Opinión

Wang Huning, un ideólogo del ascenso global de China (segunda parte)

Wang Huning

En la primera parte de esta colaboración abordé la figura y la trayectoria política de Wang Huning, como el gran ideólogo del ascenso global de China en el siglo XXI. En esta segunda entrega me detengo a analizar uno de los textos fundacionales de su pensamiento: “La estructura cambiante de la cultura política china”, un artículo publicado en 1988 en la Revista de Ciencias Sociales de la Universidad de Fudan, poco antes del gran cisma de Tiananmén y -no menos significativo- del colapso del “socialismo real” del año siguiente.

El artículo ofrecía una radiografía temprana de las tensiones internas que se presentaban en el proceso modernizador de China, que precisamente habrían de explotar en el movimiento estudiantil de 1989 y la brutal represión que lo suprimió. Escrito en el contexto de las primeras reformas de Deng Xiaoping, el texto revelaba las grandes preocupaciones que animarían la obra posterior de Wang: la articulación de un modelo político y económico propio, capaz de integrar tradición y modernidad, sin ceder a la imitación mecánica de los sistemas occidentales. La compleja ecuación de una revolución dentro de la revolución, sin contra revolución. La antítesis del gran derrumbe soviético.

Wang partía de una premisa fundamental: toda sociedad posee una “estructura de cultura política” que condiciona la percepción y la práctica del poder, la autoridad y la participación cívica. Esta estructura, sostenía, no es estática ni homogénea; vive en constante transformación, y se encuentra moldeada por factores históricos, ideológicos, económicos y culturales.

El texto distingue tres componentes esenciales de dicha estructura: los valores profundos que sustentan la legitimidad del poder; las ideas y percepciones que configuran la comprensión ciudadana del sistema político; y los comportamientos políticos que se manifiestan en las formas de participación, aceptación, o resistencia, frente al orden institucional vigente.

El primero remite a las creencias arraigadas sobre la naturaleza de la autoridad (en el caso chino, a pesar de Mao, profundamente confuciano); las ideas y percepciones ciudadanas refieren al modo en el que estos entienden a las instituciones y las dinámicas del poder (en este caso en un escenario dominado por el régimen del partido único y el poder centralizado sin contrapesos); mientras que los comportamientos expresan en la práctica el grado de involucramiento o distanciamiento de los gobernados respecto al marco político establecido (que justamente en 1989 hicieron crisis).

A partir de lo anterior Wang exploró la situación de la China de finales de los ochenta. Identificó una cultura política en transición, marcada por la coexistencia de elementos tradicionales de raíz confuciana e imperial, junto con otros componentes revolucionarios legados por el maoísmo, y los nuevos impulsos derivados de la apertura económica y la incipiente modernización. Esta heterogeneidad generaba tensiones, contradicciones y dilemas que ponían en riesgo la consolidación de un nuevo modelo de gobernanza, que apostara por una estabilidad duradera y eficiente.

Uno de los aportes más sugerentes del texto es su análisis de la relación entre cultura política y modernización. Wang rechazaba la idea simplista de que el desarrollo económico llevaría automáticamente a la adopción de instituciones democráticas de corte Occidental. Por el contrario, advertía que el cambio económico podría agudizar las fracturas sociales, hasta generar nuevas formas de resistencia y descontento, si no se les acompañaba de una adecuada reconfiguración de la cultura política sostenida por el aparato hegemónico del Partido Comunista Chino (PCCh).

Es aquí donde precisamente emerge con gran fuerza una de las tesis centrales que Wang desarrollará en sus escritos posteriores: la necesidad de construir una modernidad con “características chinas”. Esto es, reconocer la especificidad histórica y cultural de China, y rechazar por lo tanto los modelos de imitación acrítica.

Según Wang, La modernización china en las postrimerías del siglo XX debía ser un proceso arraigado en la tradición nacional, capaz de articular simultáneamente los elementos del pasado maoísta, con los desafíos del aquel presente de novedades y cambios. Una suerte de “tercera vía” finisecular frente a la narrativa triunfante del progreso aclamada por el capitalismo Occidental, o la vapuleada utopía socialista de evocación soviética.

