
Según las estimaciones más recientes del INEGI correspondientes a 2024, el 29.6% de la población mexicana vive en situación de pobreza: alrededor de 38.5 millones de personas cuyos ingresos no alcanzan para comprar una canasta básica de alimentos y cubrir los bienes y servicios indispensables para la vida cotidiana. Además, sufren al menos una de seis carencias que definen oficialmente la pobreza: rezago educativo, falta de servicios de salud, ausencia de seguridad social, viviendas precarias o hacinadas, carencia de servicios básicos en la vivienda o dificultades para acceder a una alimentación suficiente.
Dentro de este universo ya vulnerable, existe un grupo aún más golpeado: el 5.3% de la población —cerca de siete millones de personas— que vive en pobreza extrema. Son quienes no logran adquirir ni siquiera la canasta alimentaria y, al mismo tiempo, enfrentan tres o más de esas carencias sociales. En términos simples, los pobres entre los pobres.
Lejos de ser solo estadísticas, estas cifras plantean una pregunta urgente: ¿quiénes son, dónde viven y qué características comparten estas personas? Responderla no es solo un ejercicio académico, sino una herramienta indispensable para quienes diseñan y aplican las políticas públicas en México.
El perfil de los más pobres
Los datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), en combinación con las estimaciones de pobreza del INEGI, permiten trazar una radiografía de quienes viven en pobreza extrema en México:
- Mayoría joven, indígena y del campo. Seis de cada diez personas en pobreza extrema se identifican como indígenas, más de la mitad vive en zonas rurales y aproximadamente la mitad son mujeres. Su edad promedio es de 29 años, lo que muestra que la pobreza extrema golpea principalmente a la población joven.
- Alta concentración en el sur. Más de la mitad de la pobreza extrema del país se concentra en cuatro estados del sur: Chiapas (23%), Guerrero (11%), Veracruz (10%) y Oaxaca (10%). Si a ellos se suman el Estado de México (9%) y Puebla (7%), seis entidades en conjunto reúnen cerca del 71% de todas las personas en esta condición a nivel nacional.
- Características de los hogares. Los hogares en pobreza extrema suelen estar encabezados por personas de alrededor de 49 años y tienen, en promedio, seis integrantes. En uno de cada cuatro casos, la jefatura recae en una mujer. La gran mayoría carece de estudios avanzados: en el 99.5% de los hogares el jefe o jefa no cuenta con educación profesional completa y en el 92.7% su escolaridad llega, como máximo, a la secundaria.
- Apoyo gubernamental limitado. Solo cuatro de cada diez personas en pobreza extrema provienen de hogares que reciben algún tipo de apoyo gubernamental, lo que refleja que una mayoría queda fuera de la cobertura de estos programas.
Políticas públicas y desafíos
Un hallazgo importante del análisis es la limitada cobertura de los programas gubernamentales entre la población en pobreza extrema. La restricción opera en dos niveles: apenas el 37% de estas personas habita en hogares que reciben algún tipo de apoyo y, aun en esos casos, los recursos resultan insuficientes para revertir su condición.
De ello se desprende la necesidad de diseñar políticas públicas específicas para esta población, con mecanismos de focalización que garanticen que los apoyos lleguen efectivamente a quienes más lo requieren. Una vía prometedora es aprovechar el desarrollo reciente de herramientas de inteligencia artificial: modelos de aprendizaje automático que, a partir de levantamientos rápidos y georreferenciados, permitan identificar con mayor precisión a la población en pobreza extrema y priorizar su atención.
Además de una correcta focalización, estas políticas deben articularse en dos horizontes. En el corto plazo, asegurar que las familias tengan acceso a los alimentos necesarios para cubrir sus necesidades nutricionales. En el mediano plazo, fortalecer sus capacidades productivas, educativas y sociales para que logren superar la pobreza de manera sostenible.
La inacción frente a la pobreza extrema puede condenar a millones de personas a permanecer en lo que la literatura académica denomina trampas de pobreza, con efectos que perpetúan desigualdades y cierran oportunidades de desarrollo para las generaciones futuras.