Opinión

Mediación nacional

Mediación nacional

Hace algunos años, en una de las muchas vidas laborales que he tenido, fui Mediador. Esto es, una persona que facilita la comunicación entre otras dos que tienen un problema o controversia, y que buscan encontrar soluciones.

Quien realiza la mediación no puede proponer fórmulas de arreglo, sino construir un espacio en el que la partes puedan dialogar.

Créame que lo fácil es hacer propuestas de inmediato, pero ¿cómo va uno a sugerir soluciones si no conoce la realidad de las personas y, si además, no se va a vivir con la decisión que se tome?

La mediación tiene algunos presupuestos: el primero, es aceptar a la otra persona como una igual (el viejo concepto de la ciudadanía que nos nivela uniformemente), el segundo, respetar su razón y buena fe, mientras no haya pruebas de lo contrario; y el tercero, un compromiso conjunto para agotar las opciones posibles para llegar a un acuerdo.

En el contexto actual, donde vemos ideas enfrentadas en lo político, lo social y más, es necesario pensar en un mecanismo que nos haga seguir siendo una comunidad, una nación que se ratifica día con día; intuyo que ese mecanismo es la mediación.

Imagino lo siguiente: un esquema de amplio aliento que incentive la creación de espacios de diálogo en diversos niveles; por un lado, para lo comunitario, lo vecinal, lo más inmediato, que sirva como una forma de encontrar soluciones a esos pequeños problemas diarios que, pareciendo poca cosa, su solución es necesaria para lograr una buena calidad debida.

En las escuelas, la enseñanza del diálogo y el desarrollo de habilidades, conocimientos así como actitudes, que muestren cómo es hablando como se resuelven (y evitan) buena parte de los problemas.

Desde luego pienso también en algo similar para los espacios laborales, tanto en lo público como en lo privado.

Contamos ya con una ley que regula los mecanismos alternativos de resolución de conflictos, tales como la negociación, la mediación, la conciliación. Tenemos un marco jurídico del cual partir.

Creo que aquí podemos aprender de los espacios que ya existen, de los centros de mediación privados y públicos ya existentes; así como de pueblos y comunidades indígenas que tienen prácticas de este tipo.

Un ejercicio nacional de este tipo, que entiendo requiere tanto decisión política como tiempo, formación de cuadros, etc., tendría un efecto cívico muy beneficioso: enseñarnos a todas y todos que, siendo una comunidad, sólo es mediante el diálogo que podemos continuar como tal.

¿Quién podría afirmar que respetar a los demás, escucharles con atención y comprometerse a buscar soluciones conjuntas para problemas compartidos es algo negativo?

Se trata de una apuesta de largo aliento, que tal vez rinda frutos en una generación, pero francamente no me parece nada desdeñosa y, por el contrario, muy digna de nuestros recursos, así como tiempo. No se trata de que pensemos igual, tampoco de sustituir los conflictos, sino de aprender una manera de encauzar las diferencias de forma que el enfrentamiento no llegue a la separación.

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