Opinión

Adolescentes en C5: seguridad renovada

Lluvia provoca caos vial en la Ciudad de México
Captura de pantalla C5 Captura de pantalla C5 (La Crónica de Hoy)

La juventud tiene una forma particular de asomarse al mundo: mira desde el asombro, la urgencia, la pregunta, el deseo de transformar su entorno, la incertidumbre ante el empleo y la ocupación adecuada para salir adelante.

Pocas cosas tan juveniles como preguntarse por el sentido de la seguridad como una oportunidad de vivir en paz y proyectar los valores de la familia en un énfasis recuperable si hemos de compartir la idea, según la cual, la base de entornos seguros es siempre la comunidad activa, asertiva, valiente.

Cuando cincuenta adolescentes entran al Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano (C5) de la Ciudad de México y preguntan cómo se conecta una cámara con una patrulla, cómo se monitorea una emergencia, cómo una videollamada puede salvar una vida, la controladora verticalidad asumida como centro de la seguridad deja de tener un sentido. Se inicia una conversación horizontal. Aparece entonces la probabilidad cercana de una generación no solo obediente de protocolos, sino capaz de reescribirlos.

En el marco del curso de verano organizado por el Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM) y el programa Visitas Cívicas del C5, un grupo de entre 12 y 17 años —hijas e hijos de policías, paramédicos y rescatistas— recorrió el corazón de la seguridad de la capital nacional.

Caminaron por los pasillos donde se opera la videovigilancia, escucharon la voluntad de las y los operadores de las líneas 9-1-1, 089, *765, 55 5036 3301 contra la extorsión y el fraude, así como la operación de Locatel y del C5 del Agua y la Línea del Agua *426.

Esta y decenas de visitas previas muestran a las y los jóvenes como observadores activos, protagonistas de su transformación hacia el ejercicio de una ciudadanía indispensable para la seguridad. México es un país joven. Según datos del INEGI, al 2023 había 13.6 millones de personas de 12 a 17 años. En la CDMX eran aproximadamente 770 mil. Representan la energía de la generación que votará en 2027 y 2030 por primera vez.

Abrirles las puertas del C5 es más que una visita guiada. Es un acto cívico de reconocimiento de una capacidad societal por la seguridad. La vigilancia no es solo tecnológica o policial, sino también de nueva conciencia. La comunidad no se construye a partir del miedo, sino de la responsabilidad mutua.

Las personas jóvenes pueden recomponer el tejido social, así como han sido víctimas y victimarios durante más de tres décadas de violencias vinculadas a la inseguridad persistente en el país. El Papa León XIV, en su mensaje al Jubileo de la Juventud —donde se reunieron un millón de jóvenes—, expresó: “aspiren a cosas grandes, no se conformen con menos”. En México lo grande sigue siendo la seguridad como revela la determinación de la Presidenta Claudia Sheinbaum para enfrentar sus desafíos.

En la capital nacional, en política pública se han dado señales de comprender la urgencia de incluir a la juventud como actora. La Jefa de Gobierno, Clara Brugada, ha enfatizado la noción de una ciudad que no puede permitirse perder a sus jóvenes en manos de la delincuencia. Por eso, ha impulsado programas no solo para atenderles, sino para integrarles a proyectos de vida dignos. Uno de los más significativos es la beca de transporte, para apoyo de estudiantes de escuelas públicas.

Lejos del discurso de la mano dura o del castigo ejemplar, la apuesta es la prevención y la proximidad. Lo que está en juego no es solo evitar que un joven delinca, sino ofrecerle razón para no hacerlo y apoyar sus estudios como trayecto de movilidad y oportunidades. Ciertamente en todas las escuelas deberían enseñar inglés lo cual no ocurre.

Las y los adolescentes visitantes del C5 este verano encontraron más valor en su voz, exponencial valioso en su mirada que puede volverse estratégica y en su empatía con la comunidad en vez de la delincuencial narrativa del miedo y la desconfianza.

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