Opinión

Odio político

El comentarista conservador Charlie Kirk recibió un disparo en una universidad de EU
El comentarista conservador Charlie Kirk recibió un disparo en una universidad de EU Liberan a sospechoso (CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH/EFE)

El homicidio del activista político ultraconservador estadounidense Charlie Kirk, mientras pronunciaba un discurso en la Universidad de Utah, ha encendido un acalorado debate sobre las consecuencias del odio y de la polarización política en nuestras sociedades. La muerte del también influencer, no solamente ha sido un episodio de violencia política, sino que ha amplificado discursos de odio, reforzado la polarización afectiva y tensionado el espacio para el debate público en redes sociales, así como en instituciones políticas y académicas. Se aprecia un choque entre la protección de la libertad de expresión y las reacciones políticas y sociales ante lo que se considera un discurso intolerante. Claramente, el odio y la polarización derivan del populismo de ultraderecha que enrarece aún más el clima de confrontación al convertir el hecho en un símbolo de luchas ideológicas.

Así ocurre bajo el gobierno de Donald Trump quien acusó del atentado a la “izquierda radical”, iniciando contra quienes critican a la derecha una persecución caracterizada por acusaciones infundadas, despidos del trabajo e intimidaciones de todo tipo en un intento muy obvio por instrumentalizar la tragedia. Distintas figuras públicas han sido acusadas de celebrar la muerte o hacer comentarios ofensivos, mientras la polarización se expande también en distintos países europeos como Italia, donde la primera ministra Giorgia Meloni acusa directamente a la izquierda y a los intelectuales de crear un clima de odio y violencia política. En tal contexto, la ultraderecha se manifiesta abiertamente en Londres -acompañada por Elon Musk en videoconferencia- reuniendo a más de 110 mil manifestantes contra los migrantes, mientras que Marco Rubio se reúne con el genocida Netanyahu para “analizar” la anexión de Cisjordania por parte Israel.

En tales escenarios, las democracias contemporáneas aumentan no solo la divergencia ideológica, sino el desprecio mutuo entre distintas facciones políticas. Este fenómeno facilita que noticias violentas se conviertan en símbolos y sean interpretadas a través del enfoque: “nosotros contra ellos”. La configuración de audiencias segmentadas, la viralidad, la desinformación y los algoritmos favorables al contenido emocional, tienden a magnificar las reacciones públicas en casos de atentados políticos. Algunos estudiosos del terrorismo suicida afirman que ha llegado la “era del populismo violento”, donde se incrementan tanto los discursos de confrontación como los actos incendiarios cometidos por individuos radicalizados más que por organizaciones políticas.

El odio es una pasión compleja y persistente que implica un fuerte rechazo hacia una persona, grupo, idea o cosa, con el deseo -implícito o explícito- de provocar daño, exclusión o destrucción del objeto odiado. El sentimiento del odio sobrevive porque forma parte de nuestra estructura emocional, como un motor que da sentido o regula la realidad interna. No es simplemente una emoción momentánea, como la ira, sino un

vínculo sostenido en el tiempo que configura la manera en que el sujeto se relaciona con el mundo. El odio es una relación negativa pero estructurante. No desconecta al sujeto del objeto odiado, sino que lo mantiene unido a él por medio del rechazo. Representa una forma de reconocimiento negativo. El odio se aprende, se hereda y se institucionaliza. No siempre es espontáneo, puede ser promovido y legitimado por sistemas simbólicos como la política, la religión, la nación, la raza o el género. El odio colectivo puede alimentar guerras, genocidios o políticas de exclusión.

Políticos y líderes ultraconservadores han formulado una declaración de guerra contra la izquierda, apelando a un lenguaje de confrontación. Se ha creado una identidad política fuerte que se orienta hacia la victimización, reforzando el “nosotros” colectivo. Cuando ya existe un lenguaje de polarización, los actos violentos tienden a ser interpretados simbólicamente, exagerando los significados y justificando los discursos de odio contra el oponente. Se intensifica la autocensura y el miedo al señalamiento o sanciones, lo que polarizará aún más a la opinión pública.

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