Lando Norris se movió con una serenidad contrastante con el vértigo de la pista. Su dominio hegemonizó tanto sus reflejos como su mente. Administración de la fatiga, resistencia a las fuerzas G opresoras del cuerpo a más de 300 kilómetros por hora y un cálculo de cada curva con la fría inteligencia de un estratega respaldado en un equipo eficiente al tope desde el sábado. Al ganador del Gran Premio lo distingue igualmente la velocidad como la gestión de la carrera.
En la pista del Autódromo Hermano Rodríguez como en la vida diaria de las grandes urbes hay similitudes y demostración de habilidades. En la Ciudad de México, las instituciones han aprendido que la transformación no depende de la potencia, sino de la estabilidad.
Gobernar es, en cierto modo, conducir un monoplaza a la mayor velocidad porque el tiempo es oro sin perder el control del volante. Cada política pública exige balancear la presión social, el desgaste urbano, el tiempo político y la paciencia ciudadana. Un circuito complejo donde el talento técnico solo prospera si se combina con inteligencia emocional y visión de futuro.
Es el gran premio que la Ciudad de México empieza a conquistar, el de una modernidad medida en confianza. Este fin de semana tres escenas resumieron esa vitalidad urbana: 1) el recorrido de la Presidenta Claudia Sheinbaum, la Jefa de Gobierno Clara Brugada y la Gobernadora del Estado de México, Delfina Gómez, en el tramo Santa Fe–Observatorio del Tren Interurbano “El Insurgente”; 2) la multitudinaria alegría del Desfile de Catrinas en el Paseo de la Reforma, y 3) la precisión con la cual se ejecutó el Gran Premio de México sin incidentes significativos. Tres giros del mismo circuito: movilidad, civismo y seguridad.
En el Autódromo, la décima edición del GP en la CDMX, ganada por la escudería McLaren, fue una muestra de organización y disciplina. Mientras los pilotos calculaban la temperatura de los neumáticos, tomaban curvas y completaban 305.354 kilómetros en 71 vueltas, en las inmediaciones el operativo de seguridad desplegado —con la presencia del C2 Móvil del C5 en la Puerta 6— lleva a un saldo blanco, con incidencias menores como atenciones médicas.
Sin embargo, el verdadero gran premio de la capital no ha terminado y se corre lejos del asfalto. En los barrios donde la vulnerabilidad se transforma en oportunidad, programas como Juventudes Autogestivas representan otra clase de ingeniería, la de reconstruir biografías con apoyos para la construcción de proyectos comunitarios juveniles. La carrera no es por un podio, sino por la vida misma. Como Lando Norris aprenden a soportar las fuerzas G de lo cotidiano.
El Tren Interurbano “El Insurgente” simboliza otro tipo de podio. El recorrido que Sheinbaum, Brugada y Gómez realizaron en el tramo Santa Fe–Observatorio es anuncio de integración. Su trayecto, entre el Valle de Toluca y la capital, no solo reduce distancias físicas, también las sociales. Cada estación es un punto de encuentro: una parada en pits donde la ciudadanía reabastece su confianza.
En la otra pista simbólica, en Paseo de la Reforma, el Desfile de Catrinas convierte a la muerte en motivo de convivencia cívica, donde la clave está en compartir el espacio público sin perder la armonía. La mayor fortaleza no es la potencia, sino la convivencia.
Semana de vértigo y celebración. Crónica entregó su Premio homónimo, un reconocimiento al pensamiento y la creación. Su presidente Jorge Kahwagi Gastine recordó el ritual de esperanza, de reconocimiento a la inteligencia, talento y valores.
El Gran Premio, el tren, las juventudes y las Catrinas no son episodios aislados: son parte de una misma estrategia. Lo que distingue a un campeón de Fórmula 1 no es solo su velocidad, sino su capacidad de administrar la presión. Lo mismo puede decirse de la ciudad.