Opinión

El barco y el miedo

Buque Cuauhtémoc

Se necesitaría ser ingenuo para creer en el compromiso democrático del régimen de la Cuarta Transformación en la reforma del poder judicial electoral y la buena fe de la inclemente y falsa promoción de las urnas del próximo mes.

Si bien a mañana tarde y noche la radio, la televisión y todos los demás medios de difusión, formales e informales; tradicionales o digitales nos asaltan con mensajes a cual más sofista y tendencioso, no se debe al fomento democrático: se debe al miedo.

El gobierno tiene pavor de una participación escasa.

La señora Guadalupe Tadei, quien comanda el INE a contentillo del Palacio, necesita para ofrecer buenas cuentas, llegar --por lo menos-- a dos dígitos en el volumen de votantes. Eso significaría entre el diez y el 99 por ciento. No va a lograr lo segundo y se conformaría con lo primero.

Y para lograrlo estimulan, divulgan, difunden, promueven y establecen alianzas para utilizar a Morena como el gran reclutador de votantes.

El partido del gobierno y sus funcionarios son ahora responsables de la leva a ver si mediante la cobranza de la política clientelar y asistencialista, además de la sumisa burocracia obediente, logran algo distinto al ridículo. De todos modos no van a evitar el fracaso, porque las condiciones de tacañería, la falta de casillas, el poco convincente motivo y el pecado original de la reforma no dan para más.

El discurso dicho y repetido de la corrupción del viejo sistema, del nepotismo judicial y demás, no halla de este modo solución. Por eso han llegado a extremos tales como subir a una merolica a la cubierta del buque “Cuauhtémoc”, el desastrado, a promover en NY, una reforma judicial como si a quienes viven allá les importara Lenia Batres y no la persecución de Trump o el gravamen de las remesas.

A la presidenta (con A) le preguntaron sobre este mensaje grabado en el trágico buque escuela y “robaleó” como si nada:

“…Es importante que todos sepan que el buque estaba abierto a la población (pero o a la propaganda sectaria) , es algo que se hace normalmente: llega a un puerto, se abre para que quien desee; personas que viven en Nueva York y obviamente, muchos paisanos y paisanas van, saben que llega (y cómo se va) el Buque Cuauhtémoc, y van y lo visitan para ver cómo es, y se les da explicaciones de cómo es (¿el barco o Lenia?)

“Entonces, en esa apertura de los visitantes hubo algunas personas que filmaron un video. Evidentemente, eso no tiene que ver con un involucramiento de la Marina…”

No vale la pena insistir en el tono faccioso de ese libérrimo video. No es necesario describir lo obvio. Tampoco intentar una polémica con la señora presidenta. No estoy a su altura.

Lo conveniente es inscribir el contenido en la incesante propaganda originada por el pavor de un desaire ciudadano de proporciones enormes, tan altas como el mástil de un velero bergantín.

Y el gobierno quiere evitar eso (o al menos disfrazarlo) a toda costa. Por eso la insistencia presidencial:

“…la gente decidió darle el apoyo a nuestro movimiento para que hubiera mayoría calificada para que hubiera —entre otras reformas profundas de nuestro país como parte de la Transformación— la elección democrática del pueblo de México de jueces, juezas, magistradas, magistrados, ministras, ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación… Decidimos que eligiera el pueblo, que no fuera el presidente de la República. Dicho de otra manera: la Presidenta está renunciando a su derecho a poner a los ministros.

“Es decir, si nosotros no hubiéramos empujado la reforma, ¿quién hubiera decidido los próximos ministros y ministras?, la Presidenta.

“O sea, en mi caso renuncio a ese, esa atribución que me daba la Constitución, para que elija, ¿quién?, el pueblo”.

Entonces hasta el tonto del pueblo preguntaría: ¿si hay tanta convicción popular, para qué tanta propaganda?

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