
James Watson nació el 6 de abril de 1928 y falleció la semana pasada a los 97 años. Es quizá el científico que vivió más tiempo con el galardón del Premio Nobel de Medicina, ya que lo recibió muy joven, a los 34 años, y murió a edad muy avanzada, por lo que fue premio Nobel durante 63 años, prácticamente todo el tiempo que yo he vivido. En 2014, por razones financieras, decidió subastar su medalla Nobel en la casa Christie, misma que fue adquirida por el multimillonario ruso Alisher Usmanov por 4.1 millones de dólares y que, después de adquirirla, se la devolvió. Así de grande era James Watson.
Fue un niño sobresaliente que tuvo la ventaja de haber tenido grandes maestros y apoyos. A los 15 años ingresó a la universidad de Chicago y a los 20 al doctorado en la Universidad de Indiana, en donde fue alumno de Hermann Muller y de Salvador Luria, ganadores del Premio Nobel de Medicina en 1946 y 1969, respectivamente. En 1950, después de terminar el doctorado se fue a la universidad de Cambridge en donde se unió al laboratorio de Francis Crick, lo que resultó tres años después en la descripción de la estructura del DNA, quizá el avance más importante en ciencia biológica que vio el siglo XX y ciertamente, en uno de los artículos más cortos de la historia (una página), que fue publicado el 25 de abril de 1953, unos cuantos días después de que Watson cumpliera 25 años.
Watson no solo fue un científico sobresaliente, sino también un escritor y divulgador de la ciencia extraordinario. Escribió numerosos libros y ensayos. Su libro “la doble hélice”, en el que narró la aventura que fue el descifrar la estructura del DNA y sus implicaciones, es uno de los libros de divulgación científica más leídos por el público y que ha influenciado a muchas personas para decidir dedicarse a la investigación científica. Una de ellas, por ejemplo, Jennifer Doudna, Premio Nobel 2020 por el descubrimiento del sistema de CRISPR/Cas, que narra en su biografía que el libro de la doble hélice, que le dejó su padre en su cuarto cuando estaba en sexto de primaria, fue una influencia enorme en su decisión de ser científica.
Watson también fue un administrador y generador de instituciones fuera de serie. En 1968 tomó la dirección del Cold Spring Harbor Laboratory en Nueva York y lo convirtió en uno de los centros más importantes en el desarrollo de la biología molecular. También fue el iniciador del proyecto del genoma humano a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, el cual dirigió por algunos años, hasta que lo dejó por su inconformidad con la administración Bush que pretendía patentar los resultados del proyecto. En 2013 la Suprema Corte de Estados Unidos le dio la razón cuando declaró que descubrir un producto natural como un gen no es patentable.
El legado de Watson, junto con Crick, Wilkins y Franklin, es enorme. El haber descifrado la estructura del DNA abrió la puerta a la biología y biotecnología modernas, sin lo cual, no entenderíamos al mundo como lo entendemos hoy, no sabríamos todo lo que sabemos hoy y no tendríamos la medicina que tenemos hoy. Conocer la estructura del DNA vino a darle explicación clara a descubrimientos desde el siglo anterior, como los hechos por Darwin y Mendel. Saber que todos los seres vivos del planeta compartimos la misma estructura del DNA no solo dio sustento a la teoría de la evolución de las especies por selección natural y a la genética, sino que tiene implicaciones que incursionan en terrenos de la filosofía misma.
Dr. Gerardo Gamba
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e
Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM