Opinión

Curtis Yarvin y el ascenso de la ultra derecha en EEUU

Curtis Yarvin

A veces la historia de nuestro presente se desliza sigilosa, no por las tribunas parlamentarias y gubernamentales, los medios de comunicación tradicionales o, los centros académicos para el pensamiento, sino a través del lenguaje encriptado de las redes, entre algoritmos, plataformas digitales, blogs, likes y followers. Se trata de nuevas formas del activismo digital, hasta hace poco marginales, pero que han sustituido a la plaza pública tradicional como un lugar de incubación ideológica. La figura del bloguero-profeta Curtis Yarvin es uno de esos casos singulares, y uno sumamente perturbador.

Nacido en los Estados Unidos en 1973, Yarvin era un avezado desarrollador de software -con un futuro asegurado en Silicon Valley y en el Índice Nasdaq- hasta antes de reinventarse como un bloguero extremadamente popular, y un pensador ultra liberal de extrema derecha, con millones de seguidores. De joven promesa de un nuevo Steve Jobs, Yarvin terminaría convertido en de los principales ideólogos del régimen extremista que gobierna Estados Unidos bajo el binomio Trump‑Vance.

Como en las tragedias clásicas, no se sabe si se trata de un demagogo febril y exaltado, un impostor, o un genio del mal a la Darth Vader. Lo que sí se sabe es que estamos ante un hombre nacido hace media centuria, cuyo pensamiento, escrito en un principios en las catacumbas digitales del siglo XXI, ha encontrado su lugar no en el margen, sino en el centro mismo del poder en Washington.

Criado entre libros y estímulos intelectuales tempranos por sus padres -una académica y un diplomático- como otros miembros de su generación pasó por las universidades de élite de la Ivy League, abandonó un doctorado en Berkeley, y fundó una empresa tecnológica. Hasta ahí, su biografía no parecía diferenciarlo demasiado de los miles de talentos reciclados por la maquinaria tecno-meritocrática norteamericana. Lo que lo distingue es lo que pensaba y, sobre todo, lo que escribía en las redes digitales -cada vez con mayor visibilidad e impacto- mientras estas trasformaciones en su carrera profesional ocurrían.

Bajo el seudónimo de Mencius Moldbug, entre 2007 y 2014 Yarvin dirigió un blog de pensamiento político ultra conservador titulado Unqualified Reservations, un título que ya anunciaba el tono de sus propuestas y alegatos: sin reservas, sin disculpas, sin adherencia a los valores canónicos de la democracia Occidental, enemigo declarado de la corrección política, por considerarla venial y pusilánime.

La firma del autor del blog de marras aludía lo mismo a Mencio, el filósofo chino discípulo de Confucio -no menos sabio que autoritario-, que a un neologismo creado por el propio Yarvin: “Moldbug” que podríamos traducir como “bicho del moho”. Un alias socarrón que mezclaba autoridad filosófica y provocación burlona, un nombre falso que reflejaba bien su estilo: textos extensos y en apariencia eruditos, cargados de un tono sardónico, desencantado y provocador, redactados tanto para impresionar como para incomodar.

En aquel blog escribió sus peroratas no menos obsesivas que circulares, profundamente elitistas, corrosivas para la tradición democrática, y revestidas de un tono pseudocientífico que, pese a todo, han logrado seducir a millones de seguidores escépticos de la realidad imperante (de aquellos que niegan la condición esférica del planeta, a los que ponen en tela de juicio la universalidad de los derechos humanos) a la búsqueda de nuevas respuestas ante lo que considera el colapso de las viejas certidumbres liberales y que, en el caso estadounidense, quedarían asentadas en el arranque del Acta de Independencia de 1776: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Verdades ya no tan “evidentes” para personajes como Yarvin, como máximo representante de los nuevos utopistas de la ultra derecha. ¿Quién iba a decirlo? la utopía marxista que terminó aplastada en los pasillos autoritarios del Kremlin, reviviría como una nueva promesa de futuro en los sótanos de la revolución digital, con Marte como nuevo destino colonialista, extraccioncita y extraplanetario. (Las aspiraciones de Musk y Bezos de llegar al planeta rojo con el impulso de sus fortunas multimillonarias no es una casualidad).

En ese blog Yarvin sentó las bases de lo que luego se conocería como la Ilustración Oscura (Dark Enlightenment), una corriente que propone, sin ambages, la disolución de la democracia moderna en favor de gobiernos autoritarios dirigidos por élites racial y tecnológicamente superiores. Algo a lo que han llamado la “tecno-monarquía”. (En tierra de ciegos digitales, el tuerto -Elon Musk- es rey).

