Opinión

Encinas: ciudad con memoria

Alejandro Encinas

Buena parte de las razones de la muy limitada presencia opositora actual está vinculada al ascenso de una voluntad colectiva chilanga y nacional opuesta al conservadurismo de la democracia cristiana y al priismo de la decadencia iniciada en los años 80. Al mismo tiempo, las escisiones de lo mejor de ambas corrientes ideológicas representadas por un grupo de personalidades progresistas constituyeron fundamento de la condición de ahora.

Recordar no solamente es gobernar, sino construir oportunidad renovada para la reflexión y la actuación.

La izquierda no conquistó al país desde las urnas federales, comenzó una vertiente de su ascenso robustecido desde esta ciudad. El sismo de 1985 fue el punto de quiebre. El PRI perdió en la mojigatería de Miguel de la Madrid su estrategia territorial. Se recompuso parcialmente con la audaz y denostada visión estratégica de Carlos Salinas y el impacto doble de la percepción negativa frente a la inseguridad por el asesinato de Luis Donaldo Colosio y la paradójica consecuencia animadora e inhibidora del EZLN; le dieron vigencia hasta el año 2000.

Años de una larga y persistente insubordinación democrática. Desde los comités de damnificados hasta las luchas por el voto en la capital incubaron una nueva cultura política, en un proceso con figuras centrales como Cuauhtémoc Cárdenas y Alejandro Encinas.

Esa memoria es trazada ahora por Encinas en “Ciudad de México. Memorias de Siete Siglos”, que pone en palabras e imágenes —códices, mapas— una idea fundamental: esta ciudad se define desde una profunda vocación por el conocimiento de sí misma. Historiografía para reconstituir el vínculo entre territorio, ciudadanía y democracia. Como apuntó en la presentación de ese libro: no basta con reconocerse chilango, hay que entender de dónde viene ese nombre y las batallas en él contenidas. Sin historia no hay identidad… ni ciudadanía crítica.

La trayectoria de Encinas en la izquierda mexicana es crónica de la democratización capitalina. Integrante del movimiento social tras el sismo; Jefe de Gobierno interino cuando la ciudad consolidó su autonomía política; legislador, funcionario federal y copartícipe de una capital simultáneamente, laboratorio de activación nacional. Actualiza el desafío: ahora requerimos una cultura trascendente o lo ganado en las urnas se difuminará en las conciencias.

Para Cárdenas, presente junto a Encinas, los derechos consagrados en la Constitución no bastan si no se ejercen, si no se exigen y viven. Y eso solo ocurre cuando somos parte de una historia común. Por eso, el libro narra —con la misma seriedad con la cual se estudian los códices— los problemas actuales del agua, del drenaje, de la infraestructura. Sobreviviremos como comunidad política si damos resultados con orden y calidad percibida, agregaría yo. Una ocupación tanto de la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, como de la Presidenta Claudia Sheinbaum.

Se ha invertido en infraestructura, pero también en memoria; en derechos y símbolos; en movilidad y arraigo. Necesitamos atajar los desafíos de seguridad, movilidad, contaminación, así como los educativos y de salud visiblemente a debate.

Antonio Gramsci consideraba la hegemonía política consolidada cuando se había construido una cultural. En la Ciudad de México esa tarea nunca concluirá.

El planteamiento de Encinas de llevar la historia local a los libros de texto es urgente: que niñas y niños aprendan sobre los movimientos vecinales, las luchas por el agua, de los barrios resistentes y resilientes ante el desalojo; que conozcan no solo a Hidalgo y Juárez, sino a los comités de damnificados del 85, el liderazgo femenino en la construcción de derechos.

La izquierda capitalina puede sembrar cultura democrática perdurable, aspirar a una ciudadanía plena en conciencia histórica, identidad crítica, sentido del presente y del pasado. Una ciudad con memoria.

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