Opinión

Signos de nuestros nuevos tiempos

Los senadores Alejandro Moreno y Gerardo Fernández Noroña se enfrascan en manotazos y empujones al término de la permanente

Alejandro Moreno Cárdenas, senador y presidente del PRI, y Gerardo Fernández Noroña, en ese momento presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, se enfrentan en la tribuna de la Comisión Permanente del Congreso al término del periodo de sesiones de ésta, llegando, incluso, a las agresiones físicas. Frente a la falta de tolerancia, respeto y sentido democrático, el encono, el resentimiento y la división explotaron en forma de violencia. Es espectáculo es un vodevil que ofende e indigna a quienes afirman que profesoras jubiladas que trabajan como taxista y que son levantadas, encañonadas por grupos delincuenciales y obligadas a grabar un video para después aparecer sin vida, en realidad mueren de infartos. A otros, en cambio, los altera en su juicio para afirmar que “¡por fin hay oposición!”, como pensando que ese es el camino para construir alternancia en una democracia a la que juran defender.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación renueva su integración, junto con la mitad del resto del Poder Judicial Federal, como resultado del proceso electoral que derivó de la reforma constitucional. Más allá de lo anecdótico que puedan resultar una toga con motivos típicos de nuestros pueblos y comunidades indígenas o el rito de la entrega de bastones de mando, preocupa la desinstitucionalización de uno de los tres órganos de gobierno del Estado y el sometimiento de sus estructuras a otro Poder, adelgazando la de por sí famélica democracia en la que vivimos. Pero parece que la irrelevancia de los ropajes o la inocuidad de un logotipo rediseñado ganan la discusión y marcan lo que a la mayoría le resulta trascendental. De la calidad, imparcialidad y eficiencia en la impartición de justicia, otro día podemos hablar. Ahorita, en pleno inicio del derrumbe, lo que importa es lo otro.

La coincidencia entre el pensar y el decir, el decir y el hacer y el hacer y el reprender, está ausente en el partido gobernante y, seguramente, en la clase política en general, demostrando que la congruencia no es un valor muy apreciado entre quienes ostentan el poder. Evidentemente los hechos cometidos desde el poder siempre serán no solo más escandalosos, sino, justamente por cometerse desde el poder, reprobables. Si a eso, además, se le suma la inconsistencia entre la idea, la palabra, el hecho y la sanción, todo toma un matiz más pernicioso. Nadie duda de las corruptelas del pasado ni tampoco de que estas se sigan cometiendo desde la oposición, pero ello no minimiza ni mucho menos justifica lo que hoy se comete desde el poder. Un paseo por Tokio, un pão de Deus en Lisboa o una vista hacia los cerros de Tepoztlán no son sino el reflejo indudable de la frivolidad – aquella que arruinó al peñanietismo – y, en un descuido, secuela de la corrupción.

Son algunos de los signos de nuestros nuevos tiempos y a ellos, piensan muchos, habrá que acostumbrarse. Una distopía disfrazada de transformación en la que no lo único, aunque quizá sí lo principal que ha cambiado son nuestros valores y el sentido que le dábamos a la política y la democracia. No es que la política mexicana algún día haya sido de enorme dignidad y honorabilidad – pillos han existido en todo momento y se han vestido de todos los colores –, pero sorprende, del lado de ellos, el galopante cinismo con el que cabalgan con aires de grandeza e ínfulas de dignidad y, del nuestro, el de la sociedad, el ominoso y desganado silencio que no hace sino mostrar la apatía, el conformismo, la indiferencia. Tampoco podemos engañarnos afirmando que la democracia antes de 2018 estaba rozagante y gozaba de cabal salud, pero lo de hoy empieza a tener un tufo en el que se entremezclan los olores del autoritarismo y la anarquía.

No es un personaje pendenciero con aires de macho de cantina que infla el pecho y trompica al adversario el que nos saque de eso, pero tampoco los picapleitos de las redes que con sus afilados 280 caracteres los que nos devuelvan la esperanza de recuperar la democracia. Somos todos, los sin fuero de carne, sangre, hueso y encéfalo los que tendremos que provocar una sacudida que nos diga que sí, que esos son algunos de los signos de nuestros nuevos tiempos, pero que los tiempos de hoy no nos gustan y que habremos de hacer que tiempos mejores vengan. Estamos a tiempo, pero el tiempo apremia.

Profesor y titular de la DGACO, UNAM

Twitter: @JoaquinNarro

Correo electrónico: joaquin.narro@gmail.com

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