
La desmemoria es esencial para la eterna inmutabilidad
del fascismo italiano. Los fanáticos, además de ser numerosos,
disfrutan de una excelente mala salud mental, que les permite
pasar de un fanatismo a otro con absoluta coherencia".
Leonardo Sciascia (El contexto).
Por Ricardo Becerra.
Estamos hablando de un fin de época y del inicio de otra, algo muy diferente a una democracia, así que va siendo hora de establecer mojoneras históricas, hablar de un antes y un después, de poner fechas a los grandes procesos políticos que ha vivido el país. Las mías son éstas.
Durante veinte años -los que van de 1977 a 1997- México escenificó una transición democrática real, es decir, vivió un intervalo en el que pervivieron elementos de un sistema autoritario con novedades democráticas cada vez más frecuentes y abundantes hasta que por fin pudo transmitir el poder público (la presidencia) en paz y sin violencia, algo que no había logrado nunca en toda su historia.
Luego -también por primera vez- escenificó una vida democrática por otros veintiún años, de 1997 a 2018. En ese tiempo ¿lo recuerdan aún?, aparecieron juntos y ante nuestros ojos los ingredientes suficientes para una república democrática: el gobierno es ejecutado y ocupado por representantes electos, que son elegidos en elecciones libres y equitativas; prácticamente todos los adultos tienen derecho a votar; los ciudadanos tienen derecho a organizarse y concurrir como candidatos a cargos electivos; se activó el derecho de libertad de expresión, incluyendo el derecho a la crítica al gobierno y a las instituciones; los ciudadanos tienen a su disposición medios alternativos de información y nuestra política se fundamenta en partidos competitivos nacionales. Si: los siete ingredientes que “definen un modelo democrático” según el clásico, estuvieron y se recrearon entre nosotros varios lustros, por primera vez. Robert Dahl. Los dilemas del pluralismo democrático, autonomía versus control. Conaculta y Alianza editorial, México, 1991).
Después -de 2019 a 2025- en poco más de seis años, aquella democracia novicia comenzó a ser desmantelada por obra del propio gobierno, en un proceso gradual para emprender un camino de reversa autoritaria. No vivimos una destrucción estrepitosa sino una sistemática erosión, ahora de los derechos humanos, ahora del derecho de acceso a la información; de la evaluación de la pobreza, de la autonomía de los órganos electorales, de los medios de comunicación públicos, de la seguridad pública como función civil, del pluralismo o del diálogo político y ahora, como corolario, de la independencia del poder judicial.
De modo que, basándose en una mayoría inconstitucional y espuria, ha cristalizado en la constitución mexicana un régimen que ya no es democrático. Y si en el año 2024, el autoritarismo se volvió constitucional, en el 2025 con la destrucción y apropiación de la Suprema Corte, de magistrados y jueces en casi todo el país, el autoritarismo se convirtió un hecho práctico, una realidad actuante.
Podemos reconocer el proceso a toro pasado (como la famosa y hegueliana lechuza del amanecer). Si bien la erosión de nuestra democracia había empezado por la falta de aprecio, por el desencanto producido por tantos fracasos sociales (en materia de crecimiento económico, resolución de la pobreza, desigualdad, violencia e inseguridad endémica y episodios de corrupción a veces inverosímiles por su magnitud), de 2018 a la fecha podemos hablar con propiedad de la “transición al autoritarismo”, como ha sugerido el estudioso Andreas Schedler en su ensayo “Repensar la subversión democrática” (IETD, Configuraciones 54-55, noviembre de 2024. Puede verse aquí https://ietd.org.mx/configuraciones-54-55/).
Para mí, nuestra transición al autoritarismo (2018-2025) ha cursado por tres fases. La primera, fue la de intensa polarización, dividir, partir en dos a la sociedad a la política y la cultura en México. La segunda fue la anulación de las facultades del legislativo, coparlo, someterlo y aún sin mayoría absoluta, mandar que cada iniciativa del Ejecutivo no debe “cambiársele una coma”.
Y la tercera fase, en la que estamos, el sometimiento del poder judicial mediante elecciones a modo.
Mi generación (y la precedente) se quemaron los sesos en el estudio de la democracia y de su construcción práctica. Las generaciones actuales están llamadas a reconocer lo que sabemos de los autoritarismos pasados y contemporáneos y como será posible hacer oposición, resistirlo y escapar de él. Porque una cosa es segura: los populismos como el que hoy se pavonea en México, son experimentos sociales que muy rara vez acaban bien.