
La industria mexicana de vehículos pesados atraviesa un momento de tensión que va más allá de las cifras negativas. Las caídas en ventas, producción y exportaciones no solo reflejan un ciclo de desaceleración, sino también un entorno de incertidumbre global que pone a prueba la resiliencia de uno de los sectores más estratégicos para el comercio y la movilidad del país.
De acuerdo con Rogelio Arzate, presidente de la Asociación Nacional de Productores de Autobuses, Camiones y Tractocamiones (ANPACT), las ventas al mayoreo acumularon una contracción de 51.8% entre enero y septiembre de 2025, mientras que la producción cayó 34.5% y las exportaciones 29.1%. En términos simples: se producen y venden apenas la mitad de las unidades que hace un año. El golpe es transversal y afecta tanto a los vehículos de carga como a los de pasaje, ambos con retrocesos superiores al 50%.
El otro frente de preocupación es político-comercial. Desde Washington, el expresidente Donald Trump ha adelantado la imposición de un nuevo arancel a los vehículos pesados mexicanos, prevista para entrar en vigor el 1 de noviembre. Aun sin detalles oficiales, la sola expectativa de esta medida genera volatilidad, eleva los costos de planeación y siembra dudas entre los fabricantes que operan bajo esquemas de exportación integrada hacia Estados Unidos y Canadá. “Todavía no se conoce el alcance real de la disposición, pero sin duda implicará un ajuste para las marcas que abastecen al mercado estadounidense”, señaló Arzate.
El tema adquiere mayor relevancia cuando se cruza con la revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), programada para 2026. En opinión de Guillermo Rosales, presidente de la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automotores (AMDA), “la incertidumbre por el futuro del acuerdo comercial inhibe decisiones de compra e inversión. La mejor estrategia para Norteamérica es reforzar la integración trilateral, no fracturarla con acuerdos bilaterales”.
En efecto, el T-MEC ha sido la columna vertebral del desarrollo industrial de México durante los últimos 30 años. Ha permitido la creación de cadenas de suministro complejas, flujos de inversión directa y un ecosistema de proveeduría que trasciende fronteras. Cualquier intento de fragmentar ese marco de cooperación significaría debilitar a la región justo cuando Asia avanza con fuerza en sectores como la movilidad eléctrica y la logística global.
El mercado interno, además, no ofrece señales de alivio. Los nueve meses consecutivos de caída en ventas y la importación de vehículos usados —que ya representan seis de cada diez unidades vendidas— dibujan un panorama donde la competencia desleal y la falta de incentivos fiscales agravan el problema. A ello se suma una política monetaria restrictiva, tasas aún elevadas y un estancamiento en el gasto público en infraestructura.
En este contexto, el reto para 2026 será reconstruir la confianza. El sector automotor pesado no pide subsidios, sino certidumbre, políticas industriales estables y un marco comercial predecible. La historia demuestra que la industria automotriz mexicana ha resistido crisis globales y siempre ha emergido fortalecida. Pero esta vez, su recuperación dependerá no solo del mercado, sino de la visión política con la que se defina el futuro del T-MEC.