Opinión

(E)lecciones bolivianas

Jorge Quiroga y Rodrigo Paz

Los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Bolivia, que han dejado fuera de toda posibilidad a la izquierda populista que ha gobernado ese país por dos décadas, obligan a una reflexión que vea las características peculiares de esa nación andina, pero que también pueda ayudar a entender procesos similares en otros países.

Se preveía, desde antes del domingo, una debacle de las izquierdas en Bolivia, a partir de dos elementos. Uno es la crisis económica, marcada por una inflación de aproximadamente 30 por ciento -difícil de estimar con exactitud porque muchos productos tienen precios bloqueados-, una gran escasez de combustible, que provoca filas de más de tres horas para conseguirlo, y una escasez todavía más grandes de dólares, que limita las importaciones y pone presión sobre las finanzas. El otro es la ruptura entre Evo Morales y el presidente Luis Arce, que derivó en la presentación de una izquierda fracturada a las elecciones: dos candidatos, Eduardo Del Castillo, por lo que queda del MAS y Andrónico Rodríguez, de Alianza Popular, mientras que Evo llamó a anular el voto.

Lo novedoso fue, en primer lugar, que el ganador de la primera vuelta no fue Jorge Tuto Quiroga, expresidente, el candidato más visible de la derecha, sino Rodrigo Paz, democristiano quien se presentó como independiente. Rodrigo Paz es hijo de Jaime Paz Zamora, quien fue, entre 1989 y 1993, presidente de Bolivia por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (a pesar del nombre, una organización de centro con rasgos populistas). La otra novedad fue el impresionante desplome del MAS, que obtuvo apenas 3 por ciento de los votos y, cuando mucho, un solo senador (tenía el 60 por ciento de escaños en la Cámara Alta). Si sumamos al MAS, Alianza Popular y el voto nulo que promovió Evo Morales, llegamos al 31 por ciento, que es menos de lo que obtuvo Paz.

En otras palabras, asumiendo como “evistas” todos los votos nulos, las izquierdas obtuvieron poco menos de un tercio de la votación, Rodrigo Paz una cantidad un poco superior y los candidatos de la derecha abierta, el otro tercio. Paz ya recibió el apoyo del candidato que quedó en tercer lugar y va viento en popa hacia una victoria en la segunda vuelta. La pregunta ahora es cómo se hará de esa victoria.

Los datos subrayan que la división Evo-Arce no alcanza para explicar la derrota de las izquierdas. Dos terceras partes de los electores votaron por una opción diferente.

El masismo boliviano, centrado en la figura de Evo Morales, se dirigió a su agonía a partir de dos paradojas. La primera, su excesiva dependencia respecto al líder carismático, que se revirtió cuando éste trató abiertamente de dominar el movimiento por encima de las leyes y de los otros intereses legítimos. Si escudriñamos en la votación, vemos que el voto nulo es mayor a la suma de los candidatos de la izquierda: Evo sigue teniendo arrastre, aunque esté lejos de sus años de gloria popular. No le bastó ser influyente, quería ser determinante e imprescindible , y en esa ambición ayudó al desastre. La segunda, el mal manejo de la economía, creyendo que las subvenciones sociales bastaban para asegurar el respaldo mayoritario. Alta inflación, escasez de productos y harto subempleo y desempleo terminan pesando más que los apoyos sociales, por más que estos aumenten (y tienen un límite). El crecimiento sostenido es necesario también políticamente.

Una victoria de un candidato abiertamente derechista hubiera puesto en serio peligro las subvenciones, los precios bloqueados y las transferencias directas que buena parte del pueblo boliviano considera como derechos adquiridos. Eso, a su vez, sería caldo de cultivo para una nueva rebelión y una crisis institucional, económica y social en el corto plazo. Es de suponerse que el probable triunfo de un candidato más centrista implicará cambios menos radicales. El que Paz haya ganado en las regiones donde antes ganaba el MAS es indicador de que la gente que abandonó el partido de Evo no quiere el vuelco neto hacia la derecha.

Durante casi 20 años los políticos tradicionales intentaron, sin éxito, erosionar la mayoría del MAS (si acaso, la limaron un poquito). Ni siquiera un golpe de Estado sacó a ese movimiento del poder. Pero ahora llega un outsider, una figura emergente que no es vista (con razón o sin ella) como parte de la vieja clase política y hace la tarea, ayudado por la combinación de circunstancias.

La clave para el futuro próximo de Bolivia está en la relación Paz-Evo. El expresidente tiene todavía el músculo político para incidir. Es posible que lo intente desde la segunda vuelta. Veremos que tanto logra hacerlo. Lo que ya no tendrá es la hegemonía. Y eso no es poca cosa.

Habrá quien quiera aplicar, tras estas elecciones, la teoría del péndulo, y piense que los gobiernos de izquierda populista (y no populista) en América Latina caerán como fichas de dominó. La tendencia existe, pero por fallas y excesos de esos gobiernos, no por una ley de hierro. Por lo tanto, sería ingenuo generalizar.

Finalmente, una acotación. El sistema electoral boliviano es muy similar al que todavía existe en México: una parte de representantes electos por mayoría simple y otra, por listas plurinominales, de partido o alianza. La izquierda boliviana puede darse de santos de que, cuando tenía una súper mayoría, no hizo pasar una reforma electoral para acabar con la proporcionalidad. Se hubiera quedado sin un solo parlamentario.

fbaez@cronica.mx

Twitter: franciscobaezr

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