
Cuando en octubre de 2024 Marcelo Ebrard asumió la titularidad de la Secretaría de Economía, lo hizo con una encomienda compleja y estratégica: convertir a la economía mexicana en un motor de desarrollo incluyente, competitivo y con proyección global. Hoy, a tan solo unos meses de su llegada, la dependencia muestra un rostro renovado, moderno, con rumbo claro y liderazgo firme.
Lejos de limitarse a la administración técnica de tratados y estadísticas, la gestión de Ebrard ha apostado por una visión integral: colocar a la economía como pilar del bienestar social. En un país tan diverso como el nuestro, donde la desigualdad persiste y las oportunidades no siempre llegan a todos los rincones, este enfoque no solo es necesario, sino urgente.
Uno de los ejes más visibles de esta nueva etapa es la apuesta decidida por el nearshoring. Aprovechar la relocalización de cadenas de suministro globales no es una moda: es una oportunidad histórica para que México se convierta en destino privilegiado de inversión. Y Marcelo lo sabe. No es casualidad que se hayan fortalecido los vínculos con empresas tecnológicas, manufactureras y logísticas, ni que se estén tejiendo alianzas con estados y municipios para crear condiciones reales de desarrollo económico.
Pero no se trata solo de atraer capital extranjero. La Secretaría de Economía, bajo esta nueva dirección, ha entendido que el verdadero reto está en fortalecer el ecosistema nacional. Desde las microempresas familiares hasta las grandes industrias mexicanas, el mensaje es claro: el Estado debe acompañar, facilitar, simplificar. No poner trabas, sino tender puentes. Así lo reflejan los esfuerzos por reducir la carga regulatoria, mejorar los tiempos de apertura de negocios y vincular el talento joven con las oportunidades productivas del futuro.
En este sentido, el liderazgo del secretario se ha caracterizado por combinar visión estratégica con sensibilidad social. Ha mantenido un diálogo constante con el sector privado, sí, pero también ha escuchado a los gobiernos locales, a las cámaras empresariales regionales y a los jóvenes emprendedores que buscan un lugar en la economía del siglo XXI. La reciente propuesta para incluir a nuestro país en la industria de semiconductores, mediante el Plan México, es un ejemplo de cómo se piensa en grande, pero con los pies en la tierra.
La diplomacia económica también ha cobrado nueva fuerza. Consciente de los retos que vienen —como la revisión del T-MEC en 2026— Ebrard ha reactivado los canales institucionales con nuestros principales socios comerciales y ha posicionado a México como un actor serio, confiable y con capacidad para liderar conversaciones clave sobre innovación, seguridad energética y sostenibilidad.
En suma, la Secretaría de Economía vive hoy una transformación de fondo. Ya no se percibe como una dependencia alejada de la gente, sino como una institución activa, cercana y comprometida con un modelo de desarrollo que genera valor, empleo y bienestar. Y esto, en gran medida, se debe a un liderazgo que no teme tomar decisiones, que prioriza el interés nacional y que apuesta por lo mejor de México.
La economía no puede seguir siendo un privilegio de pocos. Con Marcelo Ebrard al frente, comienza a ser una promesa para todos.