
La conversión del conocimiento científico en un lenguaje tan entrañable como útil en una era de desplome del umbral de atención y desproporcionada y generalizada pérdida de tiempo en internet victimizando a los más jóvenes distinguió a Julieta Fierro, quien hizo de la astronomía una aventura colectiva y de su vocación didáctica un transformador de vidas. Plazas públicas, museos, aulas, la radio fueron plataformas desde donde despegó su sistemática esperanza a favor de todas y todos.
Astrofísica, investigadora, divulgadora, integrante de la Academia Mexicana de la Lengua, autora de 41 libros, presidenta de instituciones internacionales de educación científica, líder de museos de ciencia y tecnología, pionera de la perspectiva femenina en la investigación y enseñanza, Fierro enriqueció también desde Crónica la lectura de quienes saben de la vigencia de ese ecosistema de medios donde sobreviven libros y diarios junto a la inmensa oportunidad y ocasionalmente gigantesco engaño acerca de la capacidad de conocer al que internet puede llegar a convertirse .
Sus credenciales parecen inabarcables. Reducía las oportunidades de las mismas a una frase: “me dedico a la divulgación”.
Lo reafirmó en su discurso al recibir el Premio Crónica, el 16 de octubre de 2024 —donde platiqué con ella y la vi por última ocasión—, cuando agradeció a la UNAM por casi 55 años de libertad para hacer lo que más disfrutaba: “platicar la ciencia de las mejores maneras que se me ocurren”.
Estaba predestinada al asombro. Sacaba cero en francés, pero diez en matemáticas. Le fascinaban los números y pronto decidió ser científica, aun cuando en los años sesenta eran pocas las mujeres quienes se atrevían a desafiar un territorio dominado por hombres. La Física y la Astrofísica en la Facultad de Ciencias de la UNAM fueron su pasaporte hacia la materia interestelar y hacia su vocación: traducir el idioma de las estrellas a la lengua de niñas y niños.
Ahí radica uno de sus mayores legados: haber planteado la pregunta incómoda. ¿Cómo hacer de la ciencia un bien común, especialmente para niñas y mujeres históricamente marginadas de este campo? Ella misma dio la respuesta. No basta con animarlas, es necesario crear ambientes y condiciones que eliminen cualquier forma de discriminación. Luchó contra la brecha de género en la ciencia con la misma pasión con la cual narraba la posibilidad de asentamientos en Marte.
Los datos refuerzan la pertinencia de esa batalla. En América Latina apenas el 18 por ciento de las niñas aspira a trabajar en campos STEM (Science, Technology, Engineering y Mathematics), frente al 26 por ciento de niños. En México, solo tres de cada diez profesionistas en estas áreas son mujeres. Y la desigualdad se percibe desde edades tempranas: según estudios de la UNESCO y del Banco Interamericano de Desarrollo a los 15 años muchas niñas con talento similar al de sus compañeros han internalizado la idea de las matemáticas ajenas a ellas. Esa exclusión cultural limita trayectorias profesionales y perpetua la brecha.
Fierro quebró esos muros desde la divulgación. Su nieto, contaba ella con humor, le enseñó cómo transmitir la ciencia a niñas y niños con la paciencia del juego y claridad de lo cotidiano. Esa intuición conecta con programas de la Ciudad de México bajo la conducción de la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, e instrumentados por el Secretario de Educación, Pablo Yanes, que plantean la ciencia como un derecho humano de acceso universal. La ciudad vista como aula viva.
No es casual que la Presidenta Claudia Sheinbaum —formada en la ciencia de la ingeniería y la física— la definiera como “una mujer inspiradora que trascenderá el tiempo y el espacio”. Mirar el universo sin discriminación es una oportunidad ahora natural. Antes del parcialmente vigente tiempo de mujeres, Fierro ya miraba las estrellas.