Opinión

El tequila como política de desarrollo embotellada

Esta bebida ha defendido la denominación de origen, logrando un reconocimiento internacional.
Tequila Esta bebida ha defendido la denominación de origen, logrando un reconocimiento internacional.

En un mundo cada vez más homogéneo y desarraigado, defender el origen es un acto de soberanía económica. Pocas industrias mexicanas expresan con tanta claridad la potencia transformadora del territorio como la del tequila. Más que una bebida tradicional, el tequila es una cadena de valor compleja, una fuente de empleo regional, una historia viva y, sobre todo, una muestra tangible de que el desarrollo económico con justicia social es posible cuando se apuesta por lo local, lo auténtico y lo bien hecho.

La historia del tequila es también la historia de una región que decidió hacer del agave su motor productivo, cultural y económico. En los más de 180 municipios que integran la Denominación de Origen Tequila (DOT), el paisaje es inseparable de su vocación. Proteger el tequila es proteger ese paisaje, esos empleos, ese tejido productivo. En Jalisco, Guanajuato, Nayarit, Michoacán y Tamaulipas, el tequila genera más de 90 mil empleos directos e indirectos. Esto no es casualidad: es resultado de décadas de organización, innovación y visión territorial.

El Consejo Regulador del Tequila (CRT) ha sido clave para consolidar esta industria como una potencia nacional con reconocimiento internacional. A través de una gobernanza compartida entre productores, empresas, autoridades y consumidores, el CRT ha logrado algo fundamental: mantener la calidad, la trazabilidad y el vínculo con el origen, al tiempo que el tequila conquista más de 120 países. Cada botella certificada no solo contiene líquido: contiene campo, trabajo, identidad y regulación inteligente.

En este contexto, el programa Hecho en México representa una oportunidad estratégica para fortalecer aún más esta cadena. No es un simple sello; es una política de Estado para posicionar al país en el comercio global sin perder su carácter nacional. Incorporar al tequila en esta narrativa no solo fortalece su marca, también empuja a otras industrias a aspirar a ese estándar de calidad con identidad. Porque el desarrollo no solo se mide en PIB, sino en el valor agregado que se queda en el país, en el campo y en las manos de quienes producen.

El Plan México y los Polos de Desarrollo para el Bienestar deben mirar hacia este tipo de casos de éxito. El tequila demuestra que es posible construir cadenas de valor de alta calidad ancladas en el territorio, con empleos dignos, reglas claras y beneficios compartidos. ¿Por qué no replicar esta lógica en otras vocaciones regionales como el cacao de Tabasco, los destilados de agave del Estado de México, Puebla, Tlaxcala y Oaxaca, el café de Chiapas o el chile de Yahualica?

El desarrollo con justicia no es una utopía. Es estrategia, es voluntad política y es capacidad de aprender de lo que funciona. El tequila no solo es un símbolo nacional: es una política pública embotellada.

Tendencias