
En menos de una semana, el martes 30 de septiembre, termina el primero año de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. Como en cualquier otro periodo presidencial, las opiniones sobre el desempeño de su administración están divididas entre quienes perciben un momento histórico no solo por tratarse de la primera mujer en ocupar el máximo cargo público de México, sino por sus resultados, y quienes piensan que la situación crítica en la que ya se encontraba el país tras el gobierno de López Obrador ha dado un paso al frente hacia el abismo. En medio, por supuesto, están los contrastes y claroscuros que no ven la realidad en blanco y negro, sino con matices de oportunidades perdidas, necedades inexplicables, logros destacables y áreas de mejora. Soy, con la mayor objetividad, de este último grupo.
El cambio en la estrategia de seguridad pública, la ampliación de la política social y la estabilidad de los grandes indicadores de la economía, me parecen tres grandes logros de la gestión de la presidenta Sheinbaum que no se pueden ignorar ni regatear. En particular, resulta gratificante asumir que aquella ocurrencia de “abrazos, no balazos” quedó en el pasado y que una de las principales preocupaciones de las y los mexicanos, la seguridad, ha sido abordada con seriedad y profesionalismo por Claudia Sheinbaum y su más cercano colaborador, Omar García Harfuch. Sin duda, queda mucho por hacer y la tarea nunca estará completa, pero la nueva visión del gobierno es una bocanada de aire fresco para un país que, si bien continúa sumido en el miedo, hoy percibe a un gobierno ocupado en recuperar el control.
La falta de rumbo en materia de generación de empleos mejor remunerados, los prácticamente nulos resultados en cuestiones relacionadas con el combate a la corrupción y la profundización del desmantelamiento de instituciones constituyen los principales fracasos que, ahora y en el futuro, formarán parte del balance negativo de este gobierno. Sin restar importancia a los otros dos, me parece que la falta de resultados en materia de combate a la corrupción y la impunidad es el fracaso más delicado y relevante, pues resulta no solo como efecto, sino como causa de otros problemas que se agolpan para erosionar al Estado en sus funciones más elementales. No se trata de repetir discursos que recuerdan aquello del “pañuelito blanco”, sino de emprender acciones que permitan ver resultados concretos.
La falta de personalidad del gobierno frente a Donald Trump, la perniciosa relación con su antecesor que más que lealtad deja ver miedo y complicidad, así como la ausencia de un proyecto propio que distinga la gestión, son tres factores que en el futuro inmediato podrían tomar un rumbo distinto, pues solo dependen de la decisión política de la presidenta, pero que hoy se antojan como pendientes. Creo, a pesar de lo que la mayoría piensa, que el pendiente más factible de ser atendido por la presidenta es el relacionado con la subordinación de muchas de sus decisiones a un supuesto legado de su antecesor. Cuando menos, creo que resulta más provechoso enfrentar al pasado de un líder que, si bien cuenta con una gran simpatía popular, ha sido señalado y cuestionado lo mismo por su falta de congruencia entre el decir y el hacer, que por mantener relaciones con la delincuencia organizada, a confrontarse con el líder político más poderoso del mundo o inventar un proyecto propio ya con un año de gestión.
En política, el tiempo es tan relativo como la vida misma. Sí, tan solo ha transcurrido el primero de sus seis años como presidenta, pero al mismo tiempo y en término reales, solo le quedan cuatro más para consolidar su gestión, pues en este país el sexto año es el de la sucesión y el gobierno deja de ser la prioridad. De mi parte, mis deseos están en que continúe la lucha contra la delincuencia y siga la recuperación tanto territorios como actividades que hoy se encuentran bajo el control de las bandas criminales, iniciar acciones de combate frontal a la corrupción en la que se encuentran oficinas públicas de prácticamente todos los niveles y espacios políticos de todos los colores, así como asumir la decisión de romper con un pasado que limita el presente y ata el porvenir no solo de un gobierno, sino del país entero. Por el bien de México, deseo que así sea.
Profesor y titular de la DGACO, UNAM
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