
Para un gobierno cuya estrategia de conquista del poder se cimentó en la presencia callejera (del Éxodo por la Democracia a la ocupación del Zócalo y el Paseo de la Reforma con movilizados de toda la República en la Ciudad de México) resulta antinatural actuar en contra de grupos encapuchados, violentos y mercenarios.
No importa si estos grupos, si no fomentados, controlados y patrocinados por el propio gobierno, sí tolerados una y otra vez, actúan dentro del terreno universitario –como acaba de suceder—o lo hacen en plena vía pública: de todos modos siempre actúan con impunidad. En los pocos casos de personas detenidas la liberación a las pocas horas es asunto frecuente.
Ejemplo:
“La Secretaría de Gobierno de la Ciudad de México informó que el balance general de las movilizaciones del este sábado para conmemorar el 53 aniversario de la masacre del 2 de octubre de 1968 fue que “se realizaron en términos de paz y respeto a los derechos de terceros…
“No obstante, un grupo de alrededor 80 personas cubiertas del rostro y vestidas de negro realizó a su paso pintas a mobiliario público y fachadas de negocios, rompió cristales, aventó cohetones, petardos y bombas molotov y agredió a elementos de la SSC con martillos, piedras y explosivos, entre otros objetos, algunos de los cuales les prendieron fuego, por lo que se determinó encauzarlos a la altura de Eje Central Lázaro Cárdenas y las calles Donceles y Tacuba}… No
“…la policía solo implementó acciones de contención y usó para su protección el polvo de extintores, escudo y casco”, pero en un momento de inspiración “se propuso al grupo que entregaran martillos, palos, cohetones y el resto de los objetos peligrosos, a cambio de permitirles el paso a la Plaza de la Constitución, lo que no fue aceptado, por lo que se les dirigió hacia la estación Garibaldi del Metro, sin que hubiera detenidos…”
En otras ocasiones (marchas del 2 de octubre o el Día de las Mujeres) sí hubo detenidos. Por muy poco tiempo. Detienen 100; sueltan a 110.
Cualquiera puede preguntar, ¿cómo en una ciudad con más de 20 mil cámaras en las calles no es posible detectar cuando los encapuchados salen de una zona vigilada? ¿No los pueden seguir y detener? Obviamente pueden, pero no quieren. Ellos hacen posible derivar hacia el misterioso el origen de la violencia y permitirle al discurso oficial del pacifismo. Ni un vidrio toro, dicen.
La hipócrita actitud del gobierno de la ciudad, cuya omisión parece complicidad, sustentada en la inexistente extraterritorialidad se viene abajo con una simple pregunta:
--¿Y cuando los incendiarios asaltantes salieron del campus universitario, también los protegía la autonomía universitaria?
Porque una vez fuera, cumplida su piromanía destructora, marcharon serenos y satisfechos. Nadie los molestó, nadie los siguió, nadie los identificó. Esto último quizá porque identificados están desde nace tiempo. Son los mismos.
En febrero del año 2000 la Policía Federal Preventiva, sin romper un vidrio acabó con al huelga del CEU. Muchos de los integrantes de ese Consejo fueron favorecidos después por la fortuna.
El rector Juan Ramón de la Fuente logró la tranquilidad universitaria en parte por el reparto de posiciones a algunos de los “ceuístas”; la distinción académica a otros y el empleo de sus familiares a varios más.
La Cuarta Transformación, tan cercana en sus orígenes a los dogmas del CEU, ahora convertido en gobierno, fue generosa con los opositores a cambio de un oleaje tranquilo.
Si la entrada de la tropa (Wilfrido Robledo, con apoyo jurídico del subprocurador, Everardo Moreno), hubiera violado la autonomía, el rector lo habría condenado. Y no fue así porque tal violación nunca existió.
Hoy los porros del “Che Guevara” violan la autonomía universitaria cada día desde hace casi 20 años y nadie los toca ni con el pétalo de una capucha.
Aunque Morena se vista de seda, Morena se queda.
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