
El primer Informe de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum tiene mucho en común con casi todos los informes presidenciales que he escuchado a lo largo de los años, de las décadas, de toda la vida. Es una enumeración de logros, con poco o ningún espacio para la autocrítica. Se dice lo que supone que la gente quiere escuchar, que es algo que le conviene al político, en vez de dar cuentas, junto con los logros, de los problemas verdaderos y los retos a los que se enfrenta el país, que es lo que le convendría escuchar a la población. Pero tampoco podemos pedirle peras al olmo.
En este Informe hubo subrayados, pero también sesgos y no pocos silencios. Esa combinación, en sí misma, deja ver que el resultado de estos once meses de gobierno ha sido de claroscuros, no de esa brillantez que dicta la propaganda.
De entre los subrayados importantes, uno tiene qué ver con la reducción de la pobreza, medida por el INEGI, en estos últimos años. Se trata de un logro no menor, pero que deriva esencialmente del cambio en la política de ingresos; es decir, de mejores salarios. Ese subrayado va acompañado por otro, que denota sesgos, y es la enumeración y cálculo copeteado de las familias beneficiadas por los distintos apoyos sociales que da el gobierno federal.
La intención es la de insistir, por asociación de ideas, que la razón fundamental de que haya menos pobres en el país está en los apoyos directos y no en la política salarial. Más aún, Sheinbaum atribuye el hecho a “la gran hazaña del presidente López Obrador, que separó el poder político del poder económico”. Y aquí lo que importa no es que, en realidad, no se hayan separado, sino el tributo al antecesor y su concepto de transferencias en efectivo “sin intermediarios”. Hay que quedar bien con el caudillo.
Otro subrayado es el referente a la capacidad que ha tenido su administración para capotear, dentro de lo cabe, las amenazas arancelarias de Donald Trump. Es cierto que México es el país con menor porcentaje de aranceles de parte de EU, pero también lo es que estamos, de todas formas, en una situación más inestable y menos favorable que hace un año. En cualquier caso, es deseable, como lo expresó la presidenta, que México alcance un mejor acuerdo con Estados Unidos, en el marco del T-MEC.
A ese subrayado hay que agregarle un silencio, el referente a la débil defensa que han tenido nuestros connacionales ante la embestida antiinmigrante de Trump. Y otro más, el que se guarda respecto al trato hacia los migrantes que intentan usar nuestro país como zona de tránsito hacia Estados Unidos.
Sheinbaum también hizo énfasis en la cooperación en materia de seguridad con el gobierno estadunidense, subrayando que “la política de construcción de la paz se decide soberanamente en México”. Aclaración necesaria, porque, en ese rubro, la población quiere lo que la presidenta afirma: cooperación, pero no subordinación. Donde prefirió guardar silencio es en el cambio de estrategia, porque lo cierto es que se está dejando atrás la política de “abrazos, no balazos”, tan cara a López Obrador, a quien no hay que molestar. También hubo entendible mutis respecto a las denuncias sobre relaciones entre el crimen organizado y algunos importantes integrantes de su partido.
Hay en el informe también varios sesgos importantes. El más claro tiene qué ver con la visión acerca de la reforma judicial, que desembocó, entre otras cosas, en una nueva Suprema Corte. Para la presidenta Sheinbaum son buenas noticias, efectivamente. Pero lo son para ella porque ahora encuentra un poder judicial más alineado políticamente con su gobierno, no porque comience “una nueva era de legalidad”. La población en general ahora está más vulnerable ante el poder político.
Otro sesgo está relacionado con la apreciación de la presidenta acerca del comportamiento de la economía. Hay una reticencia -entendible, para efectos de propaganda- para aceptar que llevamos años de estancamiento. Estamos lejísimos del “momento estelar” que ve Sheinbaum. La inversión privada, tanto nacional como extranjera, está lejos de las potencialidades del país. La inversión pública, particularmente en educación, salud e infraestructura, sigue cayendo en términos reales, y eso que ya estaba muy baja. Y hablar de los bajos porcentajes de desempleo abierto en México es un chiste viejo (desempleado es quien no trabajó una sola hora y buscó empleo activamente: queda fuera de la estadística quien tiró la toalla, quien consiguió una chambita mínima, quien se pasó por necesidad a la informalidad). Agreguemos a todo eso el fetiche del tipo de cambio del dólar, y tendremos una visión idílica de la economía, que poco sirve para avanzar en el cambio estructural que se necesita.
Podemos decir, a favor de Sheinbaum, que la escasa inversión pública está mejor dirigida que en el gobierno anterior (aunque, claro, hubo silencio sobre el costo de esas tres faraónicas obras insignia, que todavía pesa sobre las arcas públicas) y que los nuevos “proyectos emblemáticos” son más innovadores y menos costosos.
Silencios relevantes: sobre las desapariciones (mejor hablar de la caída en la tasa de homicidios), sobre los apoyos interminables a Pemex y CFE para que sobrevivan (eso sí, se siguió hablando de soberanía energética) y, notablemente, sobre la regresiva y autoritaria reforma electoral que se cocina.
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