
La percepción social de una persona pública evoluciona gradualmente, si bien le va. Comienza en las calles, sigue en los medios y si la suerte o la obra de sus seguidores lo consigue, termina en los libros de texto, los monumentos, las estatuas y algunas veces hasta en libros perdurables o evangelios.
Hay quienes son conocidos, otros son famosos; unos resultan ejemplares; algunos más heroicos, pero en la escala ascendente de hay un momento cimero: la idolatría:
Individuos (ahora también individuas), cuyas dotes, valores, obras, personalidad, prestigio no merecen sólo elevarlas a la altura del ejemplo sino de la condición epónima. Su nombre en montañas, valles, pueblos y ciudades de grande o pequeña dimensión. El orgullo del nativo de un pueblo se convierte en el nombre del pueblo. Pura idolatría.
El hombre convertido en pueblo reúne para la posteridad valores casi siempre inexistentes.
Oaxaca de Juárez; Bolivia, Colombia, Rhodesia, Washington, Disneylandia...
Quizá el paso previo para la consagración idolátrica sea el culto a la personalidad. Eso hicieron Stalin y Franco, por ejemplo. No se diga Fidel Castro y otros dictadores cuyo control de los medios de comunicación --algunos con censura previa, otros simplemente con miedo y autolimitación de conveniencia---, loaban las grandezas de tan singular caudillo, líder o figura providencial.
Todo esto me vino a la cabeza por el discurso de fin de semana de nuestra señora presidenta (con A), allá en tierras quintanarroenses. No la vi, pero quienes lo hicieron no advirtieron rubor en sujs mejillas cuando dijo:
“...Cambió nuestro país cuando llegó a la Presidencia, por voluntad del pueblo de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador que, desde aquí, le enviamos un cariñoso saludo y aplauso siempre.
Fíjense, dejó el gobierno hace prácticamente un año y siguen calumniándolo, siguen diciendo cosas de su gobierno, de él, porque no soportan, muchos, que les hayan quitado sus privilegios.
“El presidente López Obrador nos pidió, en su momento, que no le pusiéramos nombre a las calles o monumentos. Y cuando tomé posesión dije: no hace falta, porque el presidente López Obrador está en el corazón del pueblo de México y de ahí nunca se lo van a arrebatar.
“...Tanto coraje le tienen quienes perdieron los privilegios (al ex presidente Andrés López y su obra revolucionaria), quienes no tienen o no se ven reflejados en el Gobierno, que son unos cuantos, tanto coraje le tiene que siguen calumniando al presidente López Obrador...
“Pero la verdad es una: que nunca lo podrán calumniar (por fin, ¿sí o no?), porque él se quedó no en monumentos, no en nombres de calles, se quedó en el corazón del pueblo de México, y así va a seguir siendo...”
Por los siglos de los siglos, amén, faltó decir.
FALDA, FALDÓN, PANTALÓN...
Circula por ahí una fotografía muy cómica de Genaro Lozano, el embajador de México en Italia, a quien la 4-T2-P designó en Roma como parte de las cuotas a los movimientos de la diversidad además de su conocida capacidad como analista, entre otras cosas.
Firme, seguro de sí mismo, con la frente en alto y la mirada desafiante, Lozano encabezó en su sede diplomática la ceremonia del Grito, con una falsificación del traje de la charrería, como caricatura de mariachi de Garibaldi en la tierra de Garibaldi.
Una botonadura sin lugar, una casaca sin forma, alba la camisa y vertical el corbatín; perneras de pantalón con vuelo de faldón (¿te cantó una canción?). No llevaba sombrero galoneado de ala ancha ni mucho menos pistola. Y ya se sabe, charro sin pistola no es charro de a deveras.
Por otra parte, no hay datos acerca de sus habilidades con la reata ni para lazar ni para hacer “canastas” o floreos diversos. Tampoco para emprender el paso de la muerte a todo galope.
A ver si pronto alegramos la representación en Pekín con algún embajador vestido de “chino poblano”.