Opinión

El temblor de 1985 en el Instituto

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán

Yo era R1 de medicina interna y estaba rotando en urgencias. Teníamos la sesión académica todos los días de 7 a 8 am en aquella vieja mesa de madera que estaba en la pequeña sala de juntas, siempre llena de expedientes, en donde colgaba un pizarrón en el que anotábamos a los pacientes que estaban en consulta, con probabilidad de ingresar y, al lado de su nombre poníamos qué es lo que faltaba de laboratorio, imagen o interconsulta para poder tomar la decisión. Atrás de la cabecera en la que se sentaba el revisor estaba el pequeño cuarto con dos literas al que, no sé por qué, pero lo sospecho, le llamábamos “el urémico”, en donde si tenías suerte, podías dormir un rato durante la madrugada. Mi compañero de guardia era mi buen amigo Luis Gurza y, si la consulta lo permitía, nos dividíamos de las 4 a las 6 a.m. para que cada uno durmiera una hora. El concepto de “burnout” no existía y nos tenía sin cuidado. Éramos residentes de Nutrición y eso bastaba.

Era jueves y estábamos en la sesión cuando el piso nos dio una sacudida. Pensamos que era uno de los temblores que ocurrían en la Ciudad de México y no pasaba nada. Pero este, cada vez era más fuerte, como nunca, y duró más de dos minutos que se sintieron como una eternidad. La gente se fue saliendo con pánico hacia la explanada del Instituto.

Cuando dejó de moverse la tierra, el primer indicio de que el asunto había estado muy grave fue que pasaba el tiempo y no llegaban pacientes a solicitar atención. En ese entonces, para las 9 de la mañana, urgencias tendría al menos unos 10 o 15 pacientes que buscaban consulta, más los que se iban acumulando. Teníamos cuatro consultorios en los que los R1 veían a los pacientes. Pues ese día eran las 10 de la mañana y no había ningún paciente esperando consulta. Entonces, empezó a llegar por la radio la información de lo que estaba pasando en la ciudad. Por ahí apareció una televisión portátil en la que vimos al presidente Miguel de la Madrid recorriendo calles con decenas de edificios colapsados y el edificio Nuevo León de la Ciudad de Tlatelolco que se cayó como regla sobre la avenida Reforma.

Como una maldición, el temblor del 85 le pegó en particular a los hospitales. Se derrumbaron los edificios de ginecobstetricia y de pediatría del hospital general, en donde todos perdimos a algún compañero. Se dañó casi en su totalidad el Centro Médico Nacional y el Hospital Juárez. Así que, en el Instituto lo que recibimos fueron traslados de pacientes que requerían hospitalización. Enfermos que habían sido operados el día anterior en alguno de esos hospitales o internados en urgencias o terapia con necesidad de ventilación. Ese jueves por la tarde tuvimos 22 ingresos que pasaron por urgencias directo a pisos de internamiento, en donde había lugar, porque muchos de nuestros enfermos que no estaban graves se fueron de alta voluntaria por el miedo a permanecer en un edificio. A partir de ahí, los ingresos al Instituto por urgencias rebasaban los 10 a 20 por día, todos graves trasladados de otros hospitales. Tres semanas después, el número de pacientes en el Instituto con daño renal agudo por rabdomiólisis era irreal.

Ese jueves parecía interminable. Fue un día muy difícil. El trabajo intenso pesaba aún más, por la tristeza de lo que veíamos que ocurría en nuestra ciudad. Las historias de terror crecían por minutos. El día siguiente, viernes 20, fue igual de duro y cuando las cosas empezaban a calmarse un poco hacia las ocho de la noche, volvió a temblar……….

Dr. Gerardo Gamba

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e

Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM

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