
Con toda mi solidaridad con Héctor De Mauleón.
Creo que la pregunta crucial que los mexicanos tendremos que responder, no en estos días o meses, sino por mucho tiempo es ¿Cómo sobrevivir, vivir y oponerse a este nuevo (des) orden autoritario? Un desorden que no es una hipótesis o una posibilidad, sino una realidad que ya está paseándose entre nosotros y que tendrá, como una de sus cumbres, una amañada elección de jueces del poder judicial el próximo domingo. No solo un retroceso democrático en toda la línea, sino, propiamente, la demolición de la república.
Me parece que es una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo en México, o en Hungría o en los Estados Unidos: ¿qué estrategias adoptar frente a los autoritarismos modernos? Esos gobiernos vueltos regímenes que llegaron a punta de votos, apoyados popularmente, pero cuyo objetivo central es la concentración del poder para seguir ahí, indefinidamente.
Los dilemas de la elección judicial nos echa en cara esa cuestión de una manera cruda y directa. Quienes tienen ciertos principios y un poco de pudor democrático ¿deben o no participar en un proceso tan claramente distorsionado, manipulado y muy mal organizado?
Estamos ante una situación fabricada en torno a una muy mala idea. Como lo han explicado los mejores juristas, poner a votación a quienes habrán de resolver controversias y conflictos es comprometer su imparcialidad, los incentiva a tomar decisiones para ganar votos y satisfacer a los grupos políticos que les apoyaron en lugar de resolver los asuntos basándose en los hechos y la ley. Lo peor, es que los jueces electos tienden a fallar a favor de sus apoyadores y donantes.
Como dicen los manuales, el voto debe representar a la pluralidad, a este sector, a este interés, a esa ideología. Los jueces, en cambio, deben representar a nadie más que a la ley.
Estamos también frente a un cambio en el diseño legal del Estado irregular, aprobado por una mayoría espuria e inconstitucional. A las carreras, sin discusión y sin escuchar otras voces, menos las de los especialistas en derecho.
Se trata de un expediente cuya organización y procedimientos han sido improvisados, inventados sobre la marcha, complicados y difíciles de explicar para el ciudadano promedio.
La simulación política es inocultable: partidos políticos, muy especialmente Morena y el gobierno, han elaborado listas para promover a sus candidatos más afines, echando mano de ingentes cantidades de recursos para las campañas, la propaganda y la movilización de clientelas. La justicia se partidiza sin recato, abiertamente, sin una autoridad que ponga freno a las irregularidades que todos los días se documentan.
Han sido registradas candidaturas probadamente vinculadas con el crimen organizado y aún, con el narcotrafico.
Y los votantes están (estamos) infra informados, con muy pocos datos y pocas referencias de quienes son las y los aspirantes a ministros, magistrados y jueces. Una elección, casi a ciegas.
¿Lo ven? Estamos ante una elección hechiza que nos retrotrae a los muy viejos tiempos de sesgo y control por el oficialismo.
Plumas lúcidas, tan respetables como Raúl Trejo Delarbre o como Jesús Silva Herzog, o plumas expertas como la de Lorenzo Córdova o Ciro Murayama han argumentado y esgrimido estas y más razones y algunos de ellos concluyen explícitamente que no es aconsejable votar en este gigantesco montaje fársico. No puedo más que darles la razón, pero, aun así, tiendo a pensar algo distinto. Y con eso, regreso al principio: tenemos que pensar muy bien como ser y hacer oposición.
Me parece que el próximo domingo, durante esa estrafalaria jornada electoral, las tareas democráticas son dos. Por un lado, continuar retratando y documentando la impostura, las anomalías antidemocráticas que han tejido y seguirán tejiendo este proceso. Sí, de nuevo, retomar la vieja obligación de vigilancia y observación electoral y la denuncia fundada de los hechos fraudulentos.
Pero por otro lado, si sabemos de una candidata o candidato que es independiente, dueño de una carrera respetable, con evidencias de imparcialidad y está a nuestro alcance votar por él (ella) hay que hacerlo, en un último intento de que el poder judicial no quede completamente a merced de la coalición gobernante.
¿Esto legitimaría el montaje? Esa acusación me recuerda a mis militancias en los grupos radicalizados de hace muchos, muchos años, quienes insistíamos en no acudir a las elecciones fraudulentas organizadas por el PRI y sus gobiernos, allá en los años ochentas: no convalidar aquella farsa electoral (y esta, la del 2025, tiene mucho de eso). Pero abstraerse de y apelar al abstencionismo por principio o por sistema, no era opción entonces, como tampoco ahora.
Para mí, en la jornada de este domingo, la pregunta crucial es “díganme por quién votar”, buscar si existe quien reúna el requisito decisivo de independencia del poder, cierta imparcialidad y profesionalismo documentado.
Lo han planteado los estudiosos más críticos y más implicados en el asunto como Javier Martín Reyes o Miguel Alonso Meza: se trata de localizar y de votar por el menos malo, sobre todo por aquellos perfiles con cierta autonomía frente al gobierno. Hacer lo que se pueda para rescatar algo de independencia del poder judicial en unas condiciones de autoritarismo desenfrenado.
La discusión está en la mesa: frente a la nueva realidad política y abusiva que nos inunda ¿como ser y hacer oposición?