
Mijail Bulgákov fue un extrañísimo escritor ruso. Oscilaba entre la locura, el surrealismo, la inconformidad política, el exilio, la hostilidad y el genio. A la edición de Navona y la traducción de Marta Rebón de “El maestro y Margarita”, debemos una similitud, quizá precursora del rumbo populista y vicioso por donde la “Cuatro T” quiere enrrumbar algo parecido a una política de vivienda cuya textualidad reproduje líneas abajo.
Antes valdría la pena decir unas palabras en torno de una de las peores aportaciones del priismo a la Constitución de 1917: el derecho a la vivienda sin condiciones ni requisitos, fuera de la realidad económica.
La demagogia comenzó ahí, a pesar de buenos pasos previos, técnicamente diseñados y de justicia social, y muchos programas sociales en el IMSS y los gobiernos estatales o el Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores, convertido ahora en un fondo de vivienda para los invasores y despojadores. El sueño de los “Okupas”, se ha vuelto en México un derecho constitucional.
El modelo soviético fue tan aberrante como el proyecto tabasqueño actual. Octavio Romero con toda seguridad no conoce (tampoco) estos antecedentes pero el instinto es el instinto:
“…fenómeno genuinamente soviético para acabar con las distinciones sociales y la carestía de la vivienda después de la Revolución (las kommunalki o pisos comunales). Ya para el joven Bulgákov fue símbolo de la degradación cultural del nuevo hombre soviético. El espacio vital de una persona se fijó en 9 metros cuadrados. Los vecinos compartían teléfono, lavabo, pasillos y cocina. Bulgákov conoció de primera mano las tensiones derivadas de la vida comunal, el ruido y la falta de intimidad al llegar por primera vez a Moscú.
“De 1921 a 1924, el autor vivió con su primera mujer en una de las primeras casas comunales de trabajadores de la capital, la casa Pigit, antigua propiedad del dueño de una compañía de tabaco, Iliá Pigit, y actual sede de la Casa-Museo Bulgákov (Bolshaia-Sadovaia 10). Las penalidades asociadas a la vida en las kommunalki se reflejan en muchas de sus obras, como en “Casa #13”.
Obviamente el agrónomo tabasqueño cuya enorme habilidad de recaudador financiero nunca ha estado a discusión y le ha sido bien remunerada por el partido no sólo con dinero sino con algo mucho más valioso: la complicidad con el patrono. Don OR no es Bulgákov. Cuando mucho, “Vulgar kov”, pero su visión de las cosas haría palidecer a Nikolái Voznesenski quien entre 1942-1946 tuvo a su cargo el Comité de Planeación del Soviet Supremo de la URSS.
El dinero del Infonavit --como las viviendas--, no provienen de las arcas públicas. Es el ahorro de patrones y trabajadores. Les ha permitido a más de 10 millones de familias, tener una vivienda propia, con todas las ventajas de la legalidad (vender, heredar, etc). Hoy, sin ninguna de ellas y en ilegalidad absoluta (el impago de un crédito es ilegal), cualquiera sin méritos puede ocupar sin créditos ni réditos, una vivienda o dejar de pagar la adjudicación previa. ¿Por qué?
Por la misma razón de todos los demás recursos del populismo clientelar electorero: juntar votos y más votos hasta conseguir un país entero de devotos.
“Octavio Romero Oropeza (La jornada), señaló el lunes pasado que buscarán acuerdos con quienes dejaron de pagar sus financiamientos, pero se mantuvieron en sus hogares, o con las personas que habitan en viviendas abandonadas, sin ser los propietarios originales ni derechohabientes”.
Pero la Segob lo ha matizado. A ver si es cierto.
Quienes están felices ahora son los profesionales del despojo. Y no hablo de la célebre Asamblea de Barrios sino de los invasores cuya industria ha llevado a extremos de alarma a algunos gobierno, hasta de Morena, como sucede en el estado de México donde una ley ya está en proceso para (más demagogia), prohibir lo prohibido: apropiarse de lo ajeno; es decir, robar.
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