Opinión

Reducción de la pobreza, pataletas y advertencias

Reducción de la pobreza

Hay píldoras que son difíciles de tragar. Una de ellas es cuando hay que tragarse la soberbia. Eso es tan complicado que varios no lo logran, encuentran mecanismos para devolver la píldora y hacen la pataleta. Es lo que ha pasado con algunos economistas ortodoxos, y con no pocos opositores de pocas entendederas, ante los datos sobre reducción de la pobreza que ha arrojado la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares (ENIGH).

El camino más fácil ha sido la negación. Como la ENIGH es levantada por el INEGI, que está a cargo de una exsecretaria de Economía del gobierno de AMLO, entonces los datos son falsos. Para algunos ciudadanos, el INEGI pierde de sopetón toda la credibilidad que había acumulado por décadas, a pesar de que la metodología sea similar (y, por lo tanto, los errores de sobre y subdeclaración sean los mismos). Todo se resume en política y en decir “a este gobierno no le creo”. Es exactamente lo mismo que decía López Obrador cuando era opositor: “yo tengo otros datos”. Los de la cabeza de cada quien.

Otra cosa que se ha dicho es que no puede haber habido mejor distribución del ingreso si hemos tenido años de estancamiento económico y hay rezagos evidentes en materia de salud y de educación. Son distintos tipos de confusión, uno tiene qué ver con un malentendido acerca de las variables económicas y el otro con las históricas definiciones de pobreza de parte del INEGI y del Coneval.

Sobre el primer tipo, hay una frase de un conocido economista brasileño, Edmar Bacha, que dice: “la tasa de crecimiento del PIB es el felizómetro de los ricos”. El PIB no mide el bienestar de la población, sino la dinámica de la economía. Podemos tener una economía que crece, pero sólo beneficia a una pequeña porción de la población, generando más desigualdad (y tenemos a los ricos felices), y podemos tener una economía que no lo hace, pero en la que hay un reparto mejor de los ingresos (y los ricos se quejan). El problema con el estancamiento económico es otro, sobre el que volveré más tarde.

Sobre la segunda confusión, el tema es que se define como pobre a quien tiene pobreza de ingresos y al menos una de las vulnerabilidades sociales que identificaba el Coneval. La condición primera es la pobreza de ingresos. Hoy tenemos a millones de mexicanos que dejaron la pobreza de ingresos, pero tienen más vulnerabilidades sociales que antes. El caso es que ya no se les considera pobres (algunos volverán a serlo, sobre todo si se ven obligados a incurrir en gastos catastróficos en salud).

Un argumento con más peso es el que declara que esta situación de incrementos en el salario mínimo, que permea en la estructura de muchos mercados ocupacionales, no es sostenible sin un futuro aumento sostenido en el PIB. Es cierto, en lo fundamental. Lo curioso es que varios de quienes esgrimen este argumento aseguran que ya se llegó al límite. Sin embargo, si vemos la distribución entre ingresos por trabajo e ingresos por capital, así como la relación entre salarios y productividad, encontraremos que la economía mexicana aguanta todavía unos años con bajo crecimiento y redistribución. No es lo ideal, porque sin creación anual de cientos de miles de empleos formales a partir de la inversión pública y privada, se reduce notablemente el margen de maniobra. Pero no sería la catástrofe.

Finalmente está quien, antes de quejarse porque el PIB no crece, atribuye a un “modelo económico” de la 4T los resultados. Por una parte, ese modelo no existe. El aumento a los salarios mínimos -que no era una propuesta original de López Obrador- apenas si compensa una serie de errores en una conducción económica que ha sido, en lo esencial, muy similar a la de los gobiernos del PRI y el PAN. Si no hay un cambio de timón en materia de inversión pública, tanto en infraestructura como en el gasto social, se habrá, efectivamente, reducido la capacidad para la redistribución del ingreso, y los paliativos de los apoyos sociales servirán cada vez para menos.

Por otra parte, siempre hay que cuidarse del fetichismo de las variables. El objetivo de la economía es satisfacer de manera creciente las necesidades, también crecientes, de la población. Idolatrar a la tasa de crecimiento del PIB, al superávit fiscal, a la estabilidad de los precios o a la distribución del ingreso, sin tomar en cuenta lo demás, son todas formas de enajenación. Y no ayudan a resolver los problemas de fondo.

Termino con una ayuda de memoria, autocitándome, con columnas aparecidas en Crónica durante 2014 y 2015. Hace más de una década.

“En términos de pobreza por ingresos, estamos como cuando se empezó a medir, en 1992. Hace 23 años, el 53.1% de la población tenía ingresos por debajo de la línea de bienestar; el año pasado, el porcentaje era de 53.2%. Tantas vueltas para llegar al mismo lugar. Y, en términos de combate a la pobreza, otra generación perdida. Es un indicador de que el crecimiento económico ha sido claramente insuficiente para disminuir un problema estructural. Pasan las décadas y la pobreza, como el dinosaurio de Monterroso, todavía está aquí.”

“El problema mayor no está en la insuficiencia de las políticas de desarrollo social, sino en la política de ingresos de las personas. En la política salarial del sector formal, que es el determinante principal de la estructura de ingresos familiares. Si consideramos que el mercado interno es secundario, y que lo importante es que la economía sea competitiva en el exterior, y para ello castigamos los salarios (competimos epidérmicamente, a través de la baratura de la mano de obra), el resultado, año tras año, lustro tras lustro, será el mismo: media población sumida en la pobreza”.

“Si el pacto social, roto desde hace tiempo —y que no se debe confundir con el pacto político generador de reformas— no se regenera, de manera que los salarios ocupen una proporción mayor del producto, tras décadas de ir a la baja, el resultado final será económicamente pobre, por escasez de la demanda interna y, sobre todo, políticamente volátil. Son realmente sensatas las voces que llaman a un aumento del mínimo. No sólo en lo económico, sino sobre todo en lo político. La paz social sí importa… el aumento a los salarios mínimos significa tirarle un lazo a la parte del electorado tendencialmente lopezobradorista más interesada en asuntos caros a la izquierda, que en la lógica del rencor contra todo”.

“Para defender a la democracia mexicana hay que trabajar por mejorar la economía mexicana: hacerla más dinámica y más redistributiva. Si las fuerzas democráticas del país no se esfuerzan en ello, será el turno para las que tienden al autoritarismo, sea institucionalizado o caudillista, que tendrán en el malestar social un buen caldo de cultivo para su demagogia”.

Que los economistas ortodoxos, hoy derrotados en toda la línea, no digan que no se les advirtió. Sí se podían subir los mínimos, y el efecto hubiera sido benéfico, no la desgracia que anunciaban.

Sirvan estas líneas también como un reconocimiento para quienes pugnaron por aumentar los salarios mínimos desde hace más de una década. Otros se llevaron las mieles políticas, pero el tiempo les ha dado la razón.

fbaez@cronica.com.mx

Twitter: @franciscobaez

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