenciales que deben de regir el actuar de los gobiernos, que se crean para su tutela; pero en el modelo tecnofeudal, los derechos son vistos como oportunidades de explotación, en el sentido de que sólo quien tenga acceso a ciertos servicios podrá acceder a aquellos.
Pongo un ejemplo: la prestación de servicios médicos, a cargo de particulares, gestionada por conducto de empresas que, utilizando IA, administran las citas para pacientes. Sólo se tendrá acceso al servicio si se cuenta con la aplicación “gratuita”, a cambio de la información más íntima y personal de las personas que, como ya apunté, se convierten en usuarios.
Esto mismo sucede con cualquier otro “servicio público”. Y desde luego, como el tecnofeudalismo es contrario a la transparencia algorítmica, ni sabemos cómo se gestionan las IA ni conocemos los sesgos en que pueda incurrir. El secreto del código fuente de programación constituye el máximo bien jurídico tutelado por el Derecho tecnofeudal.
La pérdida de la agencia política a cambio del estatus de consumidor. La ciudadanía es una calidad que nos permite participar en la toma de decisiones políticas, lo mismo para decidir quién nos representará, que para realizar consultas, plebiscitos o referéndums. En el tecnofeudalismo la acción política es negativa, en razón de que hace conscientes a los usuarios de la pérdida material de su ciudadanía, por lo que se fomenta la posición rebajada de consumidor, que debe esperar lo que se le quiera ofertar y no buscar el cambio político.
La democracia, entendida como el debate público de diversas opciones políticas, es sustituida por elecciones sin opciones. Esto es, se mantiene la ilusión de diversos partidos, pero se presenta un único proyecto político con matices meramente retóricos: la élite tecnofeudal se protege mediante reglas que, en la práctica, sólo permite la “competencia” entre grupos políticos ya coptados.
En este punto se vuelve fundamental la supresión de los espacios tradicionales para la socialización política. Ni la escuela, ni el sindicato o la plaza pública, y menos la familia; la “discusión política” se realiza en redes sociales, controladas por el propio tecnofeudalismo, mediante usuarios pegados a sus teléfonos, y que balo la máscara de la protección de los derechos, esta nueva élite económica define qué se puede decir y qué no, así como el alcance de cada discurso, y genera una neolengua que refuerza las posturas de buenos y malos, ellos y nosotros.
No es que se sustituya la plaza pública. Es que se elimina el diálogo.