Cuando la Presidenta de la República y Comandanta de las Fuerzas Armadas, Claudia Sheinbaum, pone a votación la propuesta de llamar a uno de los principales proyectos de transporte de su administración “Tren del Golfo de México”, en las mentes de miles de personas aparece la imagen de Donald Trump con la soberbia pretensión de imponer aquella nomenclatura aquí inaceptable del “Golfo de América”.
A mano alzada, desde una soberanía popular reivindicada en varias ocasiones, los asistentes responden al gesto fuera del discurso. “Pues es la (absoluta) mayoría”, comenta la beneficiaria de más del 70 por ciento de las simpatías políticas actuales.
Como un tren inglés, chino o japonés, Sheinbaum arriba puntualmente a las 11:00 en pleno respeto a lo anunciado a los simpatizantes —quienes llegaron desde las 08:00 en muchos casos— y concluye a las 12:00 en un primer Informe de Gobierno de cara a su enorme base social. Ni Andrés Manuel López Obrador tenía esa puntualidad.
Y en ese tren viaja AMLO, pero no los corruptos. No lograrán los opositores separarla del exmandatario, enfatiza Sheinbaum. Como es obvio, la oposición no comprende la irrelevancia de su insistente interés en dividir a ambas figuras. La convergencia entre fundador y continuadora enriquece al tren transformador.
Sheinbaum abraza la espera de miles y el deseo de otros tantos de aprovechar la visita a la capital nacional y disfrutar el resto del domingo también para las y los citadinos presentes, quienes representan al menos el 65 por ciento de los asistentes.
El tren hegemónico del Obradorismo es observado por la oposición y los comentaristas. Todas y todos rebasados por el tranvía. Buscan aristas, equívocos, faltantes. Paradójicamente, gracias a López Obrador, el informe de Sheinbaum puede ser percibido como preciso, organizado, respetuoso de la inteligencia del prójimo más exigente y de las personas que por cientos de miles acompañan a la mandataria introducida y bienvenida por la Jefa de Gobierno, Clara Brugada. En ese grandioso Zócalo donde palpita la historia, dice la Presidenta en la apertura de su mensaje; en la ciudad donde nació la esperanza, representada hoy por Brugada, quien ayer cumplió su primer año de gobierno.
Los informes presidenciales suelen ser ejercicios de administración del relato, sin embargo, el de ayer fue un acto de reafirmación ideológica, disección del poder como servicio público y advertencia serena a quienes creen posible regresar al viejo orden.
Frente a la historia mexicana plagada de sucesiones fracturadas, Sheinbaum definió la continuidad como resistencia: no dividirse para que no vuelva el privilegio, no fragmentarse para que la justicia no se diluya. La política no es competencia entre egos sino cadena de responsabilidades. La Presidenta defendió un linaje político no basado en la herencia, sino en la fidelidad a un método: el de gobernar con sobriedad y cercanía, desmantelar los símbolos del exceso, traducir el discurso de una ética colectiva en política pública.
Los números respaldaron el tono y la confianza recuperada: una reducción del 32 por ciento en homicidios dolosos en un año. Lo que está en disputa no es solo el número de delitos, sino el sentido de protección del gobierno a la ciudadanía. El Estado de derecho, en su discurso, no depende de la élite judicial sino de la confianza pública. Si el Poder Judicial había sido el último bastión del privilegio, su transformación simboliza un cierre del ciclo. Mensaje articulador de los pilares de su visión: seguridad basada en justicia, soberanía ejercida con dignidad y pueblo como sujeto del poder.
Y el dato central relacionado con el Tren Maya —para no creer luego en las mentiras, señala Sheinbaum— respecto al 1.7 millones de pasajeros transportados desde su apertura. A este tren, del que me siento orgullosamente pasajero, ya nadie lo para.