
Hace unos días apareció en Francia, bajo el prestigioso sello de Fayard, la versión al francés de las Memorias de Hernán del historiador francés residente en México, Christian Duverger, que el año pasado publicó en México la editorial Grijalbo.
En 2024 tuve el gusto de presentar esta obra en compañía de su autor, durante la Feria Internacional del Libro de la ciudad de Tijuana, organizada por el Centro Cultural Tijuana (CECUT), cuando era dirigido por la maestra Vianka Santana. Reproduzco aquí algunos de mis comentarios de entonces, celebrando su aparición en francés.
Hay personajes históricos que, por más que pase el tiempo, se niegan a reposar en la quietud del pasado. Hernán Cortés es uno de ellos. Cuatrocientos años después de su muerte sigue convocando polémicas, pasiones, admiraciones y odios, con la misma tenacidad con la que marchó de Veracruz a Tenochtitlan. Cortés es un antihéroe irresistible, la suma y la resta de todas nuestras aflicciones identitarias: necesario para explicar nuestro mundo, incómodo para habitarlo a la luz de su recuerdo.
En deuda y en homenaje visible con las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar (1951), a ese fantasma que no cesa de inquietar regresó de nuevo Christian Duverger con algo que podemos reconocer como la versión novelada, en clave ficcional y epistolar, de su biografía monumental en dos volúmenes sobre el conquistador –“La espada” y “La pluma”- (Vida de Cortés I y II, Taurus, 2019).
Duverger no es un recién llegado a este campo historiográfico sembrado con las minas explosivas del agravio memorioso, el orgullo colonialista, la nostalgia y el rencor. Él mismo constructor de artefactos explosivos, en Crónica de la eternidad (2012), postuló y se propuso demostrar que la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, fue en realidad escrita por el propio Cortés.
En Memorias de Hernán no sólo imagina al conquistador en el acto íntimo de escribir una serie de cartas dirigidas a su hijo mexicano (Martín Cortés) con el recuento de sus hazañas y requiebros. El subtexto propone una teoría más amplia sobre la continuidad histórica y cultural del mestizaje mexicano, acaso vislumbrada y deseada por el extremeño, como hijo legítimo del renacimiento europeo.
Para Duverger la irrupción de Cortés en la escena mesoamericana no aparece como un corte abrupto e incidental sino como un punto de inflexión que articula al mundo indígena con la modernidad europea que el propio Cortés -formado en la Universidad de Alcalá, un intelectual de su tiempo en sentido estricto- representaba.
Para Duverger, el conquistador no destruyó el orden indígena, o no exactamente, lo transformó desde dentro. Su genio político consistió en preservar lo esencial -su organización territorial, su sistema tributario, su religiosidad y su lengua- a través de una metamorfosis institucional que, de algún modo aseguró su continuidad.
En estas memorias apócrifas lo veremos instalarse en Coyoacán rodeado de caciques locales, aprender náhuatl, rechazar la reproducción del modelo colonial antillano y oponerse a toda costa a la exterminación indígena. Más que un español, de la contrarreforma, sostiene Duverger, Cortés fue un hombre que se hizo mexicano; más que conquistador, fue el artífice del mestizaje. Apenas escribo esto, y ya veo a las hordas nacionalistas clamando venganza por el agravio de mis palabras.
En esta obra Cortés aparece como un político renacentista con ambiciones intelectuales, consciente de que el destino de su empresa no debía limitarse al saqueo o a la evangelización, sino a la fundación de una nueva sociedad. Un utopista. Uno de los hilos más sugerentes del libro es la interpretación del mestizaje como proyecto consciente de Cortés. Frente a los modelos antillanos, que desembocaron en el exterminio de las poblaciones originarias, el extremeño optó por incorporar a los pueblos conquistados mediante alianzas políticas y matrimoniales.
Memorias de Hernán es, en el fondo, un ejercicio de historiografía política. No se trata solo de contar la vida de un conquistador del siglo XVI, sino de redefinir el relato fundacional de México. Al convertir a Cortés en articulador de la historia prehispánica y moderna, Duverger reescribe el mito de origen de la nación mexicana. Esta es, sin duda, la veta más polémica del libro y del conjunto de su obra historiográfica. Para sus detractores, la visión de Duverger ignora el carácter plural, multilingüe y descentralizado de la Mesoamérica prehispánica. Hace de la destrucción de una civilización un diálogo intercultural, un arribo -puntual e inevitable- de la modernidad global al nuevo mundo.
A medio camino entre el cruzado católico y el genocida, entre el aventurero propio de las novelas de caballerías y el político maquiavélico, el Cortés de estas memorias intenta presentarse a sí mismo como un ser humano cruzado de ambiciones, contradicciones, frustraciones y anhelos.
Memorias de Hernán no pretende cerrar el debate sobre Cortés; al contrario, lo reabre en toda su complejidad. Frente a una historiografía que ha oscilado entre la exaltación heroica y la condena moral, Duverger ofrece una tercera vía: la del análisis estructural, la del Cortés político e intelectual, la del arquitecto de un mestizaje que, cuatro siglos después, sigue definiendo la identidad mexicana.
La apuesta no está exenta de riesgos. Su tendencia a reducir la diversidad mesoamericana a la hegemonía mexica puede leerse como un retroceso frente a los avances de la historiografía reciente. Su admiración por Cortés, cercana a la apología, puede incomodar a quienes ven en la conquista un acto fundacional de la violencia. Pero es precisamente en ese terreno incómodo donde el libro alcanza su mayor potencial: al obligarnos a mirar de nuevo, sin prejuicios simplificadores, a un personaje que sigue siendo, para bien y para mal, uno de los grandes arquitectos de la historia universal.
De referencia inevitable, la biografía de Hernán Cortés de José Luis Martínez (FCE, 1990) sigue siendo el punto de equilibrio entre la erudición exhaustiva y la sobriedad narrativa. El gran bibliófilo mexicano reconstruyó con paciencia documental la trayectoria del extremeño, evitando tanto la denigración justiciera como la apología fácil, y contribuyendo a establecer una cronología y un aparato crítico que aún ordenan el campo de estudio.
Frente a ese clásico de la historiografía mexicana, el libro de Duverger desplaza el eje: donde Martínez pule la evidencia y matiza, Duverger interpreta con mayor riesgo. El contraste es fructífero: el censo erudito de las fuentes, y la prudencia filológica de Martínez siguen siendo el piso común, mientras que las hipótesis de Duverger aspiran a recontar el mito de origen. Juntos delinean los dos polos de una misma conversación.
En los últimos años han aparecido lecturas que reabren el expediente desde ángulos diversos. Matthew Restall ensayó una revisión radical del encuentro entre Moctezuma y Cortés en When Montezuma Met Cortés (2018). Bartolomé Bennassar ofreció una biografía de corte clásico y sin mayores aspavientos, Cortés: le conquérant de l’impossible (2001). Fernando Cervantes amplió el foco con Conquistadores: A New History of Spanish Discovery and Conquest (2020), donde Cortés aparece inserto en una constelación más amplia de expediciones y de imaginarios políticos de la monarquía hispánica. En el terreno de las fuentes, la editorial Grano de Sal publicó en 2021 una edición crítica de la Relación de 1520 -conocida como la segunda carta de relación- con transcripción, introducción y glosario de Luis Fernando Granados.
Las Memorias de Hernán no apuestan en modo alguno por construirle otro piso al gigantesco edificio bibliográfico sobre Cortes, sino a construir en todo caso un mezanine donde el lector se reencuentre con uno de los mayores atributos de la lectura: la posibilidad del asombro y el hallazgo cabal de lo diferente.