
Hace algunos meses escribí sobre lo laborioso y complicado que era publicar un artículo antes de la era del internet y cómo esta herramienta nos facilitó la vida (La Crónica de Hoy, 2-02-25). Pero nos trajo otro problema. La facilidad de distribución de artículos por internet y la consecuente generación del acceso abierto trajo como consecuencia la proliferación de revistas de mala calidad y procedimientos dudosos que llamamos depredadoras. De acuerdo con una publicación reciente en Lancet (enero 2025), se calcula que hay al menos 15 mil revistas depredadoras.
Las revistas depredadoras típicamente tienen centenas de editores asociados y encima, invitan a investigadores a ser editores huéspedes de temas particulares, con los que un investigador se puede sentir halagado y lo acepta. Al final, la revista, para su propio beneficio, pone a trabajar sin remuneración alguna a investigadores que, además, pagan sumas elevadas por la publicación. En estas revistas el proceso de revisión por pares es dudoso o ficticio y los artículos se aceptan fácilmente. No les interesa la ciencia, sino el negocio.
La presión por publicar ha traído como consecuencia diversidad de prácticas que son éticamente cuestionables, pero que hasta el momento se perciben como casos individuales. Sin embargo, un artículo publicado la semana pasada en el PNAS (doi.org/10.1073/pnas.2420092122) revela que el problema parece obedecer a un sistema de fraudes a gran escala. Es decir, que no se trata de casos aislados, sino de una posible red. Algo similar al crimen organizado.
En este trabajo los autores comentan que compilaron 32,786 artículos producidos por lo que ahora se llama “paper mills”. Empresas que venden artículos fabricados en los que se pueden detectar imágenes previamente publicadas y/o frases enteras copiadas, pero que al ser sometidos a revistas depredadoras no son detectados. De estos se han retractado 8,589.
El artículo que comento analiza el comportamiento del comité editorial de una revista: PlosOne, de 2006 a 2023, tiempo en el que se han publicado en la revista 276,956 artículos, de los que analizaron la interacción entre 134,983 autores con los 18,389 editores. Lo que descubrieron es que hay 45 editores que manejaron el 1.3 % de los artículos aceptados, pero de ellos emanó la retracción de 702, que corresponde al 30 % de los artículos retractados. Esto rebasa lo que hubiera sido esperado por azar. Asimismo, identificaron a 21 autores cuyos artículos fueron manejados por 22 de esos 45 editores, lo que nuevamente revela una asociación que va más allá del azar.
No hay que caer en la trampa. La comunidad científica formal toma poco en cuenta las publicaciones en malas revistas. Es mejor publicar en las revistas que tienen abolengo. Revistas que vienen de tiempo atrás y que son órganos oficiales de asociaciones médicas o científicas serias, aunque en ocasiones no tienen factores de impacto tan altos. Por supuesto, la aceptación de artículos en dichas revistas es más difícil, pero vale la pena intentarlo, porque lo publicado en estas se toma mucho más en cuenta y permanece en el colectivo del conocimiento más tiempo.
Publicar un artículo no es el punto final de un trabajo. Es la mitad del camino. Los resultados publicados serán leídos, analizados y criticados. Lo que queremos es que nuestros pares los acepten, los citen y los incorporen al conocimiento. Esto es más probable que ocurra si el artículo está publicado en una revista de reconocido prestigio. De hecho, si el artículo está en una revista depredadora, es probable que nuestros pares ni siquiera se den cuenta de su publicación.
Dr. Gerardo Gamba
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e
Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM