
Desde hace meses el ejército de Estados Unidos, a través del Comando Norte, prepara con detalle operativos en territorio mexicano. Han ajustado la trayectoria de sus satélites, destructores con tecnología de última generación han tocado costas mexicanas, aviones espías surcan cielos nacionales, dicen que en particular sobre Sonora y Sinaloa. En el escritorio del general Gregory M. Guillot hay varias carpetas ejecutivas de las diferentes opciones.
El general Guillot, hasta donde entiendo, no ve a México como un enemigo, sino como una suerte de Estado fallido que no puede, o no quiere, terminar con el acoso permanente de las bandas del crimen organizado. Guillot sostiene pláticas periódicas con generales del Ejército mexicano a quienes conoce personalmente, incluso se dice que hay camaradería entre ellos. Para nadie es un secreto que la inmensa mayoría de los oficiales mexicanos han pasado largas temporadas en escuelas militares del vecino país, hablan inglés, han creado lazos de cooperación que siguen vigentes.
Lo anterior para establecer que nadie allá está pensando declararle a guerra a México, ni remotamente. Una operación a gran escala sería carísima. Un ejército de ocupación llevaría a la quiebra al gobierno de Estados Unidos en cuestión de días y además no serviría ni para detener la migración ni el tráfico de fentanilo. Se abriría, en cambio, una etapa larga de inestabilidad en América Latina porque llegarían a México milicias cubanas, venezolanas, brasileñas, chilenas, incluso. El Ejército de Estados Unidos no quiere eso. Quiere en su frontera sur un gobierno fuerte, eficaz y aliado.
Una cosa es el Pentágono, que es permanente, y otra diferente la Casa Blanca que da bandazos cada cuatro años. Donald Trump tampoco quiere invadir México, anhela golpes mediáticos que lo muestren ante su electorado como el presidente americano que va por los traficantes hasta su propia madriguera. Trump quiere salir en los noticieros de la noche mostrando la cabeza de uno o dos narcos mexicanos y sus cómplices en el gobierno.
Va por un golpe quirúrgico con potencial mediático y en esas anda. Puede ocurrir en cualquier momento. Hay que elegir el blanco y montar un operativo que permita que el grupo de fuerzas especiales tenga al lado un camarógrafo de Fox. Algo muy parecido a un montaje. No es sencillo porque muchos de los narcos principales viven en ciudades mezcladas con la población, no en cuarteles. Como he referido, un experto en trabajos de inteligencia me dijo alguna vez, en son de broma: si no quieres que se sepa, ni lo pienses. Lo dijo para mostrar la sofisticación de los artilugios de espionaje. Muchos de los jefes narcos que siguen operando, comenzando por el Mencho, seguro están en su radar desde hace años, pero ir por él a una comunidad como El Grullo, donde se la pasa bien el jefe del CJNG, puede resultar complicado.
Nosotros en México tenemos que responder la siguiente pregunta: ¿Qué haremos si el Pentágono realiza una acción militar unilateral en nuestro país? Digamos, por poner un ejemplo, que vayan a Culiacán y extraigan a Iván Archivaldo Guzmán. Lo más probable es que el gobierno se rasgue las vestiduras con el tema, siempre resbaladizo, de la soberanía nacional. ¿Vamos a arriesgar la vida de soldados para evitar que se lleven a ese matón?
Puedo apostar que el gobierno mexicano ha tenido docenas de oportunidades de liquidar o detener a Iván Archivaldo o al Mencho en la última década. No lo ha hecho por cálculo político, por interés económico o una combinación de ambos factores. Si acá no hicimos la chamba y alguien de fuera la hace, será vergonzoso, de acuerdo, pero que ningún mexicano arriesgue el pellejo por salvar criminales.