Opinión

Pista de aterrizaje

Sobre la cuestión Woke

Es imposible ignorar o no tomar discusión en serio con lo wokey con los wokistas.No se han vuelto, ni de lejos, una mayoría pero si un archipiélago de grupos extraordinariamente activos, demandantes e influyentes en las organizaciones sociales, en los medios, en determinados partidos, legislativos e incluso en gobiernos de variado nivel y de variadas corrientes.

Como bromea Zizék, “es el primer movimiento al que no le conviene convertirse en mayoría” porque dejarían de ser lo que les da su aura de legitimidad: que son o se reclaman, precisamente “minorías oprimidas”.

Pero no solo por su influencia -que ha llegado muy lejos en Estados Unidos, por ejemplo- sino por lo que propone, por el variado abanico de reclamos (unos más que justos y atendibles, otros extremistas, polarizantes o simplemente chiflados) cuya acumulación política y cultural en el mundo de hoy, merece una respuesta asimismo, política e intelectual. Pero veamos primero que es y de donde viene el reclamo woke.

Dice el estudioso Yascha Mounk que sus orígenes argumentales hay que buscarlos en Focault y en su llamado radical a rechazar los “grandes relatos” sociales, especialmente los del progreso y el poder, marxismo y feminismo incluidos.

¿He dicho feminismo? Si, en tanto Foucault y la deriva wokede su pensamiento sostiene que no hay tal representación del interés general de las mujeres, como no hay la representación general del interés del proletariado. Son estereotipos dice, las identidades ya no deben agregarse sino deben desdoblarse (véase, La trampa identitaria. Una historia de las ideas y el poder en nuestro tiempo.Paidós, 2024). Y allí está el detalle.

La visión de la sociedad como un conjunto de estamentos especiales, con sus derechos especiales, incluso con un constitucionalismo especial, es deudora de esa tradición: cada quien su tribu, cada quien su status jurídico que depende -no de su condición de ser humano- sino de su circunstancia, de su propia percepción o de su leal saber y entender.

De modo que, una lesbiana o un homosexual, no son portadores de derechos por su humanidad, sino por su adscripción particular, a veces “decidida subjetivamente”, lo cual en palabras de Ivan Kréstev, abre las compuertas a un tribalismo disfrazado de progresismo. Pero el problema es todavía más serio.

Su agenda -variada y profusa- nos arrastra (arrastra a las democracias) a establecer aquí y allá, distinciones entre “nosotros y ellos” y a poner condiciones para incluir a los del endogrupo y para tratar distinto a los del exogrupo. De modo que se renuncia o se le da la vuelta a la aspiración ilustrada tanto del liberalismo como del socialismo ¿la recuerdan? “todos somos iguales y con los mismos derechos”. Ahora, la aspiración es una sociedad de los distintos, dueños de derechos y representaciones especiales. Si algo hace el movimiento wokees que la ciudadanía dependa de categorías de identidad grupal (como raza, el género, la orientación sexual) y no por nuestro ideal, por la condición humana que nos hace iguales.

Como argumenta Mounk: puedo saberme muy diferente a un campesino del centro de Kentucky, a una lesbiana de California, por ejemplo, pero la gran apuesta política (de izquierda) es que también “puedo reconocer que somos compatriotas, que coincidimos en una lista importante de ideales políticos y que compartimos el hecho de ser humanos” (p.22).

Y luego el wokismo ha tenido la manía de enredar agendas y tratar por ejemplo, a las mujeres como “una minoría” y no precisamente, como la parte mayoritaria pero maltratada de la sociedad. Lo declaró un activista trans-especie en 2023, de Alemania: “todos los agravios son iguales”. Una mujer indígena que un señor que se siente perro, alguien que nació con gran desventaja material y alguien que decidió pertenecer a una especie canina. Ustedes juzgarán.

El punto es que para los wokelas víctimas subjetivas son igual de atendibles que las víctimas reales. Y es allí donde fueron rebasados por… la extrema derecha. ¿Ah, si? Pues Donald Trump resultó ser el maestro, el “woke absoluto”.

Dice el filósofo Pascal Bruckner: “Trump… ha retomado la retórica victimista de los wokey la ha extendido a todo el pueblo estadounidense. Interpreta el victimismo del ciudadano blanco común que sufre porque es víctima de la élite globalizada de Washington. Las élites académicas difunden la ideología mortífera de las minorías, pero según Trump, América es la víctima del mundo entero. Es un gran país que se ha sacrificado para salvar al mundo y al que el mundo está saqueando”. Por eso, ¡vengan los aranceles!, otro tipo de estantes y compartimentos.

Moraleja: quien ha sabido aprovechar mejor la marea wokista no son los oprimidos reales, sino los oportunistas que fingen serlo en Estados Unidos, en Europa, pero también en México.

Allí tienen ustedes a Abelina López de Acapulco, la señora Dato Protegido de Sonora, a Layda Sansores la pobre gobernadora de Campeche, en ese río revuelto se disfrazan como criaturas indefensas que deben ser amparadas por un estatus jurídico especial. Ojo: no es que la violencia política contra las mujeres no exista, es que es tan delicuescente ese derecho que quien mejor le ha sabido sacar raja son las personajas en el gobierno, con muchas relaciones políticas y con bastante poder. ¿Oprimidas y víctimas reales? Bien gracias.

Por eso (y por muchas otras cosas) es que hay que dar un debate en serio con ese mundo woke. No porque algunas de sus demandas no sean válidas y hasta angustiantes, sino porque rompen con el ideal político que parte de la base ilustrada (“todas y todos somos iguales”); porque no aspira a la cohesión universalista sino al tribalismo social; porque no permite reconocer la gravedad de las agendas de las personas con problemas que están en su realidad material, y de las que proviene de su percepción individual, y porque, en la revoltura victimista propiciada, ha sido la derecha extrema y los autoritarios más ineptos quienes han sabido explotar la psicología del radicalismo y el victimismo woke.

Para mí, un viejo militante de izquierda democrática, no hay que aceptar que la cuestión de la identidad y del reconocimiento, la pertenencia grupal y los instintos tribales, se conviertan en factores que ahora determinan nuestra convivencia presente ni futura, ni en el discurso ni en las leyes. Al menos, no debemos aceptar sus premisas, sin sostener el debate y darles la crítica que merece cualquier movimiento que sí tiene algo que decir y defender.

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