Opinión

Generación Z en México: ¿participación juvenil y conciencia política?

Generación Z
Generación Z Jóvenes toman fotografías de las mariposas alimentándose en el Mariposario del Zoológico de Chapultepec (Graciela López Herrera)

La Generación Z, también conocida como “Centennials” o “Zoomers”, se refiere a las personas nacidas entre 1995 y 2010, representa uno de los grupos demográficos más numerosos y culturalmente influyentes del país. Son la primera generación de “Nativos Digitales”, es decir que crecieron con smartphones, internet y redes sociales. Tienen un alto sentido social y al mismo tiempo se encuentran frente a incertidumbres y riesgos que explicaré en este artículo.

En el ámbito digital, la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH), señala que 97% de las y los jóvenes de 18 a 24 años, utiliza internet y pasan en promedio 5.7 horas diarias conectados. Esta presencia intensiva en redes plantea oportunidades de aprendizaje y participación, pero también riesgos asociados al robo de datos, segmentación política y exposición prolongada a contenidos violentos. Por otro lado, en materia de empleo, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo nos dice que de los 30.4 millones de personas de 15 a 29 años, 52.3% son económicamente activas y 47.7% no tienen actividad económica, lo que nos lleva a entender que las y los jóvenes de esta generación están sobrerrepresentados entre la población desocupada. Hablando de salud pública, hay prevalencias significativas de sintomatología depresiva en adolescentes, así como consumo de alcohol con patrones de riesgo. A eso hay que sumar la violencia que también atraviesa el escenario juvenil.

En la dimensión política, es posible reconocer una tensión entre desencanto y nuevas formas de acción colectiva. Estudios latinoamericanos señalan una disminución del apoyo a la democracia en los últimos años; sin embargo, las y los jóvenes protagonizan expresiones de participación en torno a causas ambientales, de género, culturales y de derechos digitales. En este contexto, la irrupción del colectivo “Generación Z México”, que convoca una marcha por la transparencia y contra la corrupción, ofrece un ejemplo empírico reciente de esta participación cívica.

La convocatoria ha llamado a marchar hacia el Zócalo capitalino para “exigir integridad pública y fortalecimiento democrático”. El recurso simbólico más llamativo es el uso de banderas inspiradas en One Piece. La “Jolly Roger” del protagonista Monkey D. Luffy se transformó en el emblema visual de esta convocatoria, lo cual replica una tendencia transnacional que reapropia íconos de la cultura pop para construir identidad colectiva. Situación observada también en convocatorias recientes de Asia y África, que buscan generar un lenguaje compartido.

Este tipo de manifestaciones juveniles, aunque relevantes como expresión del ejercicio de derechos, también deben observarse dentro de un contexto político más amplio. En los últimos años, diversas organizaciones y actores tradicionales de la vida partidista mexicana han intentado capitalizar la energía y los lenguajes de la juventud para presentarse como portavoces de causas universales, sin necesariamente ofrecer propuestas estructurales o viables en materia de desigualdad, seguridad o empleo. El uso de símbolos de la cultura pop, de consignas globales o de marcos discursivos de “resistencia” puede derivar, en ciertos casos, en movimientos que reproducen estrategias de comunicación política importadas, desprovistas de diagnósticos nacionales o de conocimiento de la realidad social mexicana.

Desde una mirada, al mismo tiempo analítica y respetuosa de la diversidad de voces, conviene distinguir entre la movilización auténtica de las y los jóvenes, que responde a experiencias reales de precariedad, violencia e incertidumbre; y las campañas cuidadosamente diseñadas para moldear su percepción política. En esa frontera se juega buena parte de la disputa cultural contemporánea: quién interpreta el malestar social y con qué fines.

Para una izquierda democrática comprometida con la justicia social, el desafío no está en disputar símbolos, sino en garantizar políticas que respondan a las condiciones estructurales que afectan a esta generación. No basta con asumir que las juventudes sólo quieren actividades recreativas, hay que crear políticas públicas que les integren para garantizar sus derechos como la salud, la vivienda, el trabajo y la seguridad. La tarea es traducir su intención participativa en transformación, proteger la libertad de expresión sin instrumentalizarla y abrir espacios de decisión reales en los que la juventud sea parte activa de la construcción del país que exige.

La Generación Z mexicana se ubica en el centro de un proceso mayor: la redefinición de la ciudadanía en la era digital. Si las fuerzas políticas tradicionales buscan apropiarse de su lenguaje sin ofrecer soluciones de fondo, será el propio ejercicio crítico de las y los jóvenes el que determine si esas convocatorias se transforman en participación con sentido o quedan como episodios efímeros de marketing político.

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