No se trataba ya de una simple defensa del conservadurismo del partido Republicano, sino de la demolición teórica del sistema entero. La democracia es, para Yarvin, un “software fallido” al que se debe reemplazar por un “nuevo sistema operativo político” que funcione con la precisión aplastante de una corporación: con un CEO al mando de su país y del planeta, sin un Congreso entorpecedor, sin prensa libre, sin contrapesos ni derechos colectivos, con ejecutivos-capataces a la altura del desafío, y ejércitos de trabajadores pastoreados por la Inteligencia Artificial (un rebaño de los nuevos Tiempos Modernos como los imaginó Chaplin en 1936), cuya una opción para sobrevivir radicaría en la suma equilibrada entre la eficiencia productiva y la sumisión: los súbditos de esta delirante tecno monarquía absolutista.

Lo que parecía en su momento una provocación se ha convertido en un manual de operaciones para la nueva élite blanca, protestante y republicana. Una hoja de ruta que, por lo pronto, va por su segunda oportunidad al frente de la Casa Blanca.

El vicepresidente J. D. Vance ha señalado públicamente a Yarvin como ejemplo de patriotismo y ha exaltado su propuesta de jubilar a todos los empleados federales: los “burócratas” liberales de Washington -entiéndanse liberal como “de izquierda”- al servicio del ineficiente, corrompido y decadente aparato gubernamental. Spengler revisitado y radicalizado. Yarvin ha llegado a la Casa Blanca, y es él quien ahora le escribe los discursos al vicepresidente.

Es el de Yarvin un programa distópico y despótico que, con el acrónimo RAGE (Retire All Government Employees), propone desmantelar el aparato estatal y reconstruirlo bajo lealtades políticas impedidas de cualquier forma de la disidencia, con fuerte dosis de autoritarismo. Lo que empezó como una provocación intelectual ha terminado por convertirse en doctrina oficial. La idea de que el Estado mismo es un enemigo a erradicar ya no se limita a los discursos de campaña: es hoy el centro mismo de la arquitectura del nuevo gobierno que intentan construir Trump y sus aliados dentro y fuera de los Estados Unidos: de Netanyahu a Bukele, pasando por su versión casi paródica: Milei.

Lo más inquietante no es sólo el desprecio a la democracia liberal. Lo más grave es la sustancia ideológica que alimenta esas propuestas. Yarvin no ha ocultado nunca sus simpatías por teorías racistas disfrazadas de ciencia. Ha citado -y defendido- la idea de que ciertos grupos étnicos tienen inferioridad intelectual congénita. Ha descrito la esclavitud como una institución “natural” en ciertos contextos históricos. Ha relativizado el racismo como reduciéndolo a una superstición moralina de las élites ilustradas de la vieja izquierda europea. Y lo ha hecho con un lenguaje clínico, limpio, sin la estridencia de los supremacistas de antaño. No lleva capucha blanca como los rancheros del Ku Klux Klan, no grita “¡White Power!”, pero justifica,desde una aparente racionalidad las mismas jerarquías que otros enarbolaron con odio, asesinatos y cruces ardientes. Es, si se quiere, un racista del siglo XXI: más eficaz, más digerible, más letal.

Durante años, estas ideas circularon en foros marginales, espacios digitales poblados por desencantados, trolls, bots y libertarios radicales de carne y hueso. Yarvin se convirtió en un pensador de referencia para una parte creciente de la élite tecno-autoritaria. Representa el rostro de los nuevos fascismos que ya gobiernan una porción sustantiva del planeta. Lo leyeron como un visionario, un disidente, un Nietzsche con código binario. Y en ese tránsito del margen al centro, Yarvin dejó de ser un bloguero oculto para transformarse en algo mucho más poderoso: el programador ideológico del nuevo autoritarismo estadounidense.

En enero de este año Yarvin asistió como invitado de honor a la gala inaugural del nuevo gobierno. No necesita un puesto para tener poder. Le basta con las ideas. Como los ideólogos que en otros tiempos susurraban al oído de los emperadores, Yarvin habita hoy ese espacio ambiguo entre el poder real y el invisible. Lo que asusta no es que Yarvin piense lo que piensa. La historia está llena de pensadores extremistas, marginales, provocadores. Lo que estremece es que hoy lo escuchen los que mandan. Que su desprecio por el sufragio, su nostalgia por la monarquía, su naturalización de las jerarquías raciales y su estrategia de demolición del Estado hayan dejado de ser notas al pie en los foros de internet, y se hayan convertido en el esqueleto conceptual del nuevo poder en Estados Unidos.

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