
Si Donald Trump bombardea México con el pretexto del narcotráfico, será una operación de propaganda política, no de combate a las drogas. De hecho, una acción militar unilateral del Pentágono afectaría la estabilidad política del país, dejaría a la presidenta Sheinbaum sin argumentos para seguir cooperando y dispararía la migración ilegal y el tráfico de estupefacientes, todo a cambio de una nota de alto impacto en los noticieros nocturnos.
¿Se puede terminar con el narcotráfico en México? La respuesta es no, no se puede. El objetivo real, de cualquier forma, no es ese. Lo que se busca es que las bandas criminales dedicadas al tráfico de drogas no conformen un Estado paralelo, que no sean el poder real en muchos municipios, que los carteles no puedan desafiar a las fuerzas armadas en un combate abierto. Se debe y se puede achicar el narcotráfico, para que sea una actividad de callejones, no de avenidas, bancos, casas de bolsa, conciertos, hoteles de lujos, casinos, concesionarios de autos de alta gama. Debe haber por ahí algún gobierno que en realidad quiera acabar con el narco, Estados Unidos y México no son de ellos.
El Tío Sam no puede pasar ni un solo día sobrio. Es una sociedad adicta. El poder letal del fentanilo, su capacidad para transformar en zombis a los consumidores les metió un susto mayúsculo, pero mientras eso pasaba la entrada de cocaína a ese país está alcanzando niveles récord. La producción de cocaína en Colombia y Bolivia va al alza, parece difícil de digerir, pero es justo así.
Por su parte México no puede pasar ni un solo día sin el dinero del narco. Es una sociedad adicta al dinero sucio. La corrupción somos todos, decía un refrán cuya vigencia entristece. En el colmo del cinismo a lo largo del sexenio pasado estuvo vigente la política de “abrazos, no balazos”, que empoderó a los carteles hasta niveles inauditos. El presidente López Obrador viajó media docena de veces a Badiraguato, con pretextos inverosímiles.
¿Qué hacer? En Estados Unidos se tiene que achicar el mercado, que es el motor del trasatlántico criminal. Tienen, según dijo Obama, un insaciable apetito de drogas. Además, EU les lava el dinero a los narcos y les vende armas, y después se desgarran las vestiduras por los zombis de Filadelfia. ¿Son o se hacen?
En México se tiene que buscar una vacuna contra la corrupción, rehacer policías y sellar las aduanas. México tiene una debilidad congénita para cuidar sus aduanas. Cualquier encargado, civil o militar, todavía no termina de sentarse en su escritorio cuando ya está recibiendo ofertas generosas para dejar pasar uno que otro contenedor. Tal vez alguno haya dicho que no, pero otros no solo dejan pasar contenedores, no ven cientos de carro tanques de ferrocarril o buques gigantes con huachicol fiscal. ¿Tenemos remedio?
Antes de seguir adelante hay algo que debe quedar claro para todos: eliminar o encarcelar a los jefes de las bandas no acaba con el narco. Hay que acabar con ellos porque su lugar, por el daño que han provocado, es la cárcel o el panteón. Hay casos incluso en que la desaparición física de un capo detona una balcanización de bandas y el surgimiento de jefes más pequeños, pero no menos sanguinarios. El caso de Arturo Beltrán Leyva es paradigmático. En vez de tener un jefe, cuando los marinos mataron al Barbas, en Guerreo y Morelos surgieron un montón de pandillas que dominan porciones más pequeñas de territorio y que están en guerra constante unos con otros. Rojos, Ardillos, Guerreros Unidos, Tequileros, Cartel Independiente de Acapulco, Mazatlecos y otros más surgieron después de la muerte de Beltrán Leyva.
En el negocio del narco, muerto el perro no se acaba la rabia, se expande entre perros más pequeños, pero igualmente feroces.