
No las voy a usar más adelante ni quiero comenzar estas líneas con groseras estadísticas. Muchos dicen, fríos números por lo general tramposos a causa de la elocuencia del color del cristal.
Y la verdad eso es falso: los guarismos no son ni cálidos ni helados.
Son simplemente recursos para medir cosas, circunstancias, vidas, muertes y muchos temas más desde la indiferencia de un mundo sin emociones, porque eso es la aritmética, muy distinta de la sabiduría pitagórica cuyos cálculos le permitieron al hombre acompañar el recorrido del sol y vislumbrar a Dios montado en la cauda de un cometa de hielo y polvo de estrellas.
Pero ni los pitagóricos ni la música de los astros son el tema de esta página.
Quiero divagar sobre el retiro.
No la jubilación entendida como un derecho laboral cuando se ha llegado una edad improductiva o al menos así considerada por la burocracia o el reumatismo.
Me refiero al retiro de quienes dejan de hacer su obra porque se han hastiado, aburrido o sentido incapaces de superar los momentos de triunfo. No sé si en alguna de estas categorías podría explicarse el divorcio de Juan Rulfo con las letras o el motivo de la escasa producción poética de Alí Chumacero.
Rulfo siempre respondía lo mismo cuando le preguntaban por una nueva novela.
--No se. Pronto, pronto. Al menos eso me dijo a mí. Mintió.
Pero su retiro literario fue una desgracia para todos, menos para él, quien gustaba de mirar el infinito sobre la cabecera de su cama, mientras colmaba el pequeño universo con las nubes de sus cigarros “Delicados” y un brazo doblado como almohada debajo de la nunca.
Varios amigos míos dejaron de pintar después de conocer fama y mercado. Dos de ellos murieron tiempo después, uno de ellos cirrótico y el otro, neurótico.
Javier Camarena, un muy notable tenor, ha dicho en días recientes, me voy a retirar a los 65 años. Y apenas tiene 49 pero ya anda pensando en soltar un futuro y último Do de pecho.
Se retiran los deportistas, los ídolos populares, las actrices como la Garbo y algunas otras famoscas, pero en verdad no hay profesión alguna en la cual el retiro se convierta en decisión casi siempre traicionada como el toreo.
Los toreros se van casi siempre cuando de verdad les llega la hora. Rodolfo Gaona se retiró en 1925 y medio siglo después murió millonario y solitario. Nunca se volvió a vestir de luces.
Otros han hecho de sus falsas despedidas el único atractivo para ir a verlos. Pero casi todos vuelven algún día. Esa actitud la ha explicado Conchita Cintrón en un bello libro cuya síntesis es sencilla. Vuelven por nostalgia de la gloria.
“...¿Cómo describir la emoción? Es una plaza de pueblo, inundada de luz… la arena se extiende, lisa y dorada… las tablas son rojas… la multitud está inquieta y el tendido viste capa, negra, de sombra…”
Todo esto me vino a la mente porque hace un par de días Joaquín López Dóriga y yo comentamos la sorpresiva retirada de Morante de la Puebla.
--Va a volver, me dijo Joaquín, apoyado en la vieja certeza de los ires y venires de quienes a veces por dinero y otras ocasiones por infinito vacío no hallan nada fuera de las plazas de toros.
Así me lo dijo Manolo Martínez cuando lo vi una tarde casual.
--¿Cómo estas?
--Mal; no puedo beber, no puedo torear, cómo quieres que esté. Murió al poco tiempo.
Sin discutir Joaquín argumentaba: no saben hacer otra cosa… por eso regresan.
--Nosotros tampoco sabemos hacer otra cosa y no nos vamos, le comenté... A ver, retírate tú…
Y feliz de sus palabras me dijo:
--No, mejor retírate tú. Tomamos la alternativa con un año de diferencia hace más de medio siglo Y olé...
--o--