
Hay veces en que las cosas relevantes son eclipsadas en la opinión pública por otras, que tienen la característica de levantar ámpula. Es el caso del retiro, de parte de la alcaldesa de Cuauhtémoc, de las estatuas de Fidel Castro y el Che Guevara, que parecían conversar en una banca de la colonia Tabacalera.
Las razones detrás de la decisión de Alessandra Rojo de la Vega son aparentemente ideológicas. Lo cierto es que se trata de una provocación política en la que buena parte de la dirigencia morenista ha caído redondita, entre otras cosas, por su gusto por los héroes de bronce.
Todos tenemos un problema cuando pensamos en los personajes políticos como seres de una pieza y los acomodamos en cajones de héroes o villanos absolutos. Hay muy pocos que entran en esas categorías; la gran mayoría son personajes con claroscuros. En ese sentido, cada erección de una estatua conmemorativa tiene como objetivo instalar una narrativa histórica en la memoria colectiva. Lo mismo sucede con cada remoción. Una estatua no sólo documenta al personaje representado, también lo hace con el momento en que éste es celebrado.
Fidel Castro y el Che Guevara en algún momento representaron las esperanzas de muchos latinoamericanos que deseaban una sociedad más justa y menos dependiente. Pero la historia no los absolvió. Su devenir demostró, con el tiempo, que uno pasaría de ser un dictador ilustrado a un tirano opresor, y que el otro era un fanático intolerante, que deseaba que todos también lo fueran. Ambos hombres fueron capaces de tomar decisiones que afectaron por generaciones la prosperidad y la libertad de una nación entera.
¿Qué representan las estatuas que estaban en la banca de la Tabacalera? ¿Aquellas esperanzas? ¿La reivindicación de esos cuestionables personajes históricos? ¿La alineación del morenismo con esas esperanzas? ¿O su deseo de convergencia con el régimen totalitario que Castro y Guevara terminaron formando?
Alessandra Rojo afirmó que “ni el Che ni Fidel pidieron autorización para instalarse en Cuba y tampoco en la Tabacalera”. Pues no, pero armaron una revolución auténticamente popular a la que el Che distorsionó con su extremismo y Fidel sepultó con su dirección unipersonal y el mantenimiento del poder al costo de lo que fuera.
Nada será en blanco y negro, pero la alcaldesa obtuvo de Morena -empezando por la jefa de gobierno Clara Brugada- la respuesta que le convenía: la indignación ideológica y la afirmación de que esos bronces representan la amistad entre los pueblos de México y Cuba, con todo y manifestación de empleados de la embajada (nada de que “la comunidad cubana en México”). La respuesta fue el alineamiento ideológico con la dictadura.
Obtuvo algo más. Su provocación sirvió como ayuda de memoria para otros actos en los que se ha querido reescribir la historia mediante el retiro de estatuas o de placas. El más notable es monumento a Cristóbal Colón, encargado durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, en el lejano 1873, que fue retirado del Paseo de la Reforma en 2020, “para restauración”, y que ahora se encuentra en el Museo del Virreinato.
Es cierto que detrás del monumento a Colón había una pedagogía, propia del siglo XIX, que no tomaba en cuenta el proceso de descolonización, entre otras cosas porque en términos culturales ese proceso apenas iniciaba. Pero es igualmente cierto que la versión de moda que pinta al navegante como precursor del genocidio indígena es un ejemplo de nula comprensión de la historia y de sus contextos.
En lo personal, me gustaba el contraste en Paseo de la Reforma, entre Cuauhtémoc y Colón, que reflejaba dos visiones en conflicto y era espejo de nuestra propia contradicción histórica (de hecho, el monumento a Cuauhtemoc es apenas una década posterior… porfirista). Ese contraste ahora está perdido. Pero tampoco es para tirarse a llorar.
No creo que la alcaldía en sí gane nada con el retiro de las estatuas de la Tabacalera. Lo que gana Alessandra Rojo es que pinta a cierto morenismo en cuerpo y alma en lo selectivo de su indignación y en sus afinidades antidemocráticas.
La ciudad y el país tienen desafíos enormes por delante y los problemas internos e internacionales no son pocos. Hay una gran cantidad de tópicos por los cuales debatir a fondo. Pero somos más retóricos y simbolistas que otra cosa. Por eso, somos capaces de hacer que la discusión se centre, así sea por unos días, en la interpretación de la historia. Al final, opino, para destruir los monumentos a los héroes y caudillos que han dejado de serlo debería discutirse de manera abierta sobre el destino de esos símbolos. Yo al Che y a Fidel los regalaba a Cuba, a ver qué dice la gente de allá. Otro sueño guajiro.