Otra contribución notable del artículo es su reflexión sobre el papel del PCCh en este proceso. Wang subrayaba que el Partido no podía limitarse a ser un aparato burocrático; debía convertirse en el eje articulador de una nueva cultura política que combinase eficacia gubernamental con legitimidad cultural y moral. Esta visión anticipará la posterior formulación del concepto de “gobernanza moderna con características chinas”, del que Wang sería uno de los principales ideólogos.

El artículo también muestra una aguda comprensión de los riesgos del proceso de cambio. Wang alertaba sobre el peligro de una “grave desintegración cultural” si el ritmo de la modernización económica superaba la capacidad de la sociedad para adaptarse en el plano simbólico y normativo. En este sentido, abogaba por una estrategia deliberada de reconstrucción cultural, que permitiera gestionar de manera armónica las múltiples transiciones que China enfrentaba en ese momento. Un nuevo nacionalismo modernizador, curado ya de la retórica aislacionista de antaño, y que reconstituyera a su vez el tejido de un muy herido y muy debilitado orgullo nacional.

Lejos de adoptar las modas intelectuales finiseculares -del “fin de la historia” al “choque de civilizaciones”, o la conformación de una nueva globalidad neoliberal y unipolar- Wang buscaba las herramientas analíticas que le permitieran pensar y reimaginar la especificidad china.

Desde ese temprano 1988, Wang sentaba las bases de un nuevo nacionalismo como el gran integrador de la nueva cultura política china. Sin caer en el chovinismo fanático de la Revolución Cultural, el recurso narrativo de la gran China –la Nación imperial del Centro, como lo indica la etimología en mandarín de su nombre- podría funcionar como un recurso de cohesión y movilización. Esta intuición anticiparía el papel central que tendría el nacionalismo cultural en la narrativa que alimentaría el ascenso de China en las décadas siguientes.

El artículo no escapa a las ambigüedades. Aunque Wang subrayaba la importancia de la participación ciudadana en el nuevo modelo modernizador, no quedaba claro cómo se conciliaría esta aspiración con el mantenimiento de un sistema de partido único centralizado y marcadamente autoritario. La tensión entre control político y apertura participativa se mantendría como una cuestión sin aparente respuesta, que seguiría atravesando lo mismo al pensamiento de Wang, que las prácticas pasadas y presentes del PCCh.

Del mismo modo, aunque el autor reconocía en aquel entonces la pluralidad de las culturas políticas en las distintas regiones y estratos sociales de China, no profundizaba en los mecanismos concretos para gestionar dicha diversidad. Su apuesta por una “unidad en la diversidad” se topaba, entonces y ahora, con dos fronteras identitarias: Tíbet y Xinjiang. Es precisamente en estas grietas donde el pensamiento de Wang Huning revela sus límites.

La reflexión sobre los límites de la homogeneización cultural y el reconocimiento de la necesidad de un anclaje moral para el ejercicio del poder son elementos que conectan su obra temprana con las complejidades del presente. Al estudiar este texto, uno comprende que la modernización china no es un relato lineal, sino una tensión constante entre tradición y cambio, entre unidad y pluralidad, entre estabilidad y adaptación, entre reafirmación nacional y reposicionamiento en el exterior.

Es posible entrever en este texto, y de ahí su relevancia, los fundamentos ideológicos del actual proyecto político chino, más allá de los simplismos que a menudo dominan el discurso mediático de sus adversarios. Ofrece claves para interpretar las especificidades del soft power con características chinas, que no busca seducir imitando el modelo occidental, sino afirmar una civilización singular, capaz -sólo de manera reciente- de compartir las mieles de su desarrollo con otros países, otras regiones y otras culturas.

Conocer el pensamiento de Wang Huning nos permite comprender mejor los códigos profundos -en el presente y en el futuro inmediato- de un proyecto nacional que aspira a ejercer influencia global y que, nos guste o no, ha reconfigurando el orden mundial en el primer cuarto del siglo XXI.

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