
Equívoca e imprecisa a veces para la comprensión del anglicismo, la palabra Gentrificación nos remite al concepto británico Gentry, el cual -dice Arturo Cuyas en su célebre lexicón bilingüe Appleton, significa “gente bien nacida y de buena crianza”.
Más allá del implícito clasismo en la inevitable cauda de los cambios urbanos, la gentrificación vendría siendo la transformación camino al encarecimiento a causa del el arribo masivo de personas bien nacidas y de buena crianza a zonas donde antes había simplemente peladaje, proletariado vil; obreros, menestrales y demás relea de las clases bajas.
Pero sin ver la llegada de “gentries”, aquí nos vienen Whitetrash (basura blanca, como le dicen en Estados Unidos a los pobretones sin educación universitaria) y Rednecks (Nucas rojas tal llaman allá a los campesinos urbanos, republicanos y racistas), el fenómeno gentrificador es una consecuencia financiera de la disparidad económica (y en ocasiones política) de dos regiones o países, como sucede con México y Estados Unidos.
Para los americanos del norte vivir en este país es una ganga. Económica y también social. Así como importan su lengua y sus hábitos, llevan a cabo una vida con sus reglas, con lo cual poco a poco van segregando y apartando a los habitantes de antaño. Los alquileres suben de precio porque ellos pueden pagarlos sin problema. Con dólares de 20 pesos, todo les resulta barato. Y si se compara con gastos similares en su país, las cosas son mucho mejores en México donde además viven sin ataduras y con mayor libertad.
Hace unos días, inducida o no como una distracción o un cambio de escenario para las disputas con Estados Unidos, cientos de personas se manifestaron contra la gentrificación de las colonias Condesa y Roma. Debieron haberlo hecho también contra la realidad invasiva en San Miguel de Allende, Guanajuato; San Carlos, Sonora; Los Cabos, Baja California o Ajijic, Jalisco.
Lo notable de esa expresión no fue nada más el aspecto inmobiliario. Fue el rechazo a la “gringuización” de nuestro entorno urbano. Para mi demasiado tarde. Lo hubieran hecho desde hace años, como, por ejemplo, cuando la embajada americana impidió el castigo de William Burroughs ---uno de los grandes del movimiento “beat” de la literatura estadounidense--, quien asesinó a su esposa en la colonia Roma mientras lleno de sustancias diversas jugaba al tiro al blanco con la señora en el lejano 1951.
“…Joan Vollmer (la esposa asesinada) se levantó, tomó un vaso de cristal y lo puso en su cabeza mientras cerraba los ojos; Burroughs por su parte tomó el arma que estaba en la mesa y disparó. Como es sabido, esta imitación de Guillermo Tell salió mal y en pocos minutos llegaron paramédicos para llevarse a Vollmer, quien sobrevivió unos minutos en la Cruz Roja que estaba en Durango y Monterrey. Policías, reporteros, fotógrafos y abogados llegaron a la escena del crimen.
“Burroughs (Local MX) fue trasladado a la prisión de Lecumberri y aunque ya había contado la historia del vaso en la cabeza a los reporteros en el hospital, su abogado le dijo que la cambiara. Así, oficialmente, Burroughs dijo haber estado revisando la pistola cuando se le cayó de las manos y accidentalmente se disparó, hiriendo de muerte a Joan Vollmer.
“Después de 13 días, William Burroughs fue puesto en libertad mientras continuaba el juicio…” Murió pacíficamente en su país, libre toda su vida, el 2 de agosto de 1997 a los 83 años de edad.
En cuando a la protesta de la semana pasada, con todo y su intolerable violencia, es notable la persistencia de lemas contra los americanos. Como en los años 70 se vuelve a escuchar, “yanquis go home”.
Por lo pronto, ya perdieron en el fútbol.
ERRATA
Me hace ver el gran Pepe Newman una errata en la columna de ayer. El “culiacanazo”, efectivamente, como él dice, fue en 2019; no en 2017. El libertador Ovidio llegó a la presidencia en 2018. Gracias.