Opinión

Sismos (ayuda de memoria)

Sismo 2017 CDMX Labores de rescate en el edificio colapsado en la calle de Petén y avenida Zapata (Juan Pablo Zamora Pérez)

“La negación del riesgo está en el principio del desastre”, advierte Niall Ferguson en su libro “Desastre: historia y política de las catástrofes”, Debate, 2021).

Y en efecto, uno de los problemas más insidiosos que impiden asumir de una vez por todas, que los mexicanos vivimos en un territorio repleto de riesgos, es la negación… ese estado psicológico colectivo que no nos permite recordar ni actuar en consecuencia con la realidad.

Lo ilustro con una anécdota. A propósito de la octava conmemoración del del sismo de septiembre de 2017, en una entrevista en la que traían a cuento por enésima vez mi libro “Aquí volverá a temblar” una periodista muy profesional, sin embargo, casi se niega a tomar el mamotreto entre sus manos por el trauma que el recuerdo le provoca: “…no quisiera hablar de esto” le dijo al productor y se tomó un respiro. Se armó de valor y la entrevista transcurrió sin contratiempos.

Es una simple anécdota si, pero puedo contar decenas más que confirman cuan poco dispuestos estamos -los chilangos y los mexicanos todos- a asumir las consecuencias de vivir aquí, en un territorio de sismos, ciclones, deslaves, inundaciones, tsunamis, sequías y otras catástrofes.

Para recordar y superar la negación -y conmemorar el 19 de septiembre- he querido volver a lo básico echando mano de la historia y la estadística:

México es un escenario sísmico. En los últimos veinte años se han registrado más de 23 mil doscientos temblores con magnitud igual o mayor a 3.5 grados. O sea que se registran 4 sismos por día con esa magnitud.

Pero México no es el más sísmico de los países, pues sólo el 5 por ciento de los temblores que se registran en el planeta ocurren en suelo nacional.

Cerca de 35 millones de mexicanos (el 25 por ciento de la población, 2023) habitan la zona de mayor sismicidad y riesgo: desde Baja California y Nayarit hasta Chiapas, es decir, allende las costas del Pacífico.

En los últimos 120 años han ocurrido unos 80 sismos con una intensidad superior a 7 grados en México, lo cual debe llamar la atención pues significa que tenemos un terremoto cada año y medio, en promedio.

Pero los temblores se ensañan especialmente en ciertas regiones del país: el 80 por ciento de ellos suceden en Guerrero, Oaxaca y Chiapas. No es casual que sean los estados de mayor pobreza, pues están expuestos recurrentemente a los círculos de empobrecimiento que genera el ciclo construcción-destrucción-reconstrucción.

Por el contrario, en Nuevo León ocurren típicamente solo el 1.8 por ciento de los sismos en el país.

Nuestro país experimenta tres clases de sismos: de subducción, profundos y superficiales. Los de subducción son los más frecuentes y los más graves.

Estos movimientos ocurren con la interacción de dos placas tectónicas mayores: la de Norteamérica y la del Pacífico. Pero hay otras tres que también danzan sobre el territorio nacional: la de Cocos, la de Rivera y la del Caribe.

El sismo más grande de que se tiene memoria ocurrió en 1787 y tuvo una magnitud de 8.6, lo devastó todo en Oaxaca y provocó un tsunami que inundó el territorio seis kilómetros adentro.

El sismo con más réplicas registrado en la historia tuvo 44 eventos que movieron la tierra con una magnitud superior a 4.5 y su epicentro se localizó en Ometepec el 20 de marzo de 2012.

Otros sismos célebres son el de Acambay (Estado de México, en 1912, con 7 grados); el Mayor-Cucapah (Mexicali, 2010 con 7.2 grados); el del Ángel (que tiró el monumento en la Ciudad de México, con epicentro en Acapulco, en 1957, con 7.8 grados); el de Jalapa (1920, 6.4 grados); y por supuesto el sismo de 1985 (epicentro en Caleta de Campos Michoacán con magnitud 8.1 grados) y que causó más de 10 mil muertos en la Ciudad de México.

Y por supuesto, el sismo del 19 de septiembre de 2017 que causó 228 muertes, (4 más en hospital) con epicentro en Axochiapan Morelos.

El suelo de la Ciudad de México es un gran amplificador de sismos. Las regiones conocidas como “zonas del lago” pueden aumentar las oscilaciones ¡hasta 500 veces! En ninguna otra parte del mundo se han reconocido amplificaciones de ese tamaño.

Sirva esta pequeña ayuda de memoria para recordar donde estamos parados, el lugar donde vivimos, la diversidad de puntos desde los cuales provienen nuestros riesgos y amenazas.

Porque todo parece indicar que la experiencia traumática de los sismo de 1985 y 2017 no fueron suficientes para consolidar un sistema de protección humana más amplio, con presupuestos (ahora sin fideicomisos listos para solventar un desastre), sin regulaciones y protocolos más potentes que se anticipen a lo que sabemos de seguro: que la siguiente catástrofe acecha ya, y aquí volverá a ocurrir.

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