
Hablar de un plan de paz en el Medio Oriente resulta una ilusión. El proyecto impuesto a los palestinos por Donald Trump y Benjamín Netanyahu tiene todas las características de otras propuestas fracasadas en el pasado. El cese de las hostilidades en Gaza involucra principalmente a los agresores, quienes acordaron las modalidades y tiempos del proceso dejando fuera a las víctimas. Algunos puntos de ese plan son atendibles especialmente para las cuestiones inmediatas como el alto al genocidio sobre la población de Gaza, la liberación de los rehenes y el intercambio de prisioneros. Esto sería lo máximo que puede lograr esa propuesta de paz. No contiene una sola idea sobre cómo poner fin a un antiguo conflicto y en la mejor de las hipótesis es solo una tregua temporal. Trump viajará a Israel para reunirse con los retenidos por Hamas, exaltando su propia imagen como promotor de la pacificación. El denominado “Plan de Paz” establece la estrategia a seguir en el nuevo proceso de colonización de Palestina.
Israel ha cometido el peor crimen contra la humanidad representado por el genocidio. La definición de genocidio establece “la destrucción física total o parcial” del grupo de personas a quienes se dirige la masacre. Israel ha destruido Gaza y todas aquellas infraestructuras que son indispensables para la vida. Esta es la experiencia constitutiva de la existencia de Palestina porque la esencia del proyecto sionista es su destrucción. Desde el principio este genocidio ha sido una empresa transnacional coordinada y organizada por los países capitalistas avanzados. Israel, EU, Alemania, Italia, Francia y Reino Unido, se precipitaron a participar en esta carnicería facilitando armamentos, financiamientos e información militar estratégica. Pero lo anterior no será gratuito. Estas potencias tienen en la mira los enormes recursos energéticos que posee el mar de Palestina. Al respecto es conocido que el ex-Primer Ministro británico Tony Blair, propuesto para encabezar la “Junta de Paz” para Palestina, es asesor de grandes monopolios energéticos. Destaca también la presencia del yerno de Trump, Jared Kushner, quien sin ostentar cargo gubernamental alguno participa de las negociaciones en su carácter de inversionista inmobiliario.
En tales condiciones hablar de un plan de paz es absurdo. En primer lugar, porque mantiene la ocupación militar israelí sobre amplios territorios de Gaza reproduciendo características y condicionamientos de otras propuestas que resultaron fallidas. En segundo lugar, porque para los palestinos la propuesta representa el mantenimiento de una ocupación enmascarada por parte de los judíos, con otros medios y modos para darle continuidad a la imagen de una mega-prisión a cielo abierto en Gaza creada por Israel. La iniciativa estadounidense representa un salvavidas para Netanyahu, quien se presenta ante la comunidad internacional como un criminal de guerra. No puede ser un promotor de la paz quien guía una coalición que promueve la expulsión de los palestinos y que además, busca anexionarse Cisjordania promoviendo la ocupación
violenta de esas zonas por parte de colonos fundamentalistas. Frente a quienes consideran que Israel se ha impuesto como una potencia militar en la región es necesario reafirmar que, contrariamente, se percibe una crisis existencial del Estado sionista. Este declive es un proceso en curso.
Existe un vínculo entre la idea de paz de Netanyahu y el final del Estado sionista. Bombardear a los palestinos y a otros países vecinos mientras se discute la paz, y extender estas acciones a otras regiones no es una manifestación de poder sino una visión miope. La prepotencia de Israel es un símbolo de la decadencia que viene. El sistema político teocrático que construye, unido a sus comportamientos agresivos, lo aleja de la comunidad global. Ante el evidente fracaso de la ONU para detener la guerra, la sociedad internacional debe obligar a Israel a desmantelar su naturaleza de “Estado-Apartheid”.