
2.El arte de fabular en tiempos digitales
Hay algo profundamente conmovedor en ver cómo, en pleno siglo XXI, una historia narrada con marionetas, escenografía en miniatura, luces, música en vivo y cámaras de video en tiempo real, logra fascinar y conmover sin recurrir a una sola palabra. El mosquito de Storyville la más reciente creación de DJ y artista multidisciplinario canadiense, Kid Koala, es una fábula moderna que restituye al arte escénico su poder primigenio: el de contar una historia con el cuerpo, la música y el gesto. Se presentó en la más reciente edición del Festival Internacional Cervantino, como uno de los grandes aciertos de sus programadores.
Un diminuto mosquito sueña con tocar el clarinete en una banda de jazz de Nueva Orleans. Un sueño tan improbable como tierno, tan absurdo como profundamente humano. La historia, como salida de las páginas de Esopo o de La Fontaine, ha sido construida en el laboratorio multimedia de un artista que se mueve con igual destreza entre los tornamesas y los retablos del teatro de títeres. En esta pieza de extrema originalidad, el virtuosismo tecnológico y el oficio manual conviven en una armonía tan precisa que remite a los talleres renacentistas o a los obradores medievales, donde la creación era una empresa colectiva y una hazaña de la imaginación.
Frente a la frialdad algorítmica de la era digital, Kid Koala reivindica la emoción tangible del trabajo hecho a mano que utiliza, sin subordinarse a la tecnología. Los muñecos inanimados respiran por la destreza invisible de las y los titiriteros, lo mismo que la recreación de un barrio de Nueva Orleans aparece como un personaje en sí mismo de esta obra.
El espectáculo es una máquina escénica expuesta y abierta en canal que revela su funcionamiento con la precisión de un reloj. Mientras en la pantalla se proyecta la película de animación filmada in situ, en el escenario los artistas -músicos, titiriteros, operadores de cámara- construyen en tiempo real cada plano y cada movimiento de las marionetas en escena. Lo que el espectador ve es, simultáneamente, la obra y su making of. Es el doble milagro de la ficción y de su hechura. Una metáfora precisa de la creación contemporánea: la conciencia simultánea de lo que se imagina y del artificio que lo sostiene.
El mosquito protagonista no habla, pero sus movimientos conforman un vocabulario emocional que no requiere de palabras. Su pequeñez es el vehículo de una enseñanza moral: la perseverancia, la empatía, la capacidad de soñar incluso cuando se nace con desventajas. Que el héroe sea un mosquito es un gesto deliberado de subversión. En un mundo saturado de héroes musculosos y narrativas triunfalistas, Kid Koala elige al más improbable de los protagonistas y lo eleva a símbolo de la tenacidad artística.
La carrera de Eric San es, en sí misma, una fábula sobre la hibridación: canadiense de origen chino, dibujante de cómics, compositor, diseñador y músico, ha colaborado, entre otras, con las bandas Radiohead y Gorillaz. Ha compuesto música para cine y para televisión, y como DJ es capaz de llenar salas masivas de baile. Su universo creativo se asemeja a un tocadiscos múltiple donde el vinilo y el microchip, la tinta y el cartón, se combinan en una sinfonía de texturas.
En 2003 publicó su primera novela gráfica, Nufonia Must Fall, una historia muda sobre un robot enamorado que luego transformó en una obra escénica con títeres, música y animación en vivo. El experimento fue tan exitoso que abrió el camino a El mosquito de Storyville. Ambas comparten un mismo espíritu de laboratorio: el deseo de devolver al público el asombro de mirar cómo una historia se fabrica ante sus ojos. Al igual que en los espectáculos de marionetas del siglo XIX o en los retablos de los juglares medievales, el artificio no se oculta, se celebra. El arte consiste precisamente en dominar con gracia una impostura.
Esa atención al detalle convierte la producción en una sinfonía de gestos manuales dentro de un engranaje tecnológico de absoluta precisión. Un portento de trabajo colectivo, dominio de los oficios, y fe en que de la suma de los esfuerzos humanos surge algo mayor.
Presenciar El mosquito de Storyville es asistir a un acto de sincronía perfecta. La cámara se desliza sobre una maqueta de Nueva Orleans mientras un violín marca el pulso del mosquito y una cámara proyecta la miniatura escénica a la pantalla de cine. Nada es improvisado, pero todo parece fluir con la naturalidad de lo espontáneo. Esa tensión entre la precisión técnica y la ilusión de vida es el corazón del teatro de títeres desde sus orígenes. Lo nuevo aquí es la incorporación del lenguaje cinematográfico en tiempo real, como si Méliès, Chaplin, Tim Burton, Woody Allen y Guillermo del Toro hubieran sido invitados a un jam session de jazz.
En ese cruce entre disciplinas -cine, música, teatro, animación, performance- Kid Koala propone una gramática del asombro. Su espectáculo demuestra que el discurso multimedia no es el enemigo de la sensibilidad artesanal, sino su evolución natural. La tecnología, en manos de un poeta, puede ser también una herramienta para fabular. Y la fábula, en la era digital, sigue siendo el lenguaje más universal para hablar de la condición humana.
La música es el otro gran lenguaje de una pieza “muda” solo en un sentido estricto. Atraviesa toda la obra, le da sentido, continuidad y tensión, la reviste con los lenguajes del sonido No es casual que la historia se sitúe en Storyville, el mítico barrio de Nueva Orleans donde nació el jazz a principios del siglo XX. Ese género, hijo de la improvisación y del mestizaje, es el espejo perfecto del espíritu de Kid Koala. Cada nota parece una metáfora del vuelo del insecto, del riesgo de la caída y del vértigo de la creación.
Hay algo a medio camino entre Chaplin y Woody Allen en la manera en la que el mosquito enfrenta sus desventuras: con torpeza, gracia y obstinación, propias del antihéroe canónico. Es un diminuto antihéroe que nunca se rinde, un arquetipo universal que sobrevive a los siglos, porque habla la lengua secreta de la fragilidad humana.
Hay una escena hacia el final donde el mosquito levanta su clarinete y toca una nota que resuena en toda la sala. No hay palabras, no hay efectos digitales: solo un sonido limpio, sostenido por la respiración del músico y por el pulso de los titiriteros. Esa nota es la metáfora perfecta del arte de Kid Koala: un equilibrio entre la técnica y la ternura, entre la invención y la humildad. Un recordatorio de que, incluso en la era del streaming y la inteligencia artificial, la imaginación sigue bajo el control de las manos, la sensibilidad y la inteligencia humanas. La antítesis de la IA.
El mosquito logra su sueño. Y en ese logro, el público también se redime un poco: recupera la capacidad de maravillarse. Porque cada uno de nosotros, en el fondo, ha sido alguna vez un mosquito que quiso tocar jazz y hacerse famoso.