Opinión

Nerón, los baches y los mártires

Baches (Rogelio Morales Ponce)

Estaba yo a menos de veinte metros de Fidel Castro en el aeropuerto José Martí de La Habana cuando le escuché estas palabras en el discurso de bienvenida al Papa Juan Pablo II.

“...Como aquellos cristianos atrozmente calumniados para justificar los crímenes, nosotros, tan calumniados como ellos, preferiremos mil veces la muerte antes que renunciar a nuestras convicciones. Igual que la Iglesia, la Revolución tiene también muchos mártires...”

Aquella célebre oratoria, tan bien escrita como para no sospechar en sus líneas de la mano correctora de Gabriel García Márquez, amigo y publicista de Fidel (a pesar de su genialidad literaria), me dejó muchas frases en la memoria.

“Los mártires de la Revolución”.

Antes, había leído a Tácito, con su historia sobre el incendio de Roma provocado por Nerón.

«...Para cortar por lo sano los rumores públicos, Nerón inventó los culpables, y sometió a refinadísimas penas a los que el pueblo llamaba cristianos y que eran mal vistos por sus infamias. Su nombre venía de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio había sido condenado al suplicio por orden del procurador Poncio Pilato.

“...Momentáneamente adormecida, esta maléfica superstición irrumpió de nuevo no solo en Judea, lugar de origen de ese azote, sino también en Roma, adonde todo lo que es vergonzoso y abominable viene a confluir y encuentra su consagración...”

Roma, punto de confluencia de todo lo vergonzoso y abominable y encuentra su consagración, decía Tácito como si se refiriera, por muy anticipado tiempo y distancia a la actual Ciudad de México.

Para otro quedará analizar si el sufrimiento de los primeros cristianos nada más logró acendrar la fe y volverla, como la iglesia anunciada, una roca sobre la cual no pudieron prevalecer las puertas del infierno. Hasta ahora.

Pero vuelvo a Tácito:

“...Por esto, aunque esos suplicios afectaban a gente culpable y que merecía semejantes tormentos originales, nacía sin embargo hacia ellos un sentimiento de compasión, porque eran sacrificados no a la común ventaja sino a la crueldad del príncipe» (15, 44)”.

Y al parecer Fidel tenía razón. La revolución necesita sus mártires. Y la Transformación también.

Con todo y sus veladas invocaciones religiosas (por ejemplo “El éxodo por la democracia”) el pensamiento fundacional y las primeras acciones de la Cuarta Transformación tiene mucho de catacumba y persecución; mártires autonombrados y víctimas en cada esquina, como ocurrió con los primeros cristianos. No hablemos de la cotidiana repetición del Sermón de la Montaña y las bienaventuranzas a los pobres.

Por eso comprendo absolutamente y respaldo a Clara Brugada, nuestra jefa de Gobierno, tan calumniada ella.

El agujero, borde, coladera desnivelada o vil chipote, donde voluntariamente y alevosamente fue a dar con todo y silla el paralímpico corredor colombiano fue sembrado ahí por los adversarios de la luminosa IV-T, con las mismas intenciones del manotazo al noble patricio agredido por la horda abusiva y tricolor en el Senado.

Es una vil campaña contra el humanismo, pero frente a los reaccionarios y calumniadores se alzará como el cristianismo contra el imperio romano, la luz verdadera que acabará con el odio racista y clasista de la derecha moralmente derrotada, aunque superemos en cráteres a la (García) Luna.

De seguro ese truhan selenita los puso para lastimar el prestigio administrativo y constructor de los actuales perseguidos.

Si a aquellos los jodía Trajano, a los actuales servidores de la Nación los quieren martirizar los medios venales, los oligarcas y los jueces corruptos que ya se fueron.

Aquellos que iban a morir eran también expuestos a las burlas: cubiertos de pieles de fieras, morían desgarrados por los perros, o bien eran crucificados, o quemados vivos a manera de antorchas que servían para iluminar las tinieblas cuando se había puesto el sol”.

Ahora no se hace eso.

Basta y sobra con obligar a los ciudadanos a prosternarse a los pies del altivo César vendedor de hule (¡huleeeero!) quien acobardado se esconde tras una momia.

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