
La UNAM -al menos una parte muy importante de ella- está bajo asedio. Atraviesa por una situación anómala, confusa, un ambiente de incertidumbre que ha paralizado las actividades académicas, de modo intermitente o total en casi una veintena de escuelas, facultades y centros. Que yo recuerde (años ochenta para acá) nunca, ninguna comunidad, había padecido amenazas de bomba colocadas dentro de las propias instalaciones, escaleras, baños y propaladas por las redes de comunicación escolar.
Es una incertidumbre que se extiende en Filosofía y Letras, Ciencias Políticas, la FES Zaragoza, el Centro Universitario de Morelia y la Facultad de Economía donde yo mismo presencié la suspensión nerviosa de sus actividades por amenaza de atentado explosivo el 7 de octubre pasado. Otras seis han sido declaradas en paro sin cerrar las instalaciones como Odontología, Psicología, Trabajo Social, Arquitectura, Veterinaria y el CCH Sur. Se ha obligado a que escuelas y facultades recurran a clases sólo en línea como Contaduría, Medicina, Química y el campo cuatro de Cuautitlán. Además, grupos conformados por algunos estudiantes pero también por encapuchados violentos intentaron cerrar instalaciones en Derecho y otras facultades sin lograrlo, gracias a la oportuna reacción de las propias comunidades.
Esta semana fui avisado de que Economía y Contaduría regresarán a clases con normalidad, pero a cambio la Facultad de Arte y Diseño entró en paro.
A esta circunstancia, un grupo de 436 personas, académicos, investigadores, estudiantes y egresados de la Universidad Nacional Autónoma de México le llamamos con propiedad semántica “asedio”, es decir una persistente acción de acosar, generar miedo, presionar u hostigar insistentemente a alguien, alguna organización o institución.
Y si bien es cierto que 35 planteles trabajan con normalidad, esta situación de inestabilidad en casi una veintena de escuelas no puede ocultar su gravedad y menos puede ser catalogada como una legítima “protesta estudiantil” por la sencilla razón de que no lo es, pues varios de esos cierres han estado acompañados de grupos de encapuchados agresivos y no han sido decididos por la mayoría de sus comunidades. Tan es así, que por primera vez hemos visto paros que no se respaldan ni con guardias ni con brigadas (como hacíamos los antiguos), sino que se decretan olímpicamente para después encargar las instalaciones a ¡las propias autoridades contra las que se dice protestar! Otro elemento muy anómalo.
En nuestro pronunciamiento (puede verse aquí https://bit.ly/4hD4r0l) sostenemos que la UNAM está siendo sometida a un conjunto de demandas muy diversas, unas legítimas y perfectamente entendibles, otras descabelladas o fuera de todo cause de solución racional. No es una mescolanza que hayamos inventado nosotros sino que está en varios de los pliegos petitorios. Por ejemplo, en el de Ciencias Políticas se pudo leer la necesidad de mejores medidas de seguridad en la escuela, contra la violencia de género y políticas para la salud mental, al lado de “nuevas formas de evaluación empática”, ruptura de relaciones con instituciones de Israel y la “destitución inmediata” de profesores por “sionistas”.
Una licuadora más grande se enciende en el auditorio de Filosofía, donde una “Asamblea Interuniversitaria” se dedica a recolectar demandas de aquí y de allá, a diestra y siniestra que hasta ahora han agrupado en nueve rubros: Emergencias globales, Seguridad, Autoritarismo y represión, Administración, Infraestructura y Transparencia, Violencia, Militarización, Género, Democratización y organización y Diseño académico, más lo que se acumule en la siguiente reunión.
Las solicitudes son un crisol multitudinario: instalar un mercado pro-Palestina, construir redes de apoyo que se sumen a los grupos de búsqueda de desaparecidos, redes de apoyo encargadas de ayudar a migrantes y refugiados (y exigir recursos para ellos), reinstalación inmediata de todos los estudiantes expulsados y profesores rescindidos, cese a la contratación de la ANUIES por su uso de “protocolos punitivistas”, como torniquetes, cámaras de seguridad y detectores de metal, disolución del Tribunal Universitario, nuevas rutas de transporte Pumabús, destitución y renuncia inmediata de directivos y administrativos y por supuesto “democratización” de los órganos de la universidad, la más vieja y reiterada ensoñación de los herederos de la universidad pueblo y de experimentos tan calamitosos como el de la universidad de Sinaloa.
Subrayo: la amalgama proviene del encuentro de esa variedad de pequeños grupos que han encontrado una demanda genuina (la seguridad) como catapulta para la promoción de muchas otras exigencias, la mayoría sin posibilidad de ser atendidas por la propia UNAM (otras, sí).
Nuestro comunicado tiene una solicitud elemental: todas esas cosas, argumentos fundados y ocurrencias -aún en su despropósito e irracionalidad- pueden discutirse, pero no sembrando incertidumbre ni clausurando el trabajo académico que es el sentido mismo de la Universidad. Mucho menos cerrando y clausurando mediante decisiones tomadas por grupos de muy escasa representatividad y que en algunos casos, han recurrido a la violencia contra las comunidades y contra las autoridades.
La UNAM por su importancia cardinal e histórica, es una institución que desde hace mucho está sobrecargada de demandas. Hay que asumir ese hecho sin melancolía, pero no hay que olvidar nunca, y menos desde la izquierda, que su legitimidad y su reconocimiento social en tanto universidad de masas, solo puede provenir de su trabajo, de lo que allí se enseña y se aprende y de lo relevante del conocimiento que genera.
Ninguna estrategia, ninguna minoría, ningún asedio oportunista tiene derecho a destruir el objetivo, ese sí histórico, como la prinicpal obra cultural de México en el siglo XX y ¿porqué no? en el XXI.